La política económica y un final anunciado
Los fracasos por los que atraviesa la Argentina parecen ser apenas una parte de un final anunciado para un país que durante décadas ha aplicado políticas bien alejadas de la sensatez.
Esta semana que se fue seguramente haya sido una de las más difíciles para el equipo económico: el esquema económico planteado hasta aquí por los diferentes Gobiernos populistas parece estar mostrando el final del camino. Lo único certero parece ser la absoluta incertidumbre acerca de lo que podrá ocurrir a partir de ahora.
El dólar parece no tener freno. La inflación se ubica en niveles que no se sufrían en la Argentina desde hace al menos tres décadas. Medidas económicas que fracasan al momento de ejecutarse. Las calles ocupadas por piquetes y delincuentes que roban y asesinan a los que todavía intentan sobrevivir. Toda una Argentina que agoniza.
El 104,3% de inflación anual no es más que el resultado de un sinfín de políticas económicas que esquivaron permanentemente el sentido común, la experiencia internacional y la libertad de mercado. Los resultados no podían ser otros más que el generar una sociedad con más derechos que obligaciones, rompiendo cualquier orden social, moral y ético.
Las acciones de hoy hipotecan el mañana. Las consecuencias siempre llegan, sin excepciones. La dilapidación crónica de recursos no es más que una garantía de miseria. La destrucción del sistema jubilatorio, la estatización de empresas públicas (todas desprolijas y sin sentido más que el de generar empleo militante), la destrucción del sistema energético a partir de un esquema de subsidios corrupto e ineficiente, el hostigamiento al campo robándoles 175.000 millones solo en retenciones agropecuarias, el alejamiento del mundo mimando a Cuba, Nicaragua y Venezuela y la degradación de la clase política donde políticos condenados hoy gobiernan el país dan cuenta de muchas realidades que hoy nos atraviesan.
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La Argentina no es más que el resultado de sus propias acciones: 19 millones de personas que viven debajo de la línea de pobreza, casi 4 millones de indigentes que no logran alimentarse cada día, una informalidad laboral que alcanza al 43% de los trabajadores, planes sociales al por doquier que solo disfrazan los niveles de desocupación y empobrecen cada vez más a la gente, salarios que se desploman por falta de inversión y por una moneda que ya no vale más que nada y una deuda pública que luce insostenible parecen ser el resumen de la foto que explica el fin de un modelo que nos ha condenado al subdesarrollo.
Mientras el dólar alcanzó un nuevo récord nominal la Casa de la Moneda se encargó de iniciar las gestiones para adquirir 250 millones de billetes de 1.000 pesos en el exterior: por ellos pagará algo así como 32 millones de dólares. Si, importamos pesos que nos sobran, consumiremos dólares que no tenemos y aun así nos negamos a cambiar las denominaciones de los billetes por algunas más cercanas a nuestra realidad inflacionaria: el nivel de incoherencia parece ser total.
Los fracasos por los que atraviesa la Argentina parecen ser apenas una parte de un final anunciado para un país que durante décadas ha aplicado políticas bien alejadas de la sensatez. El populismo una vez más tiene como último capítulo un desenlace triste de consecuencias aún difíciles de imaginar. La fiesta parece haber terminado y por ahora solo queda ver como se pagará la cuenta.