La desconfianza que la sociedad argentina tuvo siempre por las declaraciones oficiales tiene justificaciones de sobra, pero si alguien quiere encontrar uno de los posibles puntos de partida podría remontarse al discurso que pronunciara José Alfredo Martínez de Hoz el 2 de abril de 1976.

Todavía faltaban cinco años para que su sucesor Lorenzo Sigaut quedara condenado de por vida con su famosa frase de "el que apuesta al dólar pierde". Con menos estridencias, Martínez de Hoz se anticipó en la tarea de llevar a cabo un programa que no tuvo nada que ver con sus anuncios iniciales. Aunque a diferencia del ministro de Viola, que podría argumentar que fue la realidad la que lo sobrepasó, “Joe” emprendió conscientemente una política cambiaria totalmente opuesta a la presentada en su discurso inaugural.

El tiempo transcurrido hizo olvidar a la inmensa mayoría los postulados presentados ese fatídico viernes por cadena nacional, pero quien se tome el trabajo de repasar las palabras de Martínez de Hoz se sorprenderá al comprobar que había asegurado que su plan se iba a apoyar en la producción industrial y agropecuaria, con un combate a la especulación financiera y -la frutilla del postre- la promoción de un dólar caro para impulsar las exportaciones.

En 2021, mientras se discute si es correcta o no la estrategia del ministro de Economía, Martín Guzmán, y el presidente del Banco Central, Miguel Pesce, de contener la suba del dólar en niveles inferiores a la inflación, es un buen ejercicio remontarse al período 1976-1981 para tener una noción de lo que realmente fue una apreciación cambiaria sin precedentes.

Para ponerlo en números: al término de los cinco años de gestión de Martínez de Hoz, la inflación había subido doce veces y media más que la cotización del dólar. En porcentajes, el Índice de Precios al Consumidor acumulado entre marzo de 1976 y el mismo mes de 1981 fue del 9.092,3%, pero la cotización de la moneda estadounidense se incrementó en el mismo lapso un 634,8%.

Todo eso fue producto de un mecanismo que el ingenio popular inmortalizó como “tablita cambiaria” o, simplemente, “tablita”. En la jerga económica se trató del crawling peg, un régimen que se utilizó varias veces -y se sigue utilizando- en la historia económica local, pero nunca con la intensidad y la duración de la gestión de Martínez de Hoz.

El crawling peg consiste en la administración del tipo de cambio que deja de lado la tradicional devaluación fuerte de una sola vez para aplicar pequeños ajustes periódicos. Lo que interesa y, en definitiva, define el éxito o el fracaso del plan es a cuánto asciende la brecha entre el tipo de cambio y la inflación.

El resultado fue un dólar tan barato que le dio el golpe de gracia a una economía que ya mostraba deficiencias antes del golpe. Al final de la gestión de Martínez de Hoz, la falta de competitividad de la industria era más que evidente y la invasión de productos importados, favorecidos por el dólar barato, estaba a la orden del día.

El “deme dos” de los argentinos en Miami y la proliferación de los “tours de compras” en Asunción, Santiago, Uruguayana y otras ciudades de países limítrofes dejaban en claro algo más que la curiosidad por las novedades importadas. No había posibilidad de competir con precios de otros países que no tenían la moneda tan sobrevaluada como el peso argentino, por entonces “ley 18.188”.

Lo que sí fue posible fue una especulación que enrojecería de vergüenza (o envidia, quién sabe) a los cultores del “puré”, el “rulo” y tantas otras variantes. Una estimación de un economista de la época indicaba que si alguien aterrizaba por esos años en la Argentina con un millón de dólares, los cambiaba a pesos y los depositaba en un plazo fijo, en un año tendría una rentabilidad en dólares de nada menos que el 200%.

Nada de eso podía presagiarse en el discurso del 2 de abril de 1976. La apertura de la alocución se inscribió en el formato clásico de echarle la culpa de todo a la herencia recibida: "Me corresponde asumir la responsabilidad del Ministerio de Economía de la Nación en el curso de una de las peores crisis económicas que ha padecido nuestro país. Quizás la peor".

Siguiendo con las apelaciones a la ciudadanía, Martínez de Hoz añadió que "habrá sin duda sacrificios a realizar... sólo así saldremos adelante". Al referirse a la política cambiaria, se inclinó por el abandono gradual de los tipos múltiples y abogó por un mercado libre y unificado. 

Hasta allí, sin sorpresas. Pero al hablar de cuál debería ser la paridad se pronunció en contra del dólar barato. Precisamente ese que implantó a través de la "tablita" y marcara los tiempos de la "plata dulce".

"Son demasiado recientes los ejemplos de lo que ha sucedido en la Argentina en las épocas en que la capacidad adquisitiva de su moneda ha sido sobrevaluada. Se ha seguido la tendencia de sobrevaluar la relación de cambio del peso argentino con respecto a la divisa extranjera", denunció.

Según el ministro, "ello ha producido una serie de consecuencias negativas, tales como el desaliento a las exportaciones, el incentivo para la importación artificialmente abaratada, la subfacturación en las exportaciones y la sobrefacturación en las importaciones, el mercado negro cambiario, la fuga de capitales, el contrabando y el desaliento a la inversión extranjera".

Martínez de Hoz llamó también a "eliminar de raíz" los vicios que atentan contra la producción, por lo que habría que trabajar "quitando todo aliciente y posibilidad a la acción parasitaria especulativa".

Para ello, habría que "afianzar la industria nacional y estimular su crecimiento en términos de cantidad, calidad, eficiencia y rentabilidad".

"No estamos predicando la desocupación, ni el hambre, ni las ollas populares... esta concepción es la misma adoptada por la doctrina social de la Iglesia", añadió. Y para finalizar, un desafío conmovedor: "Debemos poder afrontar programas progresistas y modernos".