Por Cristian Brandt* para Noticias Argentinas

Existen múltiples fundamentos para pensar que la economía que se viene en 2025 tendrá un funcionamiento (y esperemos un fin) en práctica diferente, aunque con un comienzo parecido al experimentado en los 90, cuando se implementó la caja de conversión denominada “plan de convertibilidad”, con puntos en común claros, como por ejemplo un origen inflacionario calamitoso.

Su primera etapa es recordada en general positivamente, y se caracterizó por el crecimiento económico, la apertura económica (Mercosur), el crédito hipotecario y los salarios altos (boom de vacaciones en el exterior). Por otro lado, la segunda etapa fue muy distinta y los titulares se llenaron de conceptos como desempleo alto, deuda externa y, finalmente, crisis y “CRASH”. Nótese la ausencia de “inflación” en todo el proceso.

Esa notoria baja de la inflación en aquel entonces fue producto principalmente del achicamiento del Estado y del nuevo sistema monetario que marcó un inicio muy exitoso de la convertibilidad. Si bien actualmente no se estableció un nuevo sistema monetario, sí se implementó “de hecho” con una política monetaria que funciona (y funcionará) sin exceso de oferta monetaria (emisión contra demanda), algo que ocasionará un marcado cambio de la gestión y oferta del crédito en Argentina, similar a lo experimentado en la década del 90.

Sin embargo, cuando un Estado capta masivamente el ahorro privado para financiar su déficit genera un encarecimiento general del crédito para el sector privado (crowding out), ya que este se torna inalcanzable si se suma el costo de cualquier transacción monetaria en una economía inflacionaria. El gobierno actual terminó con esta dinámica, por eso podemos esperar que el año próximo la economía comience y acelere un sendero de fuerte expansión crediticia en el sector privado. Cabe remarcar que, si bien el Estado argentino es uno de los más endeudados del mundo, sucede lo contrario con el sector privado, siendo uno de los menos endeudados (y tal vez el menos) con indicadores por debajo del 10% del PBI (el promedio mundial tiende al 100%). Esto le da un amplio margen a los privados para la toma de crédito en la medida en que el futuro del país sea auspicioso.

El negocio general de los bancos ya es volver a prestar a los privados, siendo el crecimiento económico un sostén complementario para mejorar indicadores crediticios que vuelvan virtuoso el ciclo crediticio. Seguramente veremos cada vez más publicidades ofreciendo promociones de tarjetas de crédito (y esperemos que también crédito hipotecario), ofertas que se multiplicarán si se afianza el crecimiento económico.

Este crédito, junto a las reformas estructurales impulsadas por el gobierno, será el motor de la recuperación, en una economía que demandará un mayor caudal de dólares, el cual será solventado en la medida en que los frutos del Régimen de Incentivo para Grandes Inversiones (RIGI) se vean reflejados en mayores saldos exportables.

Ahora hablemos de las diferencias. Si el inicio de 2025 tendrá puntos en común a los años 90, ¿el final también? La respuesta rápida es que no, o que no tiene por qué terminar igual. Probablemente a la convertibilidad le faltó una serie de reformas complementarias que contemplara un mayor nivel de flexibilidad ante shocks externos (por ejemplo el impacto de devaluación del Real) y una mejor disciplina fiscal.

Pero hoy el mundo es diferente y Argentina es diferente. Simplemente viendo el mercado laboral actual se observa una flexibilización laboral de hecho con el “cuentapropismo”, que hubiese funcionado como un gran “amortiguador” en su momento a la problemática del creciente desempleo. El desafío del Gobierno es continuar con las reformas que le permitan al sector privado contar con la flexibilidad que el mundo demanda. Reformas y acuerdos de libre comercio con economías solventes (conjuntamente con equilibrio fiscal) deberían ser suficientes para que los años venideros sean muy diferentes a los que subsiguieron a la convertibilidad.

*Cristian Brandt | Lic. en Economía (UBA) con Maestría Sloan Fellows (LBS), especialista en Banca y Mercado de capitales.