Se podía suponer que algo grave estaba por estallar, pero nadie tenía certeza. Tal vez como ocurre hoy, en donde vemos perplejos el conflicto bélico entre Rusia y Ucrania, la intromisión descarada de la OTAN, la mirada expectante de China y tantas otras cosas que nos ponen la piel de gallina porque parece que no hemos aprendido la lección. El hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, dice el dicho. Lo corregiría: tropieza cien veces y no aprende.

Pero bueno, sea como fuere, 1938 marcaba en la agenda deportiva que el Mundial de Fútbol se iba a realizar en Francia, es decir en el epicentro de un conflicto que ya se veía venir al galope, pero que ninguno de los líderes europeos tuvo la audacia necesaria para frenarlo. Porque de eso se trata la política: de anticiparse a los conflictos y evitarlos. Llegar tarde es sinónimo de fracaso. Y eso fue lo que le pasó a Europa un año después, en 1939, cuando pequeños focos de conflicto desembocaron en la guerra más grande que se recuerde.

El año 1938 comenzaba con el despliegue anti judío del régimen nazi. Mientras Alemania se fortalecía militarmente y dejaba entrever su costado imperialista con la invasión a Austria, Hitler cancelaba la vigencia de los pasaportes de judíos y le agregó la letra “J” (por Jude) en los nuevos documentos. Otra ley obligaba a hombres, mujeres y niñes judíos a agregar en su documento nombres como Israel o Sara a los propios, para ser identificados rápidamente como tales.

Poco antes del mundial comenzó la primera expulsión masiva de judíos del territorio del Reich. La deportación se hizo rumbo a la frontera polaca y fue coercitiva y no discriminaba entre sexo o edades. Para los nazis, los judíos eran “cosas” que debían se sacadas del medio. Esa operación se la conoció como la “expulsión a Zbązsyń”, por la población polaca a la que llegaron los trenes con vagones sellados con los refugiados casi asfixiados. 

Otro hecho marcó 1938, que ocurrió después del Mundial de Francia, pero no podemos dejarlo pasar para que entienda el contexto europeo que se llevaría puesto al mundo entero.

Lo que no podemos obviar es lo pasó el 9 y el 10 de noviembre de 1938, que se conoció como “kristallnacht” o la “Noche de los Cristales Rotos”.

Historia de los Mundiales: Francia 1938 y los tambores de la guerra

La represión anti judía que se desató esos días fue presentada por los nazis como una represalia al asesinato en París del diplomático Ernst vom Rath, presuntamente a manos de un joven judío, Herschel Grynszpan. La feroz propaganda nazi sostuvo que los ataques de esas noches fueron espontáneos, pero en realidad no fue así. La orden fue dada por el Ministro de Propaganda, Joseph Goebbels, y ejecutadas por grupos organizados. Durante los ataques fueron asesinados 91 judíos, incendiadas más de 1.400 sinagogas, destruidas centenares de tiendas y negocios y 30 mil judíos fueron recluidos en campos de concentración. Desde el comienzo de 1938 en adelante, cerca de 300 mil judíos que vivían en Alemania emigraron aterrorizados, pero antes eran forzados a vender sus bienes –ese proceso se llamó ‘arianización’–. El gran problema que tenían los judíos que escapaban de Alemania, otra piedra con la parece que hoy volvemos a tropezar, eran las trabas que ponían para recibirlos los países.

Tal como ocurre hoy con los refugiados, en aquel tiempo todos estaban preocupados por la situación. Pero la preocupación no iba más allá de eso, de una declaración sin ninguna medida que resolviera el problema. Un ejemplo: el presidente estadounidense Roosevelt convocó a una conferencia en Evián, Francia, en julio del 38, 15 días después de disputada la final del Mundial. Fueron 32 países y los delegados se mostraron indignados, enojados, preocupados y horrorizados, pero a la hora de los bifes, esas emociones decantaron en la imposibilidad de recibirlos. O sea, marche preso. El representante de Australia fue un poco más lejos cuando dijo: “En nuestro país no existe un problema racial y por eso no queremos importarlo. Uno de los pocos países que recibió inmigrantes judíos a mansalva fue, vaya paradoja, China. El resto de Occidente, cerró sus puertas.

Europa no vio venir la amenaza nazi. Tampoco le prestó atención a la persecución de judíos ni a la advertencia de los grupos disidentes que denunciaban el rearme de la Alemania hitleriana. El único país capaz de enfrentar militarmente a Alemania era Francia, que miraba con recelo la carrera armamentista de Hitler y Mussolini. Su Estado Mayor, un par de años antes del Mundial, imaginó una línea defensiva para evitar una posible invasión, la que se llevó adelante en el mayor de los secretos: la Línea Maginot, que no era más que diferentes emplazamientos armados en la frontera franco-germana, pero con una concepción de los tiempos de la Iª Guerra Mundial. Los viejos generales franceses imaginaban que, en caso de entrar en guerra, otra vez sería de trincheras como 20 años atrás, con frentes estáticos. Y suponían que esa Línea Maginot sería un obstáculo imposible de atravesar. Jamás imaginaron la guerra que se venía, con vehículos livianos y con un frente flexible. Tampoco supusieron que el primer ataque llegaría por Austria, que había sido invadida por Hitler en marzo de 1938, sin que a nadie se le moviera un pelo. La frontera entre Austria y Francia no estaba protegida por la Línea Maginot.

Con este escenario, la FIFA anunció el Mundial de Francia, que se realizó entre el 4 y el 19 de junio de 1938. El formato fue similar al del 34, con eliminación directa a partido único, con prórroga en caso de empate y con partido de desempate al día siguiente si se mantenía la igualdad.

Historia de los Mundiales: Francia 1938 y los tambores de la guerra

No hubo 16 participantes en el torneo sino 15, ya que Austria quedó afuera al ser ocupada por Alemania. Como se ve, el clima prebélico no era ajeno al fútbol. Pasaban cosas. Pero nadie les daba demasiada bola.

Doce de las 15 selecciones fueron europeas y sólo 3 equipos participantes del resto del mundo. Por América del Sur se bajaron Argentina y Uruguay, como protesta porque la organización del Mundial recaía otra vez en un país europeo. Los únicos extra europeos que concurrieron a la cita fueron Brasil, Cuba e Indias Orientales Neerlandesas (actual Indonesia).

A la final llegaron Italia y Hungría. Y el equipo dirigido por Victtorio Pazzo (el único técnico de la historia bicampeón mundial) se impuso por 4-2 e Italia repitió el título obtenido cuatro años antes. Cuando el árbitro pitó el final, nadie sabía que pasarían 12 años y millones de muertos hasta el próximo Mundial. Nadie sabía que el futuro cercano sería cruel, triste y sombrío.

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