El rey René, leyenda de Huracán y el fútbol argentino
Seguramente Houseman fue el más grande de todos los wines que jugaron en la Argentina. El recuerdo de su actuación memorable en el Mundial de 1974.
Muchas veces el tiempo agiganta las cosas. Puede ser. No hay forma de desentrañar las trampas que nos tiende la memoria. Sin embargo, y pese a hacer esta aclaración, tengo la impresión de que pocas veces en mi vida vi una actuación individual de la magnitud que tuvo la de René Orlando Houseman, ante Italia, en el Mundial de 1974.
Hubo otros cinco partidos en el Mundial en los que René la rompió. Incluso fue el único que se animó a gambetear a algún holandés en el baile que Argentina recibió en ese torneo (fue 0-4 pero pudo ser 0-10). Pero lo que pasó con Italia fue de otro mundo. Tal vez comparable con su actuación en el último partido del torneo, con Alemania Democrática que terminó 1-1, pero seguramente mejor por la calidad del rival.
Pasaron desde aquel partido 48 años. René tenía 21 años y ya se había ganado en el Huracán del 73, el mote de “Loco”. Loco por su forma de jugar pero también porque algunas acciones lo definían. Por ejemplo, una: Huracán lo contrató en 1973 y le alquiló un departamento para que se instalara con su esposa, Olga, y con su hijo Diego (luego llegaría Jessica). Se mudaron pero, a los pocos días, René decidió volver a la Villa del Bajo Belgrano, en donde se había criado, en donde estaban sus amigos, en donde conseguía el oxígeno para acostumbrarse a vivir esa realidad rara de ser una celebridad. Porque a René jamás lo alcanzaron las decisiones convencionales. Como lo hacía dentro de la cancha, afuera también sorprendía. Cuando parecía que iba para un lado, enseguida enganchaba y salía por el lugar inesperado, el imposible, el que los cultores del orden siempre desaprobaban.
Volvamos a aquel partido. Italia llegaba al mundial después de ganar su grupo europeo ante Turquía, Suecia y Luxemburgo con una record de 6 jugados, cuatro ganados, dos empatados, 12 goles a favor y ninguno en contra. Si algo definía a Italia era su forma de marcar, la manera en que defendía a su muy buen arquero Dino Zoff. La defensa titular la integraban Tarcisio Burgnich, Francesco Morini, Luciano Spinosi y Giacinto Facchetti, quienes recibían la colaboración de Romero Benetti y Fabio Capello. Para redondear el récord de valla invicta, en el debut en el Mundial, Italia le había ganado 3-0 a Haití, mientras que Argentina llegaba después de perder 3-2 con Polonia luego de arrancar perdiendo 3-0. Italia llevaba 7 partidos sin recibir goles en contra en partidos oficiales.
La formación que eligieron Vladislao Vap, Puchero Varacka y Cayetano Rodríguez para ese choque marcaba un poco el momento de Argentina: necesitaba ganar para seguir con vida en el campeonato. Los once elegidos fueron: Carnevali; Quique Wolff, Roberto Perfumo, Cacho Heredia y Pacho Sa; Roberto Telch como única contención y el Ratón Ayala (el verdadero, el de San Lorenzo y el Atlético de Madrid), Babington, Yazalde, Houseman y Kempes. O sea que el dibujo táctico era un 4-1-5, algo que para los tiempos modernos podría muy bien ser considerado un suicidio.
Leé también: Video: el golazo de Hauche de chilena en el clásico de Avellaneda
Pero si el equipo era ofensivo, la verdadera arma secreta, la que pocos conocían, era ese pibito desgarbado, con las medias bajas y el pelo largo que parecía desarmarse en cada choque con los tanques italianos, quienes trataban de capturarlo pero que normalmente terminan con los pies hechos un nudo, con la cadera descolocada o con una patada descalificadora.
El partido entero fue una danza malévola de René. Los italianos lo miraban como a un extraterrestre y se preguntaban cómo podía ser que una persona contorsionara el cuerpo de esa forma y no se cayera al piso con los ligamentos rotos. Todo fue hermoso, vibrante, emocionante. Y con un punto culmine: a los 19 minutos Babington enganchó por el medio y extendió el pase hacia la izquierda, para el pique de René, quien de zurda -de primera- la clavó en el palo opuesto para poner el 1-0. El retrato de Houseman festejando el gol es la imagen que cualquier persona puede sembrar en su cabeza como sinónimo de felicidad.
Ese sin dudas fue el Mundial de Houseman. Cuando volvió le llegaron ofertas de todo el mundo para irse. Las rechazó una por una. “¿Por qué me querría ir de Buenos Aires que es la mejor ciudad del mundo? ¿De qué serviría tener un montón de plata si me alejo de mis amigos y de la villa? Nací villero y moriré villero. El dinero siempre va y viene. No me interesa tenerlo ni gastarlo. Tal vez si lo hubiera pensado mejor, hubiera estado bueno conseguir mucha plata para construir una gran villa para vivir con mi gente”, decía a la revista Panenka allá por el año 2015.
Hay miles de anécdotas que rodean a la figura de Houseman. Muchas risueñas, otras tristes pero la mayoría son mentira. Se asegura que le marcó un gol a Fillol en estado de ebriedad. Incomprobable. Durante los últimos años de su vida se decía que andaba rondando los semáforos o los bares pidiendo monedas para comprar alcohol y droga. Falso. René vivía sin grandes lujos en un departamento de clase media cerca de la Villa y no consumía alcohol desde los 40 años. El mismo narró por qué dejó la bebida: “Era alcohólico, pero nunca me había mandado una cagada grande hasta 1993. Un día de ese año me caí con mi hija en brazos y casi la atropella un colectivo. Ahí me di cuenta de que tenía que cambiar. De que era un peligro para los míos. Hice que me internaran y pasé 22 días en el hospital. Después de aquello, ni una gota más. Hace 20 años que no pruebo el alcohol”, decía allá por 2013.
Los mitos alrededor de la vida de René tienen mucho que ver con el clasismo y con esa propensión de ciertas clases sociales a etiquetar a las personas sin admitir que uno puede recibir mil golpes y hacer mil cagadas pero también tiene la chance de cambiar, de mejorar, de sobreponerse. Es como si para muchos, la vida fuera una circunferencia que lo explica todo y que está anclada en algunas historias muy tradicionales de la Argentina, como pueden ser las de Gatica o Monzón. “Si sos negro, pobre e ignorante, por ahí ganás plata y te va bien un rato, pero nunca vas a dejar de ser pobre, negro e ignorante”. Y la rematan: “y seguro que vas a terminar mal”.
René murió joven, a los 64 años, el 28 de marzo de 2018, por un cáncer de lengua que lo tuvo mal los últimos años de su vida. Como consecuencia de su adicción al alcohol había tenido cirrosis, pero los riñones ya le funcionaban mejor. El tabaquismo tampoco lo ayudó mucho en su pelea contra el cáncer. Esta semana, el 19 de julio, cumpliría 69 años.
Las palabras pueden describir a una persona, pero nada mejor que una foto para definirla. Las medias bajas, el pantalón embarrado y transpirado, la camiseta de Argentina sucia, el pelo enmarañado y, detrás, las gradas de una cancha de fútbol. Ese era René para muchos. El símbolo del fútbol. El símbolo del potrero. El símbolo de un jugador de fútbol que ya no existe.
Leé también: A un año de la revancha de Di María con la camiseta de la Selección argentina