Pucho en mano para calmar la ansiedad, Julio mira la televisión. Sufre cada offside, cada vez que el VAR anula un gol y especialmente los dos goles de Arabia Saudita. Pero sufrir, sufrir en serio, en realidad es otra cosa y él lo sabe bien: los 37 años que pasó en la "mala vida", aquella otra vida, le hacen ver todo con una mirada particular y eso es lo que busca transmitirle a los pibes que asisten al Centro Barrial Padre Carlos Mugica, donde se recuperan de adicciones.

"No pasa nada, hay que seguir." La frase la dice este hombre de 62 años, que peina canas, y refiere puntualmente a la derrota por 2-1 en el arranque del Mundial de Qatar 2022. Pero, tranquilamente, podría salir de su boca al alentar a alguno de esos muchachos que, como él, tuvo un traspié. Y dos. Y tres.

"Empezamos con una derrota, pero confío plenamente. Fue un mal paso, nada más. Tengo fe, tengo esperanza". Otra vez, Julio habla del partido, aunque podría ser un extracto de una charla cualquiera en un día normal.

"Lo tengo tatuado. Me lo tatué en el brazo, porque me devolvieron la vida". Ahora ya no habla de nada relacionado con el fútbol: el tatuaje no es de Messi, ni de Scaloni, ni el escudo de la AFA, ni siquiera de Maradona. En la piel lleva al Centro Barrial Padre Carlos Mugica.

Un tropezón no es caída: cómo se vivió la derrota de la Selección desde un centro de recuperación de adicciones

Foto NA/Juan Vargas

Acá, en este lugar que sigue la típica arquitectura de este barrio, los verdaderos partidos se juegan a diario, a toda hora y el rival, o mejor dicho los rivales, son siempre los mismos: la droga, el alcohol, la exclusión.

Y Julio sabe bien cómo se paran en la cancha esos contrincantes, que tiene siempre un juego peligroso. "He logrado combatir una gran batalla. Estuve 37 años en la mala vida y le agradezco a Dios por la oportunidad que me ha dado y me agradezco a mí por haberme permitido darme esta oportunidad", remarca, mientras mira de reojo el televisor.

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Pantalón verde de trabajo, gorra negra y campera celeste y blanca de la Selección modelo 2012 visten a este hombre que ahora se desempeña como acompañante en el centro para apuntalar la recuperación de los pibes del barrio.

Y, como muestra del giro que significó haber salido de esa "mala vida", Julio no duda un segundo su siguiente frase. "Estoy en la mejor versión de mi vida: me caso el 10 de diciembre, estoy hace muchos años limpio, cambió mi forma de pensar, de ver la vida", destaca.

Las caras de preocupación y algún que otro grito desesperado al televisor serán una anécdota de este día. La esperanza aún vive en la gente: en lo que hace a los partidos que vienen contra México y Polonia y también en las luchas diarias, cotidianas.

Un tropezón no es caída: cómo se vivió la derrota de la Selección desde un centro de recuperación de adicciones

Foto NA/Juan Vargas

Para ganar ese partido, el de la inclusión, el que verdaderamente importa, el centro barrial abrió sus puertas más temprano: "Para que los chicos puedan ver el partido como un ser humano integrado a la sociedad. Hay mucha problemática aquí, muchos viven en la calle. Fue una alegría poder compartir este momento con ellos, a pesar de haber perdido", señala Julio.

"Los esperamos en la final. Vamos a ser campeones", se despide este hombre que, sin flashes ni lujos, es uno de los que se pone la 10 a diario en el Barrio 31.