Por Armando Torres (*)

En estos días recordé a Fernando Báez Sosa, el humilde morochito de 18 años, estudiante de Derecho, hijo de porteros paraguayos, que el verano pasado fue asesinado en Villa Gesell por una patota de rugbiers.

También al futbolista de 26 años de Defensores de Olivos identificado como John Little, estudiante de la carrera de contador, agredido brutalmente en la madrugada del 30 de agosto de 2016 por otro grupete de jugadores del Olivos Rugby Club que le fracturó el cráneo y no le causó la muerte no por voluntad de los agresores, sino por la acción de la providencia, los amigos que lo socorrieron y, por supuesto, los profesionales de la medicina que lo asistieron.

Aquellos no fueron hechos aislados cometidos por jóvenes que ofenden a su propio deporte, el rugby, un juego hermoso, rodeado de un aura a partir del espíritu de amistad, solidaridad y otros valores éticos que empujan como en un pack quienes promueven lo mejor de esa actividad.

Son, en cambio, acciones que se repiten mucho más de lo que se publican, perpetradas por muchachos que no saben administrar los beneficios que azarosamente les dio la vida, como físicos exuberantes y, muchas veces, ámbitos de actuación sin presiones económicas ni sociales.

Protagonistas de un deporte noble se vuelven así individuos innobles y cobardes.

Ellos necesitan recibir ejemplos prácticos del alcance de los valores que se predican en el rugby.

Admito que mis evocaciones reflejan una bronca -y si se quiere, prejuicios- contra quienes vacían el discurso de los "valores" del rugby, que ciertamente existen, al aprobar esas desviaciones con la venia hipócrita del silencio o mirando hacia otra parte.

No asumen que dejan de ser "valores" cuando los reservan para los íntimos mientras que al resto, en el mejor de los casos, solo le dispensan indiferencia o desprecio, con un equívoco concepto de pertenencia que, en rigor, no es nada más que un espíritu discriminador.

Así, estos grupos complacientes se constituyen en castas cuyos miembros no entienden que los "valores" no solo se declaman sino que, para serlo, deben practicarse.

Estas reflexiones, si así pueden considerárselas, vienen a colación de la actitud de indolencia o por lo menos módica que tuvieron los Pumas en relación con la memoria de Diego Maradona antes y después de su partido con los All Blacks.

Perdieron allí la oportunidad de constituir un ejemplo práctico e inspirador de los "valores" proclamados.

Hubiera sido más generoso e integrador que como embajadores del deporte argentino expresaran más sentimiento, como lo manifestaron la gran mayoría de los argentinos, decenas de millones de personas en el mundo y, de forma conmovedora, de cara a ellos, los jugadores neozelandeses.

La oportunidad era emblemática, siendo que Maradona fue una figura que surgida de la pobreza casi extrema se abrió paso en la vida con las armas a su alcance hasta llegar a las cumbres y convertirse en un ícono mundial, además de admirador manifiesto de los Pumas.

Quizás a quienes confunden "valores" con elitismo, les venga bien leer el posteo que hizo en la red social Facebook un calificado hombre e intelectual del rugby, el periodista Jorge Búsico, quien lamentó que los Pumas no hayan homenajeado a Maradona en el campo de juego y que en su cuenta oficial de Twitter apenas hayan dicho que "la camiseta argentina perdió a uno de sus principales representantes y hoy era imposible no pensar en él. #DiegoEterno #VamosArgentina".

Búsico, que sí está consustanciado y practica los valores enunciados en el rugby, consideró esa omisión "un papelón" y, en contrapartida, destacó que el "ejemplo" lo dieron los All Blacks por su actitud emocionante, no por eso menos viril.

Ellos pusieron la emoción, el sentimiento, el gesto de integración.

Los nuestros, por así llamarlos, fueron módicos; pusieron la indiferencia.

(*) - Ex secretario general de redacción de Noticias Argentinas (NA).