En los ochenta, la hinchada de River coreaba: "Boca va a salir campeón, Boca ... el día que las vacas vuelen y que la Argentina baje la inflación". La inflación es el principal síntoma del fracaso económico institucional del país.

Escuchamos por parte dirigentes políticos, analistas, periodistas un menú de soluciones a la medida de una sociedad que esta sumamente afectada y sin respuestas concretas. Peligrosamente dispuesta a escuchar soluciones simplistas a problemas serios producto de la desesperanza. Y se multiplican las voces.

Como en momentos nos sentimos con la autoridad de parar el equipo de la selección en la cancha, también opinamos sin desparpajo de vacunas, de Ucrania o de las soluciones para la inflación.

Hemos visto spots electorales o frases prefabricados de importantes dirigentes decir que se resuelve fácilmente. No es irresponsable, es temerario. Subestimar un problema serio no es serio.

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Y lo seguimos escuchando. Sostienen que es solo un problema monetario. Señalan que con solo cambiar la autoridad monetaria y su independencia alcanza para resolver el problema.

Hay quienes sostienen que simplemente dolarizando se termina el drama. O que es un fenómeno multicausal (una manera muy practica de no decir nada). Incluso escuchamos algunos reclamar que hay que ponerle nombre y apellido a la inflación que es generada tan solo por 20 vivos.

Posiblemente cada una de las expresiones represente una verdad relativa, lo estrictamente cierto es que frente a la gran cantidad de "expertos" del tema para este año esperamos - desde Equilibra - una inflación superior al 70 por ciento.

Siempre existió la idea, altanera por cierto, de que los argentinos contamos con virtudes por encima de nuestros hermanos latinoamericanos.

Cada vez se acortan los fundamentos para ese tipo de actitudes. La comparación en materia inflacionaria con nuestra región me parece una referencia adecuada.

En el primer cuatrimestre del año, Bolivia acumuló una inflación del 0,4 por ciento, en tanto Brasil acumuló 4,5 por ciento, Uruguay 4,9 por ciento, Chile 4,8 por ciento y Paraguay 5,3 por ciento. Argentina lleva la delantera y acumuló, sólo en el primer trimestre, 23,1 por ciento. No quiero dejar de apreciar que tenemos una historia inflacionaria. No es algo atípico para el comportamiento económico argentino.

Mientras que en los años 60 la inflación mensual promedio fue de 1,7 por ciento, en los años 70 alcanzo el 7 por ciento promedio mensual. En los ochenta fue del 16,9 por ciento promedio mensual.

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Los años noventa fueron claramente una excepción, el promedio mensual fue de 0,8 por ciento. En tanto en los primeros 10 años de los 2000, la inflación promedio mensual ascendió al 1,1 por ciento. Desde 2011 al 2018, en tanto, el promedio de inflación mensual fue del 2,3 por ciento. Entonces somos atípicos en el barrio y no por los mejores resultados.

Y parece que la inflación esta en el ADN nacional. A contramano de lo que muchos economistas suelen señalar, no es indispensable tener inflación de un dígito para que la economía crezca: la evidencia muestra que es posible crecer con inflaciones moderadas de hasta 25-30 por ciento anual.

El problema, es que no hay experiencias de crecimiento sostenido cuando la inflación supera dicho umbral.

Desde Equilibra, junto con Martín Rapetti y otros colegas, tratamos de marcar y reflexionar un camino para desinflar la economía argentina que decididamente debe ser parte de un programa económico que el actual presidente, de manera dogmática y taxativa se niega a proponer desde que asumió.

Una afirmación: no existe una estrategia única para bajar la inflación. Y ello porque no todas las inflaciones son iguales, no es lo mismo una inflación que se mueve entre 15 y 20 por ciento anual, que otra de tres dígitos, o una hiperinflación.

Además, porque las estrategias desinflacionarias pueden variar. ¿En qué? En muchas cosas, pero una muy importante es el precio clave con el se busca frenar al resto de los precios. Los economistas llamamos precio "ancla" al elegido para desinflar.

Por ejemplo, las desinflaciones de Estados Unidos con Ronald Regan y de Inglaterra con Margaret Thatcher a principios de los años 80, usaron al salario como ancla. Recepcionando a la economía y generando mucho desempleo. ¿Más simple? Desinflan, frenan, afectan todo a la baja y con un alto costo social.

En ese contexto fue posible moderar las demandas salariales y que los salarios empujaran hacia abajo a la inflación.

En economías como la Argentina y contextos de más alta inflación que la de Regan y Thatcher, el ancla que se ha usado mayoritariamente ha sido el dólar.

El dólar será el ancla que use Argentina eventualmente. Un programa de desinflación basado en el dólar como ancla que aspire a bajar sustantivamente la inflación requiere un programa integral con varios componentes:

En primer lugar, reservas y entrada de dólares. Si se usa al dólar como ancla es indispensable que el gobierno sostenga el tipo de cambio y muestre capacidad de hacerlo.

Para tal objetivo es clave que tenga muchos dólares en sus reservas y que haya un flujo de entrada de dólares a la economía. No parece ser el caso de la Argentina.

Segundo, precios que no estén atrasados. Al usarse de ancla para frenar al resto de los precios, el tipo de cambio típicamente se atrasa en una desinflación exitosa.

Por eso, un segundo componente importante es que, al momento de fijar o estabilizar al dólar, el tipo de cambio no esté muy bajo.

Si la estabilización del dólar contribuye a bajar la inflación, pero al poco tiempo el tipo de cambio salta porque quedó muy rezagado, entonces la inflación volverá a acelerarse. Esta lógica es extensible a otros precios relevantes de la economía, como las tarifas de servicios públicos.

Tercero, poco déficit fiscal. Si hay déficit fiscal abultado, hay que financiarlo. Si se financia con deuda externa, la acumulación de deuda puede generar un frenazo en el financiamiento externo y que salte el tipo de cambio. Si el déficit se financia con emisión monetaria, el exceso de pesos que no quieren tener las personas ni las empresas, se canaliza a la demanda de dólares.

La presión sobre el dólar hace subir el tipo de cambio y eso acelera la inflación. Por eso, es clave que, cuando se lanza el programa desinflacionario, haya poco déficit y poca necesidad de financiarlo con emisión monetaria.

Por último, poder político y credibilidad. Recuperar la confianza de los argentinos. La autoridad simbolica de quienes incian este camino debe estar firme para convencer a la gente de que "esta vez sí vamos a bajar la inflación".

Gobernar es explicar y convencer. Para eso es necesario que el conjunto de la dirigencia en sentido amplio esté consustanciada con un plan, con la voluntad de llevarlo adelante e implementarlo. Dar avances institucionales que permitan sostener en el tiempo las decisiones.

Se requiere de autoridad y liderazgo para coordinar las expectativas lograr la cooperación de actores relevantes de la economía argentina.

Soy fan de Racing y hemos logrado y seguro lograremos más campeonatos. Al fútbol argentino le está yendo bien, también a River y a Boca.

No creo q las vacas vuelen y la inflación no se baja con voluntarismo. Debemos trabajar seriamente para bajar esta enfermedad crónica que tiene la Argentina.

(*) - Diego Bossio es economista, ex director de Anses y ex diputado nacional.