En vísperas del 8 de marzo, se reviven los debates sobre si las mujeres debiéramos tener espacios propios, lugares de militancia y lucha de los cuales los varones no debieran participar.

Los argumentos en contra de esta postura sostienen que los varones también tienen derecho a participar del feminismo y la lucha por la igualdad, y que excluirlos sería pagar con la misma moneda con la que nos pagaron ellos históricamente.

Es que desde la creación de los estados modernos, los varones se apropiaron del espacio público, limitando el área de acción de las mujeres al hogar o espacio privado.

Las mujeres fueron excluidas del mercado laboral, se les prohibió contratar, heredar, y realizar cualquier acto que pudiera significar la no dependencia del varón, que fue instituido por las leyes como el jefe del hogar.

Ya hace décadas que la economía feminista denuncia la privación económica que sufrimos las mujeres a través de las restricciones legales y sus dos consecuencias directas: la acumulación originaria de poder y dinero por parte de los varones, y la feminización de la pobreza.

Y si bien es claro que las sociedades están cambiando y, al menos en los países occidentales ya no quedan resabios de aquellas restricciones injustas, lo cierto es que el vuelco masivo de las mujeres al mercado no coexiste con un vuelco de los varones hacia los trabajos de cuidado o trabajo reproductivo. Esto genera la doble o triple jornada laboral de las mujeres, que acaba por ponerlas en desventaja con relación a los varones.

Desde esta perspectiva, cualquier persona puede fácilmente entender por qué los espacios de mujeres fueron muy importantes. Y es que las mujeres, al ser puestas bajo la autoridad de nuestros maridos y separadas del contacto con otras mujeres, fuimos también privadas del diálogo, y sobre todo, de poder organizarnos para reclamar nuestros derechos.

Es importante detenernos a pensar que, el hecho de que la ley recientemente haya cambiado, no implica que tantos años separadas, puestas incluso a competir, privadas de la educación y herramientas para gobernar, adecuándose a los roles que nos establecen en un mundo dirigido por varones, puedan borrarse tan fácilmente.

Parece ser que las mujeres aún necesitamos construir lazos nuevos, pensar un mundo en donde seamos incluidas, diseñar estrategias para lograrlo, darle valor a nuestra palabra, ideas y manera de hacer las cosas, adquirir confianza mutua y establecer vínculos de solidaridad.

Espacios seguros de construcción política de los que han gozado los varones desde antaño. Porque no nos basta con habitar el mundo históricamente creado y dirigido por los varones, ahora en condiciones iguales.

Queremos uno nuevo, en donde las ideas y creaciones de las mujeres transformen las instituciones, la cultura, la manera en que los seres humanos vemos el mundo.

Esta es nuestra revolución feminista, y para llevarla acabo necesitamos espacios que piensen y recreen estrategias nuevas, producto de una visión distinta que aún estamos encontrando juntas.

¿Significa esto que los varones no pueden participar o estén excluidos? Todo lo contrario. Los varones tienen una gran función y son imprescindibles en la construcción de las nuevas sociedades.

Quizás una de las más importantes es aprender a escuchar y respetar las necesidades de las mujeres sin objetarlas o querer imponerles su opinión.

Entender que una de ellas, es la necesidad de espacios protegidos en donde podamos expresarnos de otras maneras distintas a las que nos fueron asignadas por la cultura patriarcal.

Por lo demás, varones y mujeres compartiremos todos los espacios sociales, espirituales, los familiares, los relativos al divertimento y la cultura, como siempre lo hemos hecho. Incluso en este siglo, gracias a los espacios de lucha, construcción personal y política que crearon las feministas radicales en el siglo pasado, compartiremos también la arena política con los varones y disputaremos el poder a nuestra manera, en una sociedad que ellas soñaron al reunirse y que no lograron llegar a vivir.