Si alguien imagina una novela con semejante trama, seguramente el editor de turno le diría: “Eh… Pará un poco… ¿Cómo un equipo de fútbol va a jugar un Mundial en medio de una guerra?”. Y peor aún; si el escritor le dijera además que muchos argentinos estaban más interesados en el destino de la Selección de Menotti que en lo que ocurría en Malvinas, el editor daría por terminada la charla y denunciaría por insano al autor de esa idea.

Bueno… La realidad, se sabe, supera a la ficción. Y eso fue lo que ocurrió en Argentina y en España, en 1982. Una guerra, en las Islas Malvinas; y un Mundial, en la península Ibérica. Y ambos se solaparon por lo menos un día. Mientras Argentina perdía con Bélgica en el Mundial de España, en el Camp Nou, el 13 de junio de 1992; en las Malvinas se desarrollaba el combate final, que se llamó La Batalla de Puerto Argentino y que terminó el 14 con la rendición del General Mario Benjamín Menéndez, quien desoyó los reclamos de “extender la defensa hasta agotar la última gota de sangre argentina en las Islas” que le ordenaba el dictador Leopoldo Fortunato Galtieri. La diosa fortuna quiso que Menéndez fuera un cobarde y que el sólo hecho de afrontar el riesgo de su propia muerte, evitó que perdieran se perdieran más vidas de los soldados argentinos, la mayoría de ellos conscriptos de 18 y 19 años, quienes habían ido a combatir a una guerra sin los rudimentos mínimos del entrenamiento militar.

Mientras Menotti elegía un equipo para debutar en el Mundial ante los belgas, los ingleses tomaban Pradera de Ganso y Darwin y comenzaban a avanzar contra las precarias defensas argentinas en los Montes London, Dos Hermanas y Harriet. Los argentinos resistieron como pudieron y en la madrugada se retiraron hacia Wireless Rigde, Tumbledown, Williams y Sapper Hill, en donde también dieron pelea hasta que fueron derrotados. El 13, insistimos, mientras Argentina jugaba con Bélgica, el avance inglés sobre Puerto Argentino era incesante e imposible de detener.

Un día después, cuando comenzó a escuchar los primeros tiros cerca de su casa, Menéndez decidió la rendición y paró el absurdo. El comandante inglés Jeremy Moore, aceptó los términos de la rendición y el 14 de junio de 1982 se cerró en lo formal otra etapa negra de la Dictadura cívico militar que asoló a la Argentina entre 1976 y 1982.

¿Por qué decimos se terminó en lo formal? Porque para muchos ex combatientes el futuro ya estaba agrietado. A los 649 muertos registrados en la guerra se agregaron casi 500 suicidios (no hay un número preciso por razones más que obvias) y quedaron 1687 heridos que ya no volverían a tener una vida normal. La guerra no sólo deja secuelas físicas y psíquicas, también deja el alma partida. Y eso no se puede reparar.

La Guerra de Malvinas, más allá de la legitimidad del reclamo argentino, fue un disparate por donde se pudiera mirar. La dictadura venía golpeada, no daba pie con bola con la economía y las revueltas sindicales eran cada vez más potentes. Ni la salvaje represión de los militares podía detener una avalancha que avanzaba.

Es más, el 30 de marzo, tres días antes de que se pusiera en marcha la Operación Rosario para reconquistar las Malvinas, una protesta de la CGT Brasil, liderada por Saúl Ubaldini, copó la plaza de mayo bajo la consigna “Paz, pan y trabajo”. Más de 20 mil trabajadores y ciudadanos de pie, entre los que se encontraba quien escribe esta columna, hicieron temblar a la dictadura.

Las columnas sindicales marcharon desde Brasil 1482, sede de la CGT Brasil, y en la Plaza confluyeron con una multitud que los estaba esperando. Galtieri, secundado por el comandante del Ier. Cuerpo del Ejército, Cristino Nicolaides y el jefe del Estado Mayo del Ejército, José Antonio Vaquero, ordenó desalojar la Plaza de Mayo. Una vez que se desató el accionar policial y militar, el desbande fue absoluto. No sólo se desalojó la plaza, como era el plan original, sino que después se desató una cacería por las calles de Buenos Aires para encarcelar manifestantes. Miles y miles de personas fueron refugiadas en casas cercanas o en negocios que sólo abrían sus puertas para permitir el ingreso de los que escapaban de la represión. Hubo más de 2 mil detenidos esta noche y madrugada. Entre ellos estaban Ubaldini, la cúpula de la CGT, Adolfo Pérez Esquivel y Madres de Plaza de Mayo.

Ese era el contexto pre Malvinas en la Argentina.

La primera ministra inglesa, Margaret Thatcher, tampoco la tenía sencilla. Su plan de ajuste había hecho estragos en la sociedad inglesa y la Guerra llegó como una tabla de salvación para un gobierno también jaqueado por protestas y huelgas.

Reseñar todo lo que pasó en Malvinas sería imposible en una sola nota. Hay millones de páginas de artículos periodísticos y libros que se pueden consultar. Sólo nos detendremos en la patología de cierta parte de la sociedad argentina.

Una vez desatada la Operación Rosario y recuperada las Malvinas, el desprecio hacia la dictadura genocida trocó en tres días en una euforia colectiva que vivaba a Galtieri como si fuera San Martín.

La misma Plaza que el 30 de marzo había sido desalojada con palazos, balas de goma y gases, diez días después, el 10 de abril, se poblaba de banderas argentinas para escuchar las palabras del dictador que se creía Nerón. “Si quieren venir, que vengan. Les presentaremos batalla” vociferaba Galtieri a quien sólo le faltaba un vaso de whisky en la mano. Y la multitud gritaba enajenada agitando banderas celestes y blancas, pero también estandartes de la Unión Cívica Radical, del peronismo y… de la CGT. Fue tal la sorpresa de Galtieri al ver semejante multitud, que tardó en sobreponerse unos instantes. El dictador parecía estar en estado de shock hasta que comenzó a desarrollar ideas que ni en la cabeza más afiebrada hubiera podido imaginarse dos semanas antes: “Acá están reunidos obreros, empresarios, intelectuales. Todos los órdenes de la vida nacional en la unión nacional en procura del bienestar de un país y su dignidad”. Y más gritos de euforia, aplausos y uno que otro intento de cantar la Marcha Peronista. También se dio el gusto de amenazar a los británicos: “Los argentinos estamos dispuestos a escarmentar a quien se atreva a tocar un metro cuadrado de nuestro territorio”.

Historia de los Mundiales: España 1982, en medio de la guerra

Un dato puede resultar insólito, pero explica el cambio de paradigma: el mismo Saúl Ubaldini que terminó preso el 30 de marzo tras la marcha a Plaza de Mayo, el 7 de abril se subía a un avión para ir a las Islas Malvinas junto a políticos, intelectuales, artistas y gran parte de las fuerzas vivas del país. Junto a Ubaldini también viajaron Donaires, de la CGT Brasil y Triacca, de la CNT-20.

Una sola voz se alzó en soledad para condenar las operaciones militares en Malvinas y fue denostado en cada uno de los lugares que aparecía para decir su parecer: el radical Raúl Alfonsín, quien pasó unos meses terribles por defender que ese asunto de Malvinas era otro disparate de la Dictadura.

Mientras los pibes se debatían entre morir y vivir en Malvinas con la preocupación de la mayoría de los argentinos, otros tantos padecían de demencia y sólo se interesaban por el equipo de Menotti que iba a jugar el Mundial de Fútbol en España.

Con 24 equipos (8 más que el número histórico), nuevamente se innovó en el formato. Se iban a jugar seis zonas de cuatro equipos y los dos primeros pasarían a los cuartos de final. Esos 12 conjuntos se dividirían en cuatro zonas de tres y los primeros de cada una de ellas irían a las semifinales, que se disputarían a un solo partido y con alargue en caso de empate. Los ganadores alcanzarían la final, los perdedores disputarían el tercer y cuarto puesto.

Tras la zona de grupos, clasificaron a los cuartos de final Polonia, Italia (Grupo 1), Alemania, Austria (grupo 2), Bélgica, Argentina (grupo 3), Inglaterra, Francia (grupo 4), Irlanda del Norte, España (grupo 5), Brasil y Unión Soviética (grupo 6).

Los hechos más recordados de esta primera parte del mundial fueron la goleada de Hungría sobre El Salvador 10-1, el resultado pactado entre Alemania y Austria para dejar afuera Argelia y el ingreso al campo de jugado del hermano del Emir de Kuwai, en mitad del juego y armado con un cuchillo, para amenazar al árbitro porque estaba disconforme con sus fallos.

Como consecuencia del papelón que hicieron Alemania Federal y Austria (el 1-0 a favor de los alemanes los clasificaba a ambos para la siguiente fase y dejaba afuera a Argelia por diferencia de gol, se cambiaron las reglas para los partidos decisivos, que se ahí en más se jugarían en el mismo día y horario para evitar este tipo de triquiñuelas.

Para la segunda fase quedaron armados el Grupo A con Polonia, Unión Soviética y Bélgica; el B, con Alemania, Inglaterra y España; el C, con Italia, Brasil y Argentina; y el D, con Francia, Austria e Irlanda del Norte.

En el Grupo A, pasó Polonia luego de ganarle 3-0 a Bélgica e igualar 0-0 con la URSS.

En el B, Alemania dejó en el camino a Inglaterra (0-0) y España (2-1).

En el C, Italia sacó del camino a Argentina (2-1) y Brasil (3-2). Este partido, el 3-2 sobre Brasil, fue uno de los mejores partidos del Mundial, ya que Italia tenía un equipo netamente inferior al Brasil de Telé Santana y, pese a ello, se las ingenió para ganarle con tres goles de Paolo Rossi y con Dino Zoff que atajó hasta el viento.

Y en el D, el clasificado fue Francia, que eliminó a Austria (1-0) e Irlanda (4-1).

Con estos resultados, quedaron conformadas las semifinales, entre Italia y Polonia y Francia y Alemania.

Italia, que había pasado de milagro la primera fase luego de tres empates con Polonia (0-0), Perú (1-1) y Camerún (1-1), cambió su cara por completo. Ya se había cargado a dos pesos pesados: Brasil y Argentina. Y lo mismo haría con Polonia por 2-0 con otros dos goles de Paolo Rossi.

Alemania y Francia jugaron un partido memorable que terminó 3-3 con goles de Littbarski a los 17 minutos de juego y de Platini, a los 26. Ya en el alargue, parecía que Francia tenía liquidados a los alemanes porque se puso 3-1 con goles de Tresor y Giresse, pero la resurrección teutona llegó con goles de Rummenigge y Fischer para llevar el asunto a los penales. Finalmente, Alemania ganó 5-4 con conversiones de Kaltz, Breitner, Littbarski, Rummenigge y Hrubesch (Stielike falló el tercero de la serie), mientras que para Francia marcaron Giresse, Amoros, Rocheteau y Platini pero fallaron los suyos Six y Bossis.

Y así Alemania e Italia fueron a buscar su tercera consagración mundial. Italia ya había sido campeona en el 34 y el 36 y Alemania se había consagrado en el 54 y el 74.

El primer tiempo fue muy trabado, con ambos equipos intentando imponer condiciones. Pero ya en el segundo tiempo, Italia pasó por arriba a Alemania. Rossi a los 12, Tardelli a los 24 y Altobelli a los 36 pusieron 3-0 a Italia. Un gol de Breitner, a los 38, decoró el resultado.

Italia daba el golpe. Un equipo que se había consolidado con el andar el campeonato, ya que fue de menor a mayor y obtuvo un mundial que nadie esperaba después de ver las flojas prestaciones de la primera fase. ¿Fue una sorpresa? Sí. Nadie daba un mango por el equipo de Enzo Bearzot, que pasó de villano a héroe en 25 días. Al igual que los jugadores, que pasaron sin escalas de ser los enemigos públicos número a la categoría de superhéroes.

Historia de los Mundiales: España 1982, en medio de la guerra