El 6 de junio de 1966 se había decidido la sede de los próximos cuatro mundiales. 1970 sería para México, 1974 para Alemania1978 para Argentina y 1982 para España. ¿Por qué comienza la nota con este dato de color? Porque la elección de la Argentina para organizar el Mundial de 1978 ocurrió 22 días antes del derrocamiento de Arturo Illia, es decir durante un gobierno semidemocrático, ya que todavía pesaba la proscripción del peronismo para presentarse en las elecciones.

Por esos vaivenes de la Argentina, desde que se escogió al país para ser sede del Mundial del 78, pasaron 9 presidentes, algunos democráticos y otros dictatoriales: Arturo Umberto Illia (semidemocrático, hasta el 26 de junio de 1966), Juan Carlos Onganía (dictador, entre 1966 y 1970), Roberto Marcelo Levingston (dictador, entre 1970 y 1971), Alejandro Agustín Lanusse (dictador, entre 1971 y 1973), Héctor José Cámpora (democrático, 40 días en 1973), Raúl Alberto Lastiri (democrático, 9 meses en 1973), Juan Domingo Perón (democrático, entre 1971 y 1973), María Estela Martínez de Perón (democrática, entre 1973 y 1976) y Jorge Rafael Videla (dictador, desde 1976).   

La cuestión es que 1978 cayó en la ruleta en tiempos de un dictador sanguinario. Y lo que debía ser una fiesta, especialmente por la obtención del primer título mundial para la Argentina, se transformó en una metáfora de la gran tragedia nacional. Porque mientras centenares de argentinos y turistas disfrutaban del país, se jugaban decenas de partidos y las multitudes salían a las calles a festejar; en las catacumbas se torturaba, se asesinaba, se secuestraba niños, se arrojaba gente viva drogada al Río de la Plata y se desaparecía a una generación de compatriotas ante la pasividad de una sociedad que no oía los reclamos que llegaba desde las todavía precoces organizaciones de derechos humanos que gritaban con voz afónica para que aparecieran los familiares que habían sido secuestrados.

Para muchos jóvenes resulta inentendible que la mayoría de la gente no supiera lo que ocurría o que, tal vez, no quisiera saberlo. Pensar aquel mundo con la cabeza de hoy, es imposible. Mejor dicho, pensar en la información con que se disponía ayer con las herramientas de hoy, es un ejercicio inadmisible para cualquier persona menor de 35 ó 40 años. Pero los veteranos del pánico podemos afirmarlo: era otro mundo, se disponía de pocos canales de información y, pese a que también es verdad que la sociedad en su conjunto fingía demencia, lo real era que los canales eran del Estado (los controlaba la dictadura), las radios eran del Estado (las controlaba la dictadura) y los diarios eran víctimas de la censura y, aún más grave todavía, de autocensura. ¿Esto justifica el silencio? No. ¿Esto explica las complicidades? Menos. Pero no reconocer la precariedad de los medios informativos sería también injusto con una sociedad que ya se ha martirizado y mortificado una y otra vez por haber festejado ese mundial maldito y por no haber reaccionado a tiempo ante el genocidio.

Historia de los Mundiales: 1978, la fiesta de todos a metros del horror

También es cierto que la prensa argentina fue más papista que el Papa durante el Mundial. La obsecuencia, la confabulación y el daño que se le infringió a la conciencia colectiva fue cruel. No había periodista y comunicador que se animara a hablar mal del Mundial, que se atreviera a colar una crítica en esa suerte de psicosis colectiva en la que caímos las mayorías.

Muchos levantan la figura de Dante Panzeri como un opositor al Mundial. Dante murió el 14 de abril de 1978, es decir un par de meses antes del comienzo. Y si bien criticaba al Ente Autárquico Mundial 78 (EAM 78) desde el viejo Canal 11, sus palabras no apuntaban a las atrocidades de la dictadura sino a lo que él consideraba un despilfarro en tiempos en donde el país tenía otras prioridades. Panzeri veía al Mundial como un negociado, un antro de corrupción; pero no decía una sola referencia sobre Derechos Humanos. ¿Con esto le caemos encima a Panzeri? No. Para nada. Sólo consignamos hechos. Es triste, pero hay que decirlo sin medias tintas: el Mundial fue una cruzada argentina patriotera que omitió el genocidio por desconocimiento, complicidad o ambos mezclados.

Otro de los comunicadores que se destacó fue José María Muñoz, el Relator de América. Muñoz era la antítesis de Panzeri: no sólo no criticaba nada del Mundial, sino que levantaba hasta el cielo la figura de los dictadores. Muñoz, un año después del Mundial, luego del título obtenido por Argentina en el Mundial Sub 20 de Japón 79, que coincidía con una delegación de la OEA para tomar denuncia de los familiares de detenidos/desaparecidos, vociferaba por los micrófonos de Radio Rivadavia: “Los argentinos somos derechos y humanos” o “digámosle a estos burócratas de la OEA que la Argentina es una tierra de paz”.

Otra de las muletillas que se usaba era la de la “campaña anti argentina en exterior”, que no era ni más ni menos que la desacreditación de cualquier denuncia que se hiciera desde la prensa extranjera hacia los dictadores o sobre lo que estaba pasando en los campos de concentración.

Otro que se las daba para llevar y traer era Bernardo Neustadt, quien junto a Mariano Grondona, en el programa Tiempo Nuevo, blanqueaba la imagen de la dictadura y denostaba a cualquiera que quisiera realizar una crítica.

(Me voy a permitir una digresión. Con motivo del estreno de “1985” tuve la oportunidad de conversar con varios jóvenes. Se tocaron diversos tópicos sobre la temática y unánimemente, mis interlocutores, salieron conmovidos del cine. Repito el detalle: estoy hablando de jóvenes. Me tomé el trabajo de preguntarles a cada uno de ellos si sabían quién era Bernardo Neustadt –que aparece en la película– y la inmensa mayoría me dijo que no. Una minoría sabía algo de sus prédicas en contra de las empresas estatales y de su militancia neoliberal. Pero para todos esos jóvenes menores a los 30 años, Neustadt no era un personaje relevante para el periodismo argentino. Mi repregunta era casi inmediata: ¿saben quién fue Rodolfo Walsh? Y la fórmula era inversamente proporcional: la mayoría conocía su obra y las minorías tenían alguna referencia. Este hecho lo apunté como una victoria en la eterna lucha por el sentido. Tan mal no hemos hechos las cosas si Walsh es valorado y recordado mientras que Neustadt se fue perdiendo en los abismos del tiempo. Fin de la digresión.)

Había otros periodistas que eran fieles escuderos del Mundial y crueles detractores de los críticos. Se me ocurre un nombre que aún anda por la TV predicando sobre la República y sobre las libertades y la democracia: Joaquín Morales Sola, quien por esos años reportaba como secretario adjunto de redacción del diario Clarín y se encargaba de ensalzar a la dictadura en sus editoriales dominicales, tanto como hoy se ocupa de denostar al peronismo desde las páginas de La Nación.

Editorial Atlántida era otro caso. El Gráfico, Gente y Somos eran la cloaca del periodismo. Pero pocos se animaron a hacer lo que publicó El Gráfico, en su edición del 13 de junio de 1978. El artículo se titulaba “Carta a mi hija” y reproducía un texto en inglés traducido al español. La carta a mi hija era enviada supuestamente por el futbolista holandés Rudd Krol a su pequeña niña. Ya era raro que un holandés le enviara una carta en inglés a su hija holandesa, pero tampoco nos detengamos en chiquitas. En esa carta, apócrifa por supuesto, Krol le contaba a su hija lo siguiente:

Historia de los Mundiales: 1978, la fiesta de todos a metros del horror

“Mi preciosa:
Tu madre te leerá esta carta. Quiero decirte, antes que nada, que te extraño mucho, aunque el recuerdo y la sonrisita que sale de tu foto, siempre me acompaña. Ya compré la muñequita que te prometí (…)

(…) Mamá me contó que los otros días lloraste mucho porque algunos amiguitos te dijeron cosas muy feas que pasaban en Argentina. Pero no es así. Es una mentirita infantil de ellos. Papá está muy bien. Aquí todo es tranquilidad y belleza. Esta no es la Copa del Mundo, sino la Copa de la Paz.
No te asustes si ves algunas fotos de la concentración con soldaditos de verde al lado nuestro. Esos son nuestros amigos, nos cuidan y nos protegen. Nos quieren como a toda la gente de este país, que desde el mismo momento de la llegada nos demostró su afecto. Como en el aeropuerto cuando nos esperaron con banderas de nuestra patria y nos tiraban besos y todas las manos querían abrazarnos. (…)

(…) Cada vez hace más frío. Por las ventanas del hotel vemos todos los días caer la nieve. El paisaje es hermoso, pero me faltas tú. Sonríe, pronto estaremos juntos. No tengas miedo, papá está bien, tiene tu muñeca y un batallón de soldaditos que lo cuida. Que lo protegen y que de sus fusiles disparan flores. Dile a tus amiguitos la verdad. Argentina es tierra de amor. Algún día cuando seas grande podrás comprender toda la verdad. Te adoro, cuida a mamá, espérame con una sonrisa y andá pensando un nombre para la muñequita. Mi beso.
Papito.

PD: Yo ya elegí el nombre para tu muñeca. Sería "Argentina". Si puedes elegir uno mejor, dímelo.”

Y firmaba, Rudd Krol.

Puaj.

La cuestión que a esta altura debe estar atormentando a los lectores es la misma que a mí mismo me atormentó durante décadas. ¿Sabíamos los argentinos lo que estaba pasando? ¿Éramos conscientes de que, a metros del Monumental, en la ESMA, se torturaba, asesinaba y se hacía parir a embarazadas para luego robarles a sus bebés?

Y lo triste es que no hay una respuesta unidireccional. Si es verdad que había una operación de ocultamiento perfectamente aceitada, también es cierto que el Mundial sirvió para que las organizaciones de DDHH aprovecharan la oportunidad para hacer oír sus reclamos. Y mientras miles de argentinos y argentinas festejábamos (me hago cargo con mis 17 años) la obtención del Mundial, había familiares y periodistas que denunciaban las desapariciones, las detenciones y las violaciones a los DDHH. Con esto quiero decir que había grietas en el sistema si se quería saber. Y allí es en donde aparece lo que denomino demencia colectiva, sicosis o negación. Porque las declaraciones estaban ahí, al alcance de la mano, pero no lo queríamos verlas o aceptarlas. Un puto triunfo deportivo fue suficiente para adormecer nuestras conciencias.  

Robert Cox, director del Buenos Aires Herald, y Jacobo Timerman, director del diario La Opinión, fueron presos por las denuncias que publicaban. Los detuvieron y desaparecieron en abril de 1977 aunque luego escaparon para exiliarse. El 3 de marzo del 1978, la Sociedad Interamericana de Prensa (la SIP) denunció: “En la Argentina figuran periodistas entre los centenares de personas que han desaparecido o han sido arrestadas por razones políticas en los meses recientes”. Y el 29 de marzo aparecía en los diarios franceses la denuncia por la desaparición de las monjas Alice Domon y Leonie Duquet, quienes habían sido secuestradas junto a Azucena Villaflor –la fundadora de Madres de Plaza de Mayo–, en diciembre de 1977.

La presión externa que se ejercía era tanta que desde la dictadura comenzaron a enarbolarse eufemismos para disfrazar a las desapariciones y a los asesinatos. Se comenzó a hablar de “fugas”, de “abatidos en enfrentamientos”, de “cuerpos sin vida” y tantas otras frases que decían todo pero que nadie quería descifrar. No por nada Suecia, Francia, Austria, Canadá y Estados Unidos habían presentado denuncias en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU.

Por eso decimos que el dique informativo tenía grietas. Se sabía. En el subconsciente, aún las menos politizadas, se conocía que había un mar de fondo, algo que no estaba funcionando. El asunto era que quedaba librado a la voluntad de cada uno saber o no saber; creer o no creer y, después, hacer algo o quedarse de brazos cruzados.

Es imposible volver el tiempo atrás. Las impresiones de hoy están mediadas por los conocimientos posteriores. Pero se hace difícil declarar inocente a la sociedad o argumentar el desconocimiento total. Algo nos taró. No tengo respuestas. Sólo amargura, tristeza, desazón, angustia al recordar. Visitar ese tiempo es un camino muy doloroso.

Ah… Argentina salió campeón del mundo al ganarle a Holanda 3-1 en la final. Fue su primer título.

Historia de los Mundiales: 1978, la fiesta de todos a metros del horror

El 24 de mayo de 1979 se estrenó “La fiesta de todos”, dirigida por Sergio Renán, producida por Adolfo Aristarain, con guión de Renán y Hugo Sofovich y Mario Sábato (con el seudónimo Adrián Quiroga).

Y ya había pasado un año del Mundial.

Las muertes, asesinatos y desapariciones seguían. Y el cerco mediático no era tan feroz. Igual, la gente concurría masivamente a los cines para rememorar el Mundial.

Ver esa película es un ejercicio práctico para entender la imbecilidad y negación humana.

Para los que deseen sentirse avergonzados, les dejamos el link de la película.