Los equipos entran a la cancha con fuegos artificiales. Un grupo de espectadores grita “MVP” para reclamar que se le entregue el premio del jugador más valioso a uno de los futbolistas de Nashville que no alcanzamos a identificar. Una chica canta el Himno Nacional de los Estados Unidos. Los gringos toman cerveza para bancarse el calor y comen hamburguesas, panchos y pochoclos para darle el marco apropiado a un deporte que se juega en los Estados Unidos.

Todo, pero todo ¿eh?, está bastante alejado de lo que se vive en cada cancha del mundo cuando se juega una final de fútbol. Desde las características del público hasta la parafernalia que rodea al partido. Fluctúa entre lo pretencioso, lo bizarro y lo deprimente.

LEÉ: Martino se rindió ante sus figuras por el título de Inter Miami: “Messi, Busquets y Alba le dan identidad al equipo”

Pero la sintonía cambia inmediatamente cuando empieza a rodar la pelota. No podemos decir qué les pasa a los hinchas de fútbol estadounidenses porque sus motivaciones para ir a la cancha nos son ajenas. Pero si comprendemos perfectamente las sensaciones de los argentinos que agitan sus banderas y lucen sus camisetas celestes y blancas y de los latinos que se suman a la fiesta.

Y entonces aparece la magia del fútbol para igualar. Para que nos olvidemos que el partido se juega en Nashville y que es la final de una competencia menor (en esta Leagues Cup sólo participan equipos mexicanos y estadounidenses). Y también la magia de Messi. Que aparece poco y nada, pero cuando lo hace deja a todos con la boca abierta. Primero porque clavó un zurdazo fantástico en el ángulo superior derecho de Panicco (si, no se rían, así se llama el arquero de Nashville) para poner el 1-0 luego de dejar a dos rivales pintados con un amague. Y luego para estrellar un tiro en el poste en otra jugada electrizante.

Es la magia de Messi que, con algunos amigos, como Jordi Alba y Busquets, puede armar combinaciones con los ojos cerrados y transformar a un equipo malísimo en otro competitivo. Y es que Messi, por primera vez en su carrera, juega en un club sin estrellas, muy poco acompañado y rodeado de troncos salvo algunas honrosas excepciones. Ahí, tal vez, podemos encontrar un desafío diferente para Leo. 

Messi lleva poco más de un mes en el Inter de Miami, un equipo que hasta la llegada del 10 (y de Busquets y Alba, por supuesto), no le ganaba a nadie. En apenas 24 días (debutó el 27 de julio) jugó 7 partidos, marcó 10 goles, consiguió su primer título en Estados Unidos y el primero para el Inter que, con apenas cuatro años de vida, levantó su primera copa en una temporada que pintaba para el papelón, porque recordemos que el Inter marcha último en la Zona A de la MLS con 18 puntos después de 22 partidos, de los cuales ganó 5, empató 3 y perdió 14 con 22 goles a favor y 36 en contra. Y, además, lo clasificó para la Concachampions, que es la Copa Libertadores de la Concacaf.

LEÉ: Lionel Messi sumó un nuevo título y se convirtió en el jugador más ganador de la historia del fútbol

Leo, en la conferencia de prensa que dio antes de la final, dijo que se sentía muy cómodo desde que llegó a Miami. Comparó su desembarco en esa ciudad con mucho de lo bueno que le había pasado en Barcelona y mucho de lo malo que le había tocado vivir en París. Se definió a sí mismo feliz, a pesar de admitir que todavía se estaban aclimatando él y su familia.

Lo bueno es que esa comodidad que aparentemente encontró en la ciudad y en el club se transfirió automáticamente a su rendimiento en el campo de juego, en donde Messi está jugando muy a tono con lo que venía produciendo en la Selección Nacional. Esto es un jugador de poco recorrido, pero con apariciones fulgurantes. No muy participativo, pero decisivo. Un Messi maduro, que juega con la cabeza de un veterano pero que mantiene el apetito de un novato porque, más allá de las palabras (recordemos que en su presentación afirmó que venía “como siempre a competir”), se le nota que quiere seguir sumando títulos y que su idea, más allá de que nos damos por enterados de que no quiere más las presiones de las grandes ligas, tampoco es que fue a Estados Unidos para hacer la plancha.

Messi está feliz en Miami. Ya lo dijimos en alguna nota anterior. Es una ciudad que marida bien con su vida, su crecimiento, sus ambiciones y con los gustos de Messi. Messi, repetimos, no es Gramsci; es un producto del capitalismo y jamás adoptó una postura rebelde o díscola frente a ese estado de situación. Es una máquina de jugar a la pelota, de ganar títulos y de facturar. Y si a los argentinos nos hace felices un rato y él es feliz, ¿qué más se le puede pedir? Es verdad, es verdad, siempre se puede pedir más. El asunto es si hace falta. O más aún. Si él es la persona indicada.