Franz Beckenbauer, el hombre que brillaba
A los 78 murió la leyenda del fútbol, tal vez el mejor defensor de la historia.
Apenas ocho años le alcanzaron a Franz Beckenbauer para participar de 18 partidos en tres mundiales. Disputó seis en Inglaterra 66, cinco en México 70 y siete en Alemania 74.
En su debut mundialista jugó como volante: le sobraba para ir de arco a arco con una velocidad, clase y precisión fuera de lo común para la época. En esos seis partidos marcó cuatro goles. En México ya lo sacaron del mediocampo y lo mandaron para atrás: fue el primer líbero de la historia. Y en Alemania, ya estaba decididamente como defensor, no era común verlo cruzar la mitad de la cancha.
En Inglaterra llegó a la final y la perdió en aquel polémico por no decir escandaloso partido con el local, por 4 a 2. En México estuvo a un paso de repetir: Alemania Federal perdió 4 a 3 con Italia en aquel partido extraordinario y extrañísimo de semifinales, por lo que finalmente se quedó con el tercer puesto (el Kaiser no jugó ante Portugal). Y en Alemania 74 se dio el gusto de ser campeón en su país ante la fenomenal Holanda. Era el capitán del equipo, fue quien levantó la Copa.
Doce años después, en 1986, condujo a su país hasta la final del Mundial. La perdió 3 a 2 con Argentina. Cuatro años más tarde, ambos repitieron. Y esta vez Beckenbauer le ganó a Bilardo y Maradona y se quedó con el título con aquel gol de penal de Andreas Brehme.
El palmarés es claro: como jugador y entrenador estuvo en cinco mundiales y salió dos veces campeón, dos veces subcampeón y una se quedó con el tercer puesto. Nunca bajó del podio. No hay un solo jugador de fútbol en la historia que posea semejantes números en los mundiales.
Pero si las estadísticas son impresionantes, mucho más lo era su juego. El Kaiser jugaba en el aire. Parecía brasileño porque se desplazaba en puntitas de pie. Tenía talento para jugar y para quitar. Gambeteaba en velocidad y le pegaba con precisión desde afuera del área. No era un gran cabeceador. Tampoco era de esos defensores monolíticos que te mataban a patadas. Era un tiempista. De los que siempre llegaban a tiempo para poner la puntita del botín y dejar desairado al delantero.
Los que lo conocían dicen que era un hombre que encendía los reflectores con su presencia. Brillaba. Ni los escándalos financieros o de presuntos sobornos que lo pusieron contra las cuerdas hace una década consiguieron opacar su figura. Sólo una enfermedad (el Parkinson) lo sacó de la escena. Luego la demencia le fue ganando la batalla a la cordura. Y las lagunas que luego se transformaron en océanos fueron quitándole sus recuerdos, su marca de identidad, su pasado cubierto de oro.
“Entra en una habitación y todo se ilumina. Eso nunca me pasó”, dijo sobre Franz su ex compañero Berti Vogts. Lo mismo identificó el presidente de la Federación Alemana, Gerhard Mayer-Vorfelder: “Irradia una luz que encandila hasta a los periodistas”.
“Todos los días quiero copiar algo a Franz en el entrenamiento, pero nunca me sale nada de lo que él hace”, dijo alguna vez muy frustrado Hans-Georg Schwarzenbeck, quien era el que le hacía de limpia parabrisas arando la cancha tanto en el Bayern Múnich como en la Selección para que Beckenbauer se luciera con sus quites elegantes.
Franz Beckenbauer fue siempre un hombre afortunado. Hasta que hace una década esa fortuna lo abandonó irremediablemente. Las tragedias personales, legales y de salud comenzaron a hostigarlo hasta enfermarse. Primero fue investigado por el Comité de Ética (casi un oxímoron) de la FIFA por irregularidades en las elecciones de Rusia y Qatar como sedes. Y luego lo mismo pasó cuando se revisó la localía de Alemania en 2006. Franz, presuntamente, le había pagado seis millones de francos suizos desde su cuenta al qatarí Mohamed bin Hammam, en julio de 2002. Nunca se consiguieron pruebas concluyentes para condenarlo.
En 2015 no quiso festejar su cumpleaños número 70 por la muerte de su hijo Stephan, de tan solo 46 años. De ahí en más, muy poco se supo de él. Un poco por su enfermedad y otro tanto porque decidió ocuparse de sus hijos más chicos.
Tuvo un gran amigo, Gunter Netzer, quien no dudó al decir que “Franz fue lo mejor que le pasó al fútbol alemán en toda su historia. No hubo ninguno mejor que él ni antes ni después”.
El más grande de los jugadores alemanes de la historia murió en su casa de Salzburgo, a los 78 años, el 7 de enero de 2024.