Los periodistas deportivos (y de los otros también) tenemos nuestros próceres. Aquellos profesionales que nos nutrieron cuando éramos chicos, especialmente desde la prensa escrita.

En el siglo XX la letra de molde tenía otro valor. Hoy son tiempos de portales de noticias, de Twitter, de Instagram, de TiKTok y todas las plataformas que tengamos ganas de mencionar. Pero antes, el papel tenía otro aroma, otro color, otro peso.

Con esto no queremos decir que todo tiempo pasado fue extraordinario. Nunca lo diríamos. Era diferente. Era un mundo diferente. Ni mejor ni peor. Apenas distinto.

Eran tiempos de largas tenidas nocturnas, de cenas, café y whisky hasta la madrugada, de charlas que podían recorrer todo el espinel de temas que uno se pudiera imaginar. Incluso para los periodistas deportivos, que además de especialistas en lo suyo eran tipos que se ocupaban de otras cosas, por ahí menos prosaicas que el fútbol.

Uno de esos tipos era Osvaldo Ardizzone. Porteño hasta el tuétano. Había nacido en La Boca el 10 de noviembre de 1919 y de muy joven, a los 14 años, murió su padre y tuvo que salir a la calle a ganarse el pan para sostener la casa familiar. Y su lugar de confort fue la noche, el tango, la Calle Corrientes, la poesía, la literatura, el teatro… Hizo de todo en su vida para llevar un plato de comida a su casa hasta que, en 1956, a los 37 años, empezó a escribir en El Gráfico del brazo de Dante Panzeri, quien lo sacó del sector administrativo y se lo llevó a la redacción.  

Osvaldo fue amigo de Aníbal Troilo, de Discépolo, de Pedernera, del Charro Moreno y de todo aquel que lo pudiera nutrir para ser mejor persona.

Se fue de El Gráfico en 1977 y trabajó en la Revista Humor, en Tiempo Argentina y escribió columnas para esta agencia, para Noticias Argentinas.

Perodismo deportivo y los tips  "para no ser una mierda"

En el medio de su tarea como periodista deportivo, porque ese era su valor de mercado más allá de su talento para tantísimas otras cosas, llegó con una obra suya a la calle Corrientes: “Chau Ventarrón”, en la que decía monólogos (¿el origen del stand up?), recitaba poemas y entonaba canciones propias acompañado por la voz y la guitarra de Gustavo Surt, un entrerriano talentosísimo que todavía despunta el vicio ya que era 32 años más joven que Osvaldo.

Luego se presentó en la calle Corrientes con otras obras: “El hombre común” y “A solas con uno mismo”, todo mientras colaboraba con Antonio Carrizo en el programa de radio “La vida y el canto”, y escribía ensayos sobre tango. Con Carrizo entregaba aguasfuertes que se llamaban “Cartas de Osvaldo Ardizzone”.

Su estilo era barroco, cargado de adjetivos y apelando permanentemente al lenguaje popular y al lunfardo. Algunas veces demasiado almibarado, pero esa era su marca. Su forma de escribir estaba muy por delante de lo que se producía en El Gráfico en la década del 50 y marcó a toda una generación de periodistas que trataban de imitarlo sin demasiado éxito. Héctor Vega Onesime en su libro “Memorias de un periodista deportivo” decía de Osvaldo: “Ardizzone poseía el carisma de los buenos charlistas. Con él recorrí la noche de Buenos Aires durante tertulias interminables en las cuales el fútbol y el tango monopolizaban nuestros afanes. Veladas que nos llevaban a su casa de Banfield de madrugada, justo para que les diera un beso a sus hijos que partían al colegio. El silencioso rezongo de la mirada de su mujer, el desayuno apurado y de vuelta a la redacción de El Gráfico”.

Se puede abundar muchísimo sobre la vida de Osvaldo, pero preferimos que hable de su obra. Hace 50 años, Ardizzone dejaba para el mundo un poema que tiene bastante de actualidad en los días que hoy nos tocan vivir. Es parte de su obra “A solas con uno mismo”. Se lo dejamos para que lo disfruten:

“Cuando sacrifiques la amistad por el poder…
Cuando festejes el humor de los mediocres como la pobre copera lo hace con sus clientes…
Cuando te acostumbres a juzgar a los demás por la calidad de la ropa que visten…
Cuando mires con concupiscencia la mujer del amigo que te brindó la mesa, el techo y hasta el lecho…
Cuando juzgues despreciativamente a un borracho…
Cuando te erijas en juez inflexible de una prostituta…
Cuando te inclines por lo que te conviene y no por lo que realmente sientas…
Cuando después de tres días consecutivos adviertas que ni una sola vez levantaste los ojos al cielo…
Cuando digas, con la voz impostada del aforista, que deben existir los pobres y los ricos, los triunfadores y los fracasados, los dirigentes y los dirigidos…
Cuando te refieras a la gente y no te sientas incluido en ella…
Cuando no soportes más el trabajo que te impone tu mandamás y lo aceptes sin el asomo de una rebelión…
Cuando pronuncies por primera vez la palabra negro con asco…
Cuando te sientas ufano y orgulloso de ser blanco…
Cuando entones canciones de protesta porque está de gran moda cantarlas…
Cuando tus más queridos sueños literarios, cuando la espontaneidad de tu primer soneto, desemboquen en la prosa gris y árida de un memorándum ejecutivo…
Cuando asistas sin inmutarte a un desalojo…
Cuando proclames ante tus hijos tu brillante carrera de triunfador…
Cuando dejes de concurrir a los parques…
Cuando ya no te quede la posibilidad de un asombro, ni un resto de candor, ni una lágrima para una pena, ni el estremecimiento para un abrazo de hermano, ni el valor para jugarte en un gesto…
Cuando pierdas la facultad de arrepentirte…
Cuando seas incapaz de perdonar…
Cuando te sientas vacío para querer…
Entonces, ¿de qué te servirá el poder, de qué el dinero, de qué los amoríos fáciles, de qué las frases huecas, de qué tu propia vida?
Porque entonces, con solo mirarte al espejo, comprobarás que te has transformado en lo que se dice, comúnmente… ¡¡¡UNA MIERDA!!!”

Gracias, Osvaldo. Gracias por el manto de realidad.

Ardizzone murió el 8 de enero de 1987, a los 67 años.