Desde temprano miles de chacareros comenzaron a ocupar el predio del kilómetro 228 de la Ruta 9 en San Nicolás, para protagonizar la protesta más fuerte del campo contra el Gobierno desde el 2008.

Centenares de camionetas 4x4 fueron estacionadas a la vera de esa autovía, y en algún momento hubo hasta un amague de cortar una mano, lo cual fue impedido por miembros de la organización del acto, ante el temor de que la protesta se saliera de cauce.

El horno no está para bollos entre los chacareros, que se sienten maltratados por el gobierno y observan con desconfianza como la vicepresidenta Cristina Kirchner copa cada vez más casilleros en el poder.

El kirchnerismo y algunos sectores del campo quedaron más que separados por la grieta desde aquella pelea por las retenciones móviles que concluyó con el "voto no positivo" de Julio Cobos.

Ese desempate a favor del campo, emitido de madrugada mientras el entonces jefe del bloque kirchnerista del Senado, Miguel Pichetto, le imploraba a Cobos que no lo hiciera, fue tan duro para el gobierno de entonces que casi termina con aquella Presidenta dando un portazo.

El kirchnerismo nunca pudo digerir semejante derrota por parte de la "oligarquía agropecuaria", como suelen hablar del campo algunos visitantes asiduos del Instituto Patria.

Pasaron más de 13 años desde aquella disputa política que se extendió durante cuatro meses. 

Todo o nada

Una pelea a todo o nada que no sólo le terminó costando la Jefatura de Gabinete a Alberto Fernández -renunció poco tiempo después-, sino que también derivó en el desplazamiento del ministro de Economía de aquella época, un señor llamado Martín Lousteau, el autor intelectual de las retenciones móviles.

Eran los tiempos en que Guillermo Moreno hacía el gesto de que "les vamos a cortar el cuello" en pleno acto en la Plaza de Mayo, mientras el campo hacía marchas cada vez más multitudinarias en Palermo, y en algunos cruces hasta había piñas protagonizadas por el piquetero Luis D´Elía.

Eran otros tiempos, de los que algunos prefieren no acordarse, y ante los que otros, cuando se los recuerda, bajan la cabeza.

Si algo no quiere el gobierno -o al menos un sector alineado con el Presidente- es dejar abierta alguna puerta para volver a vivir un conflicto semejante en la Argentina.

En definitiva, el campo permitió sostener buena parte de los multimillonarios subsidios pagados para evitar que el país terminara de colapsar en medio de la pandemia.

Esas divisas también fueron responsables de que el gobierno no tuviese que aplicar una megadevaluación que hubiese hecho volar por los aires cualquier intento de Martín Guzmán por "tranquilizar" la economía.

Y son esos mismos agrodólares los que le están dando la chance al oficialismo de llegar a las legislativas del 14 de noviembre próximo con posibilidades de retener el control del Congreso.

A nadie -al campo tampoco- le conviene que aflore de nuevo un conflicto entre el gobierno y el sector que permite que este país siga funcionando, aún con sus muchas limitaciones.

El problema es que, tanto de un lado como del otro, hay dirigentes que se las tienen jurada. 

Ante esa realidad, hará falta pericia y temple en la conducción política a ambos lados de la grieta para evitar otro fracaso argentino.