Argentina jugó un partido cerradísimo contra Inglaterra y le ganó 1-0 para pasar a las semifinales del Mundial que se disputa en España. Su rival en esta nueva instancia será Alemania, el sábado, a las 16.30. Por el otro lado de la llave llegan otros dos favoritos: Australia y Países Bajos.

Esta columna la podríamos escribir tranquilamente la semana que viene, con los resultados finales del Mundial. Con la certeza de que Argentina fue primera, segunda, tercera o cuarta en el torneo. Pero francamente no hace diferencia conocer el resultado final de esa competencia porque la mística de las chicas que se calzan la celeste y blanca para jugar al hockey sobre césped supera a los resultados y a los nombres propios.

Desde hace 22 años, más exactamente desde el 24 de septiembre de 2000, cuando saltaron a la cancha con el símbolo de Las Leonas pegado en la camiseta, nació un aura especial que ilumina a cada una de las jugadoras que salta a la cancha. Pueden contar en su plantel con la mejor jugadora del mundo durante una década, como lo fue Luciana Aymar, o con esa arquera fantástica que está quemando los últimos cartuchos (Belén Succi) o puede llamarse Albertario, González, Pérez o García. No importa. Lo que hace la diferencia está más allá de las capacidades individuales o colectivas. Está en lo que para ellas representa vestir esa camiseta y defender los valores de un deporte que puede ser considerado propio de las clases altas o medias acomodadas pero que en realidad ya ha trascendido las fronteras y ahora alcanza a todas las clases sociales de cualquier barrio, ciudad o provincia de la Argentina.

Es absolutamente cierto que el hockey, durante décadas, le perteneció a la parte más alta de la pirámide social. Pero como los fenómenos no se explican, sólo suceden, desde aquella épica medalla plateada de Sídney 2000 hasta aquí, el deporte se ha extendido hasta lugares inimaginados.

Las Leonas: un rugido que lleva 22 años

Hagamos un poco de historia de cómo nacieron Las Leonas y cómo se gestó su épica. Se disputaban los JJOO de Sydney y Argentina (no eran Las Leonas aún) quedaron emparejadas en el Grupo A con Australia, España, Gran Bretaña y Corea del Sur. Arrancaron el torneo con un triunfo 3-2 sobre Corea del Sur con goles de Karina Masotta, Aymar y Jorgelina Rimoldi. En el siguiente partido, vencieron a Gran Bretaña 1-0. Pero cuando todo parecía encaminado, llegaron las derrotas ante Australia (1-3) y España (0-1). Entre ese partido de España y el siguiente, que era eliminatorio, ante Países Bajos, se diseñó el logo de Las Leonas y se coció en cada una de las camisetas. Y con esa figura sobre el corazón se llevaron puestas a las potentes neerlandesas por 3-1. Ya autodefinidas como Las Leonas, y bajo ese influjo, vencieron a China (2-1) y a Nueva Zelanda (7-1), con lo que se aseguraron la medalla plateada. La derrota ante Australia en la final olímpica, por 3-1, no empañó ni un poco el recorrido que las chicas habían construido, sin ser favoritas ni mucho menos, hasta llegar al segundo escalón del podio.

De ahí en más fueron dos veces campeonas del mundo (2002 y 2010), y plata en los JJOO de Londres y Tokio y bronce en Atenas y Beijing. Ganaron siete veces el Champion Trophy y una vez la Liga Mundial y el Pro League. No mencionamos los segundos y terceros puestos porque no terminaríamos más con la enumeración. Para sintetizar, la historia deportiva cambió desde el día que se empezaron a llamar Las Leonas.

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Y el cambio no fue sólo a nivel de resultados. Lo que ocurrió es que semejante ejemplo deportivo y la sucesión de resultados favorables, generaron expectativa de la sociedad y la ambición de decenas de miles de chicas que se volcaron a practicar el juego. Aquellas jovencitas de colegios privados y clubes caros (que lo eran), probablemente sin proponérselo, sirvieron como espejo para que otras chicas, tal vez con menos oportunidades en la vida, comenzaran a practicar el hockey con las herramientas que tuvieran a la mano. Y así fue como dejó de ser un deporte para las élites y se trasladó sin escalas a los clubes de barrio.

Es cierto que no todas son rosas, porque los clubes menos tradicionales son mirados de reojo por aquellos que todavía se creen dueños de las membresías, como GEBA, CASI o San Fernando. Pero como la punta del iceberg no controla lo que pasa abajo del agua, la base empuja y exige. En San Lorenzo, por ejemplo, los chicos y chicas de la Villa 20 de Barracas y de la 1-11-14 del Bajo Flores, juegan al hockey con muy buenos rendimientos, pese a que todavía les cuesta ingresar en el circuito competitivo tradicional. Sólo es cuestión de tiempo.

La idea de que el hockey es sólo un deporte de culones y gente pudiente ya está quedando de lado por el entusiasmo de jugarlo, por el empuje de los chicos y chicas que lo practican y porque, por más resistencia que haya, el cambio ya está en marcha.

¿Hay mucho que mejorar? Sí. ¿Todavía hay que romper ciertas barreras discriminatorias y clasistas? Claro. ¿Hay que abrir la competencia de los clubes que se creen selectos a otras instituciones de fútbol o barriales que quieren entrar al mundo del hockey federado? Obvio. Repetimos: es cuestión de tiempo nomás. Porque la revolución ya está en marcha desde abajo. Y cuando la revolución se pone en marcha, nada la detiene. Y Las Leonas, no lo duden, son partícipes necesarias de este cambio de paradigma.