Hay una foto que todos los que tenemos más de 60 años recordamos. El protagonista central es el jugador que está en el medio de los otros dos, el que está todo vestido de negro. Se trata de Lev Yashin, el mítico Araña Negra, tal vez el mejor arquero que haya pisado una cancha de fútbol en toda la historia de este deporte.

Lev, que nació el 22 de octubre de 1929 y murió el 20 de marzo de 1990, trabajaba en una distribuidora de frutas cuando era niño. Su destino no pintaba para nada extraordinario hasta que un buscador de talentos del Spartak de Moscú lo vio ir de un camión a otro atajando melones. Ese talento lo llevó a conversar con los padres del joven para llevárselo a Moscú para jugar como arquero.

La historia de Yashin es riquísima y ya habrá tiempo para desarrollarla en alguna otra columna. Sólo diremos que fue el único jugador de la historia que ganó el Balón de Oro sin ser un futbolista de campo. Esto ocurrió en 1963. Desde 2019, el premio a los arqueros se llama Lev Yashin y fue incluido por France Football en el “once ideal” de la historia.

A la izquierda de Yashin en esa foto está Igor Netto, un volante central inteligente que jugó toda su carrera en el Spartak. Cuando era pequeño se desempeñaba como lateral izquierdo, pero por su capacidad para pensar el juego colectivamente, ya en las inferiores, lo catapultaron al centro de la cancha. Era hábil, cerebral y con mucha visión del juego. Tenía el cuello largo y la voz muy finita por lo que le decían Ganso (Guss). Igor jugó 367 partidos en el Spartak entre 1949 y 1966 y anotó 37 goles. Una curiosidad poco conocida era que Netto, entre 1948 y 1951, actuaba simultáneamente en el equipo de fútbol y en el hockey sobre hielo del Spartak, algo que después de tres años debió dejar de hacer porque el hockey le generaba lesiones que le impedían estar en todos los partidos de fútbol.

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Pero volvamos a la foto. A la derecha de Yashin hay un pibito de jopo llamado Eduard Streltsov, quien fuera conocido en su país como el Pelé soviético. Y aquí sí llegó el momento: nos vamos a detener en la vida del bueno de Eduard, quien cambió plata por mierda por no tener la capacidad de mantener su bragueta cerrada.

La gran estrella del fútbol ruso y el precio de la lujuria

Lo que le pasó a Streltsov todavía es un misterio. No se sabe si en realidad una noche de alcohol desató a una bestia indomable o si en verdad pagó con su libertad el haber tenido sexo con la persona equivocada. O, mejor dicho, con la hija de la persona equivocada. Sea como fuere, en ambos casos, su perdición fue el desenfreno, el deseo sexual exacerbado.

La carrera de Eduard era una escalera en ascenso en 1958. Su capacidad, talento y carisma lo catapultaron a lo más alto del fútbol internacional, incluso con el karma de ser soviético en medio de la guerra fría y con un mundo polarizado que se dividía entre los buenos (los que estaban en occidente) y los demonios (los que vivían en oriente).

Pero pasó algo que frenó el ascenso de Streltsov. Y ese algo ocurrió la noche del 25 de mayo de 1958, cuando la selección de la URSS en pleno fue invitada a una fiesta privada en una casa de campo que pertenecía a un tal Eduard Karakhanov, un oficial del ejército ruso. Esa noche Streltsov se la pegó en la pera con vodka hasta que se desmayó. Y al otro día, al despertar, se encontró rodeado de policías que lo acusaban de haber violado a Marina Lebedeva, una chica de 19 años que presuntamente se había ido con él a la cama la noche anterior.

La gran estrella del fútbol ruso y el precio de la lujuria

Streltsov fue interrogado y confesó su culpa. La prensa occidental sostuvo durante años que lo hizo porque le habían asegurado que, si admitía la violación, le permitirían jugar el Mundial de Suecia. Nada de eso ocurrió. A las dos semanas fue condenado a 12 años de trabajos forzados en un gulag en Siberia y su carrera como jugador quedó detenida en el tiempo. Tenía 21 años.

Eduard aceptó la pena sin chistar. Nunca más volvió a hablar de aquella noche. Jamás puso en duda la sentencia. ¿Fue porque había violado a la joven o porque le temía a algo más? Imposible saberlo.

Para Occidente su historia se convirtió en un ejemplo viviente de la opresión soviética. Se decía que Streltsov era inocente y que había pagado con su libertad un romance con Svetlana Furtseva, de 16 años, la hija de Yekaterina Furtseva, la única mujer miembro del Buró Político de la Unión Soviética.

Resulta que una noche, un año y medio antes de aquella fatídico 25 de mayo, Yekaterina Furtseva reunió en el Kremlin a la Selección campeona olímpica en Melbourne y en un momento se acercó a Streltsov y le mencionó por lo bajo que evaluara la posibilidad de casarse con su hija, que estaba enamorada después de haber pasado con él una noche de romance, o de sexo, como más les guste.

Según el relato de la prensa estadounidense, Streltsov le dijo a Furtseva: “Ya tengo novia. No me interesa”. Y no contento con eso, fue más lejos: “Nunca me casaría con ese mono. Prefiero que me cuelguen a casarme con ella”, dijo ante las risas de sus compañeros y la furia de Yekaterina Furtseva.

La gran estrella del fútbol ruso y el precio de la lujuria

¿Fue suficiente esa ofensa para que Yekaterina pergeñara semejante venganza? Los protagonistas se negaron siempre siquiera a sugerirlo.

El periodista de The Guardian, Jonathan Wilson, entrevistó a Nikita Simonyan, un ex jugador y entrenador ruso, y narra que éste, sin decir una palabra, abrió un cajón de su escritorio y le entregó cuatro fotografías. En dos se veía a una mujer de pelo oscuro –Marina Lebedeva– en un hospital, con los ojos llenos de moretones. En las otras se lo observaba a Streltsov de perfil, con tres rajuñones en la cara. Simonyan, que hoy tiene 95 años y todavía está entre nosotros, es tal vez el único protagonista de esa historia que podría aclarar lo que pasó aquella noche.

La prensa occidental se ocupó de exonerar a Streltsov y de culpar a la KGB y al gobierno de Nikita Jruschov de los males de Eduard. La única verdad es que una maldición cayó como un rayo sobre Streltsov y lo sacó de una vida glamorosa para depositarlo en otra dramática.

El gran problema de Streltsov era que se creía intocable y rompía los moldes. Era engreído, mujeriego, borrachín, fumador y cada día redoblaba la apuesta. Por ejemplo, no tenía ningún empacho en decirle a quién lo quisiera escuchar que, cada vez que regresaba de alguna gira, le costaba volver a Moscú, que el mundo era mucho más que la Unión Soviética y que tenía ganas de conocer otros horizontes. Por eso la KGB lo había puesto en una lista de posibles desertores.

De los 12 años de condena, cumplió cinco por buen comportamiento. Cuando salió Eduard volvió a jugar y a ser figura, pero ya nada sería igual. Fue campeón con el FC Torpedo en la temporada 65/66, ganó la Copa de la URSS en 1968 y fue elegido el mejor futbolista de las temporadas 67 y 68 pero fue convocado poco y nada para la Selección soviética porque su prontuario lo había convertido en un paria, salvo para los hinchas del Torpedo que lo idolatraban. Jugó 17 partidos para la URSS entre 1966 y 1968 y convirtió apenas 2 goles.

Eduard Streltsov murió de cáncer de garganta en 1990, a los 53 años. La vida de Marina Lebedeva se perdió en la noche del misterio. Hay una leyenda que dice que, durante algunos años, cada 25 de mayo, aparecía un ramo de flores por la tumba de Streltsov. Es una leyenda. Y como tantas otras, incomprobable.