La inestabilidad y la incapacidad de crecer son las características distintivas de la economía argentina de los últimos nueve años. En ese marco, el país está perdiendo peso de manera fuerte y persistente en el contexto económico mundial, y es cada vez más intrascendente.

La lógica de caídas en los años pares y recuperación en los impares electorales se terminó de romper para peor en el 2019, y la contracción se hizo debacle en 2020.

Mientras que la Argentina transitaba una virtual montaña rusa con un resultado final malo y conocido, entre el 2012 y el 2019 el mundo creció a una tasa promedio anual del 3,4%.

La grieta real, la contundente, la que separa el crecimiento de la economía mundial del de Argentina se profundizó en 2020 cuando en el medio de la pandemia el mundo se contrajo un 3,5% y la Argentina casi un 10%.

Y las perspectivas no lucen alentadoras. Hoy la economía mundial es un 25% más grande que en 2011 (aun a pesar del tropezón
de 2020), y la Argentina un 12% más chica.

Ineludiblemente, la repercusión es inmediata en los indicadores sociales que se deterioran en línea con el estancamiento y al compás de la inflación. Quizás la evidencia más clara de la falta de rumbo es la imposibilidad de generar empleo genuino.

Desde el 2012 a la fecha, la Argentina destruyó un 5% de sus puestos de trabajos registrados en el sector privado, que fueron compensados tan solo parcialmente por el empleo público que creció sin pausa hasta llegar a un 22% punta a punta.

Para contar con una real idea de la magnitud de la tragedia argentina, hay que mencionar que en el mismo período su población total aumentó casi un 10%. La Argentina fracasó en cumplir una de las metas más notables de la política económica, crear empleo genuino y de calidad.

El mundo hoy está debatiendo como va a hacer para encarar un proceso de recuperación y crecimiento furioso. Será con tecnologías disruptivas, apelando a cambios en la matriz energética, con mayor investigación y desarrollo, con más educación, ganando competitividad, con políticas comerciales agresivas.
Será asumiendo riesgos y será con un plan, seguramente un plan muy ambicioso.

Mientras tanto, los argentinos nos encontramos nuevamente debatiendo sobre el culpable de la inflación rampante, el tipo de acuerdo que nos permita salir de una situación de virtual default financiero, o vacilando entre alternativas de país en teoría antagónicas.                                                                               

La Argentina parece ser la imagen a la cual se refería el bíblico Eclesiastés cuando decía "Lo que ya ha acontecido, volverá a acontecer; lo que ya se ha hecho se volverá a hacer ¡y no hay nada nuevo bajo el sol!". 

La Argentina debe tratar de esquivar la repetición de errores calcados uno del otro para salir de la dinámica del empobrecimiento, y evitar seguir desenganchándose del crecimiento mundial y sucumbir en la intrascendencia. 

Para eludir la trampa de la pobreza y del estancamiento, la estabilidad macroeconómica es una condición necesaria al extremo.

Mientras que atienda ese objetivo, deberá también ofrecer una mirada estratégica de mediano y largo plazo que permita entender e internalizar como y cuanto se proyecta crecer, cuáles serán los sectores que motorizan su desarrollo y, consecuentemente, qué políticas públicas desplegará.

Es evidente que la Argentina necesita superar la era de inestabilidad, incertidumbre y estancamiento, y diseñar un plan de
estabilización, crecimiento y desarrollo. La Argentina necesita un consenso y una nueva agenda.