Cómo la medición de la inflación fue reflejando los cambios de los hábitos de consumo en casi un siglo
La nueva metodología anunciada por el INDEC será la decimosegunda desde 1933, en un período en el que los servicios fueron ganándole espacio a los alimentos.
La nueva composición de la canasta de gastos de los hogares para medir la inflación que anunció el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC) será la decimosegunda que se aplicará en forma oficial desde 1933, en un proceso continuo de adecuar las estadísticas a los cambios en los hábitos de consumo de la población.
El análisis comparativo de cómo fueron variando los componentes de la Encuesta Nacional de Gastos de Hogares (ENGHo) permite comprobar, además, los cambios en los consumos en el largo plazo con una tendencia bien definida: una menor participación de los gastos en alimentos y un mayor peso de los servicios de Salud y Educación, en una privatización de hecho de responsabilidades que durante décadas estuvieron a cargo del Estado.
En ese sentido, puede sorprender desde una visión del siglo XXI que en 1933 la entonces Dirección General de Estadística (el INDEC se creó en 1968) no computaba los gastos de Salud y de Educación, debido a que por entonces la mayoría de la población se atendía en hospitales públicos y concurría a escuelas estatales, una situación que fue variando con el transcurso del tiempo y se fue reflejando en las sucesivas canastas de consumo.
Asimismo, hace 88 años la “familia tipo” elegida como sujeto de consumo estaba compuesta por tres hijos.
Pero la nota destacada que surge de la comparación de las sucesivas canastas de consumo es la caída de los alimentos en la participación de los gastos totales. Medida durante décadas como “Alimentos y bebidas” y en los últimos años como “Alimentos y bebidas no alcohólicas”, llegó a representar el 59,2% de los gastos totales en el Índice de Precios al Consumidor de 1960 para caer al 23,44% en el aún vigente, basado en una recopilación de datos entre octubre de 2004 y diciembre de 2005.
Los más de quince años transcurridos constituyen la principal razón del anuncio del INDEC, si se tiene en cuenta que el promedio de duración de las canastas no llega a los ocho años.
“El Índice de Precios al Consumidor debe reflejar los cambios en los hábitos de consumo de los hogares dado que estos varían con el tiempo”, señaló al respecto el organismo dirigido por Marco Lavagna.
En los últimos quince años, se incorporaron y desecharon diferentes hábitos de consumo en la población que obligaron a modificar la canasta para que refleje la realidad actual.
A su vez, a diferencia de otras épocas en las que los niveles de pobreza se ubicaban en menos del 5%, las brechas entre los diferentes estratos sociales hacen más difícil elaborar un índice que promedie consumos cada vez menos homogéneos.
Eso se refleja cada mes en los informes del INDEC que muestran que las canastas de pobreza e indigencia suben más que la inflación general.
En rigor, esa situación no es privativa de la Argentina de los últimos años, sino que fue advertida en 1958 por el inglés Sigbert Prais, quien acuñó el concepto de “sesgo plutocrático” para caracterizar la tendencia de los índices de precios de sobrevalorar los consumos de los sectores más acomodados de la población. La razón es simple: los que consumen más tienden a tener una mayor proporción en el total que aquellos que consumen menos.
Un poco de historia
Las formas de medir la inflación varían en el mundo, pero en su mayoría son tributarias del proceso de unificación alemana del último tercio del siglo XIX. Por entonces, Otto von Bismark creyó necesaria una fundamentación en números del estado-nación, que se actualizara permanentemente con datos de población, superficie, producción, consumo y, además, precios. Una verdadera “ciencia del Estado” que tomó la denominación de “estadística”.
Su instrumentador fue el economista alemán de origen francés Ernst Louis Étienne Laspeyres, quien ideó un método de medición basado en los consumos habituales de una porción de la población que sirviera como muestra general. Ese es, en definitiva, el “método Laspeyres” que se utiliza en todo el planeta con las adecuaciones correspondientes y las diferentes ponderaciones.
La primera medición oficial en la Argentina data de 1933, en la que se tomó como familia tipo a un “matrimonio con 3 hijos menores de 14 años, con jefe de hogar obrero e ingreso entre 115 y 135 pesos moneda nacional”, algo así como la mil millonésima parte de un centavo actual.
Por entonces, los gastos en “Alimentos y bebidas” representaban el 52,5% del total, los de Vivienda el 27,8%, los de Indumentaria el 5,3% y los de Transporte y comunicaciones el 3%. Todo el resto, que en la actualidad se discrimina en por lo menos siete rubros, representaba el 11,4%.
Las siguientes metodologías fueron aplicadas en 1943, 1960, 1974, 1988, 1999, 2005, 2008, 2013 y la vigente de 2016. Hasta 1999 los hogares de la muestra estaban localizados en la Capital Federal y algunos partidos del conurbano. Desde entonces, salvo en 2008, la medición se extendió a otros centros urbanos de la Argentina.
En las actualizaciones de los hábitos de consumo se tienen en cuenta una multiplicidad de cambios, tanto en la demanda (los consumidores) como en la oferta (los comercios).
En el primer caso, se notará la presencia en la nueva medición de los servicios de streaming, aplicaciones y plataformas de descarga de audios y videos, por ejemplo. Asimismo, el congelamiento de tarifas podría notarse en una menor ponderación de los gastos de transporte y comunicaciones.
En un plazo más largo, en las últimas décadas se incorporaron gastos como conexión a internet, teléfonos celulares, pañales descartables, remises y los ya mencionados de Educación y Salud.
Al respecto, la medicina prepaga multiplicó por siete su participación en los gastos en las últimas ocho décadas, al pasar del 1,2% en 1943 al 8,80% en el presente.
En cuanto a la oferta, el auge del supermercadismo y los autoservicios mayoristas en las últimas tres décadas desplazó a un segundo plano a los almacenes, verdulerías y otros comercios de cercanía.
Pero los profesionales de la Estadística se enfrentan cotidianamente a otros problemas que entorpecen la medición de los precios. ¿Cómo se refleja en el índice la sustitución de consumos, por ejemplo, el de la carne vacuna por la de pollo? ¿Qué pasa cuando una empresa modifica la presentación de su producto en peso, cantidad o composición? ¿Y cuando un comercio se muda de barrio o ciudad? ¿Se pueden tomar como válidos los consumos en tiempos del ASPO?
Son sólo algunas de las preguntas que los profesionales del INDEC dejarán abiertas al debate con el ámbito académico y otros organismos internacionales. De las respuestas, surgirá la nueva metodología del IPC.