Por Andrés Boscovich*

En enero de 2021 habrá transcurrido el primer año desde la irrupción de la pandemia a nivel global y podremos observar de manera completa el efecto del nuevo virus en nuestras vidas.

A principios de 2020, el Covid-19 parecía un peligro lejano para la Argentina, pero con el correr de los meses se transformó en el eje rector de nuestras vidas.

De a poco nos vamos dando cuenta de que sus efectos tendrán un impacto más duradero, en particular en el comportamiento económico de las familias.

La enfermedad, el confinamiento y el cierre de fronteras son los principales factores que afectan a la economía. De manera inicial, el impacto de la pandemia fue proyectado a partir de la reducción de la oferta de los servicios y bienes, como de la caída de la demanda de la economía.

Desde la producción, los efectos se materializaron en los numerosos cierres de locales comerciales y de empresas debido a la cuarentena, así como por el contagio de los trabajadores, la necesidad de más cuidadores para familiares mayores y por sus efectos indirectos sobre las cadenas de valor ante la imposibilidad de acceder a los insumos intermedios dentro de la cadena de comercialización global.

Desde la demanda, los principales efectos fueron la supresión de la demanda de los bienes relacionados con la movilidad y la concentración de personas (destacándose las actividades relacionadas con el turismo y el esparcimiento), a las que se agregaron todas aquellas actividades que no son posibles de ser realizadas de manera remota, desde peluquerías hasta la limpieza de los hogares.

Pero también la pandemia tendrá efectos colaterales, que excederán el plazo final de la cuarentena.

Una de las consecuencias menos reconocida en la actualidad de la pandemia es la exacerbación de la incertidumbre que cambiará los hábitos de las familias.

Mientras que los efectos anteriormente descriptos son particulares a los momentos de confinamiento, el aumento de la incertidumbre sobre el futuro (por la inestabilidad laboral, la posible caída de los ingresos futuros o incluso la posibilidad de contraer la enfermedad) llevan a las familias a ahorrar una mayor parte de los ingresos y dejar de consumir.

Este efecto en Estados Unidos alcanzó un 33% del ingreso disponible, casi cuadruplicando los registros previos. La contracara de esta situación es que luego del stockeo inicial, es factible que bajen las ventas (incluso de productos que son esenciales) como consecuencia de la menor propensión a consumir de las familias (que en parte será compensada por las mayores transferencias públicas a los segmentos que más consumen sus ingresos).

La desconfianza impactará en la recuperación económica.

Teniendo en cuenta que desde el punto de vista del gasto dos tercios de la economía son consumo, la persistencia de la incertidumbre en el proceso de normalización de ¿dos años? será un lastre para la recuperación económica.

(*) Analista de IES Consultores.