“Aquí no se habla más que de la República Argentina”, informaba con entusiasmo el vicepresidente de la Nación Carlos Pellegrini, al inaugurar el pabellón argentino en la Exposición Universal de París, de 1889.

En aquel entonces las cifras del crecimiento económico de nuestro país eran contundentes; por caso, los salarios argentinos eran superiores a los europeos.

Por aquellos años, paralelamente, comenzó a conocerse el concepto de desarrollo económico, liderado por Inglaterra, Estados Unidos y Argentina.

El desarrollo cambió la situación de hambre y desesperación del mundo anterior. Hoy, si bien hay pobreza, es menor en términos generales y mucho menor en los países desarrollados. Durante el siglo XIX, en el que la mayor parte de la población era pobre y en el que cada 20 años había hambruna, el promedio de vida no superaba los 27 años.

En el mundo de "Los Miserables", de Víctor Hugo, el 90% de las personas gastaba el 80% de sus ingresos solo para pagar el pan.

¿Qué pasó para que la Argentina dejara el lote de países privilegiados para pasar a ser un país subdesarrollado? Pasó que desde la década del 40 el Estado comenzó a intervenir en la economía. Así fue que para la década del 50, y pese al enriquecimiento que acarreó la demanda de alimentos del mundo durante la Segunda Guerra Mundial, nuestro país comenzó a atrasarse respecto de los desarrollados.

Entre otros aspectos negativos, se empezaron a controlar las importaciones para favorecer la incipiente industria nacional produciéndose grandes distorsiones.

Además, el Estado monopolizó las exportaciones de los productos agropecuarios fijando los precios o retenciones; de este modo, resultaba barato comer, pero los productos industrializados eran muy caros, con lo cual tenían una demanda limitada, a la vez que tampoco eran competitivos para la exportación ni se actualizaban por falta de la competencia de los del exterior.

Así y todo, hasta la década del 70, en nuestro país había solo un 5% de pobres, y los argentinos comían mejor que los europeos.

Fue a partir de la década del 80 que comenzamos a formar parte de los Países Menos Desarrollados. Luego descendimos por un tobogán hasta la realidad actual: la mitad de los argentinos son pobres y 11 millones se alimentan en comedores populares. Es evidente que se requiere un cambio.

Antes, prestigiosos premios Nobel de economía preguntaban qué debían hacer los gobiernos para que sus países crezcan como los desarrollados, sin tener respuesta, pero acompañando el desarrollo, también se empezó a conocer sobre la economía de las naciones, ciencia en la que Paul Samuelson decía que había mucho por aprender.

Así fue que comparando las economías de los países que crecían y las estancadas, se observó que donde se ataca a los emprendedores hay menos emprendimientos y como consecuencia menos oferta de empleo, por lo que hay pocas personas que trabajan. El resultado es que se genera escasa riqueza; y con poca riqueza, hay pobreza, estancamiento, desocupación, bajos salarios y como lo muestran las estadísticas, altos niveles de delincuencia. Todo lo cual es el subdesarrollo, como se observa en nuestro país actualmente y desde hace décadas.

Al mismo tiempo se observó que donde hay crecimiento, los salarios son mejores, el empleo es elevado, bajos niveles de pobreza y las personas viven en una sociedad mejor.

¿Por dónde empezar? Sin dudas, forjando las condiciones que permitan generar empleo: para que los trabajadores tengan ingresos dignos, y oportunidades laborales, se debe establecer un clima favorable a los emprendedores y sus emprendimientos, que son los que crean trabajo y la riqueza de las naciones.

Es fundacional que los trabajadores perciban mejores salarios, ya que las sociedades crecen de abajo hacia arriba.

En la Argentina la generación de empleo está fuertemente contrariada por las cláusulas indemnizatorias de la vetusta Ley de Contrato de Trabajo (1975) y sus anexas, que penalizan a los empleadores y dan lugar al gran negocio de la Mafia de los Juicios Laborales. De este modo, se desalientan los emprendimientos y consecuentemente la creación de empleo.

La industria de la construcción, no obstante, resulta ser un faro en medio de la oscuridad: en este ramo se protege al trabajador mediante el "Fondo de Cese Laboral", por lo cual, el costo del despido es depositado mensualmente por el empleador.

Una solución sería que este Fondo proteja a todos los trabajadores del país, al mismo tiempo que se eliminen todas las cláusulas penalizantes de la Ley de Contrato del Trabajo , sus anexas y todos los estatutos especiales, excepto el de la construcción.

Con esta modalidad se protege a los trabajadores en Brasil, hoy la séptima economía mundial y donde en las última décadas salieron de la pobreza 40 millones de personas.

La otra solución, aún mejor, también disponible y funcionando en el país es el actual "Seguro de Desempleo", pero modificándolo en forma que cubra, no como actualmente, sino el real salario de los trabajadores que pierden el empleo. Con esta pequeña modificación, este seguro que ahora es seguro solo de nombre, se transformaría en el valioso instrumento que rige en todos los países desarrollados; el sistema sería financiado inicialmente con un aporte de los empleadores del 8,33% de los salarios.

Con esta "Nuevo Seguro de Desempleo", al día siguiente de su corrección, protegería a todos los trabajadores superlativamente.

Con esto, los emprendedores al no ser penalizados al contratar personal, aumentarán sus dotaciones; al mismo tiempo, miles de emprendedores comenzarán nuevos emprendimientos y se verificarán fuertes inversiones del exterior y locales y sobrarán los dolares.

El aumento de la actividad generará mayores ingresos fiscales, que permitirá eliminar los crónicos déficit, la inflación, y al agrandarse el sector privado, relativamente se achicará el Estado, que no necesitará inicialmente reducir su dotación.

Las inversiones crearán millones de oportunidades de empleo, con lo que aumentarán los salarios, imprescindible para el crecimiento, ya que como fue mencionado antes, las sociedades crecen de abajo hacia arriba.

El pleno empleo traccionaría de esta manera el crecimiento, a tasas superiores a las chinas, con menos pobres y salarios como en los países desarrollados, en un regreso al lote de las naciones que crecen, tal como supimos estarlo en las primeras décadas del 1900.

(* - Enrique Lew es empresario textil, autor del libro "Pleno Empleo" e integrante de la UIA).