Por Jorge Luis Pizarro (*)

Se puede ser miserable de distintas formas. La miseria no es sólo económica. También lo es y, tal vez más cruel, cuando la miseria es intelectual o moral.

La Consultora financiera internacional Bloomberg elabora un ranking que detalla los países más miserables del mundo.

De acuerdo a ese trabajo Venezuela ocupa el primer lugar y la Argentina aparece en segundo término seguida por Sudáfrica, Turquía y Colombia. Este informe se elabora tomando en cuenta las estadísticas oficiales de los países encuestados. Calcula por un lapso de 6 años la posición de las economías en base a la suma de la inflación y la tasa de desempleo de cada país.

En la mejor parte de la tabla, es decir los países menos miserables están Tailandia, Singapur, Japón, Malasia y Suiza. Venezuela según el Fondo Monetario Internacional llegaría a una inflación del 15000%, Turquía del 12%, Colombia del 3,5% y Sudáfrica del 2,4%.

En el caso de la Argentina la inflación acumulada Julio 2019-Julio 2020 ya es del 42% y para el año próximo se calcula una inflación no menor al 45%. Con una tasa de desempleo creciente, un dólar inquieto, con precio hacia arriba y compradores a cualquier valor, más la realidad de las bajas reservas del Banco Central, una pregunta posible es: ¿Hacia dónde vamos? ¿A quién nos queremos parecer? ¿Cuál es nuestro modelo?

Hasta aquí hemos descripto con los mayores fundamentos posibles la miseria económica. Sin embargo, lamentablemente la historia de la joven Solange, qué murió de cáncer sin poder ser visitada por su padre, describe una miseria mucho más grave y cruel.

Solange tenía cáncer de mama, con metástasis en los huesos, el pulmón y el corazón. Desde su internación suplicó para que su padre Pablo pudiera verla, y por eso sin dudar, el hombre viajó desde Neuquén hasta Córdoba.

No le permitieron llegar. No lo dejaron despedirse ella. Murió sin poder cumplir su última voluntad. Simplemente ver a sus padres.

No lo dejaron entrar a Córdoba, dónde estaba internada su hija, porque alguien mintió. Dijeron que Pablo Musse tenía Covid 19. Era una “miserable mentira”. Pero aún siendo verdad, que “no lo era”, debiera haber existido un mínimo de sentido común y solidaridad que le hubiera permitido al papá de Solange haber llegado aislado en una ambulancia y haberse despedido de su hija, aunque más no sea, detrás de un vidrio.

No lo dejaron, y como un golpe más, nadie lo llamó para pedirle disculpas. Sólo recibió un mensaje de whatsapp del organismo de Derechos Humanos de la provincia donde vive. ¿Un mensaje de whatsapp para semejante tragedia?. Parece una burla.

¿Cuántas veces se puede ser inútil en la vida?. ¿ Cuántas veces la burocracia puede ganarle al sentido común?. ¿Cuántas veces mentir vale más que la verdad?. ¿Cuántas veces se puede permitir que alguien haga sufrir a otra persona, sólo porque tiene un poquito de poder?.

Capítulo aparte resulta la reacción de la dirigencia Argentina en su conjunto. Ninguno de ellos y ellas, que están para representarnos, levantó la voz con energía para castigar tamaña crueldad. La situación de Solange y su familia no figura en ninguna reforma judicial, y pareciera

ser, tampoco está en la agenda de los temas con los cuales se entretienen nuestros y nuestras dirigentes.

Sigan así. Habrá que ver hasta dónde llegan. Es tan responsable el que hace el mal como aquel que no lo corrige.