Los desafíos son múltiples en una Argentina desordenada y sin rumbo. El tiempo parece correr más rápido que nunca entre cuestiones políticas y económicas que no están dispuestas a esperar.

En algunos días operará el vencimiento con el FMI. El 31 de julio próximo vencen cerca de 2.700 millones de dólares a los que un día después se le adicionan otros 900 millones de dólares que vencen con el propio organismo. Reservas en el Banco Central ya no quedan, el crédito hace tiempo que no existe para la Argentina y los desembolsos por parte del FMI parecen retrasarse más de lo previsto por el equipo económico.

Es difícil encontrar países alrededor de mundo con el nivel de fragilidad que tiene la Argentina. Los problemas estructurales que se profundizaron durante más de 20 años llevaron al país a sus límites más incómodos.

Entre la falta de divisas y la inflación descontrolada (o al menos la más alta en más de tres décadas) el Gobierno parece perdido. Las medidas que impulsa el equipo económico (algunos conocidas, otras aún no) parecen reflejar nuevamente que el único objetivo es intentar sobrevivir hasta las elecciones.

LEÉ: "Massa patea todo para adelante, mete la basura debajo de la alfombra", dijo el referente económico de Rodríguez Larreta

El nuevo “anticipo” del impuesto a las ganancias para empresas que hayan tenido beneficios por encima de los 600 millones de pesos parece ser una receta ya utilizada que no ha dado buenos resultados: se anticipa la recaudación de impuestos del próximo año, lo que implica de por sí que la mayor recaudación que se pueda generar hoy, será una merma en las arcas públicas mañana. Otro inconveniente que genera esta medida es por supuesto la transferencia a precios que pueda haber producto de este aumento en la presión impositiva sin mediar aviso. Por último, y tal vez lo más dañino para el conjunto de la economía sea el cambio de reglas de juego permanente que opera en la República Argentina, que colabora a terminar de destruir la confianza que aquel que invierte necesita tener como condición necesaria para tomar la decisión de hacerlo.

El nuevo “dólar soja” o la extensión del tipo de cambio diferencial para las economías regionales, sin solucionar el divague de la multiplicidad de valores que tiene el dólar en el país, no es más que un parche que pone en riesgo el actual –y ya monstruoso- nivel de inflación. Un dólar diferencial más elevado hoy no generará otra cosa que mayor emisión monetaria, mayor distorsión y, por ende, mayor impacto en precios. El riesgo es elevado mientras la economía siga con sus problemas más estructurales sin resolver.

El nuevo impuesto a determinadas importaciones parece un último intento de encarecer exportaciones y lograr desincentivarlas. Aplicando este método también se producirá un impacto en precios y el nuevo dólar para importar seguirá siendo barato en relación a las cotizaciones libres, lo que implica que el apetito de los importadores no desaparecerá, sino que permanecerá intacto.

Nada de lo que pueda anunciarse en materia económica parece ser sostenible, ni estructural ni que solucione nada. El objetivo parece seguir siendo apenas el de intentar atravesar el calendario electoral con los menores sobresaltos posibles, a pesar que todos sabemos que más tarde o más temprano habrá que afrontar las consecuencias.