Deportistas aficionados hicieron frente a la inseguridad urbana
Uno de los deportistas que asisten a un gimnasio de boxeo resultó ser un muchacho confiado. Dejó la bicicleta apoyada hasta que pasó un "descuidista". Breve historia que combina información policial con protagonistas del deporte.
La historia es real y ocurrió días pasados en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, cuando un numeroso grupo de deportistas aficionados corrió a un ladrón de bicicletas hasta que descubrió que en realidad era miembro de un trío, pero recuperó el rodado después de 300 metros a pura adrenalina.
Los deportistas, nueve en total, corrían al ladrón que escapaba andando con la bicicleta robada a uno de ellos de la puerta de un gimnasio de boxeo, pero vociferaban pidiendo refuerzos y entonces se iban sumando "voluntarios" entusiastas a la carrera.
Todo comenzó en una esquina del barrio porteño de Floresta, donde uno de los deportistas que asisten a un gimnasio de boxeo resultó ser un muchacho confiado.
Porque dejó la bicicleta apoyada hasta que pasó un "descuidista".
Alguien que en realidad tenía estudiado el escenario, porque después se comprobó que contaba con "equipo de apoyo".
El "descuidista" tomó el rodado sobre la avenida Rivadavia, montó y pedaleó de contramano por Baradero y dobló en Ramón Falcón.
Pero detrás avanzaba una masa de muchachones en short y musculosa, a los que en ningún momento consiguió aventajar por más de 30 metros.
Esa discreta masa de jóvenes en cólera vociferaba pidiendo refuerzos, por lo que la "columna" de perseguidores se veía "alimentada" con el transcurrir de los metros.
Al llegar a la calle Dolores, quien escapaba con la bicicleta robada dobló con dirección al sur, pero ya le salían perseguidores hasta de los domicilios.
Escuchaban los pedidos de auxilio, salían y se sumaban a la persecución.
Inclusive otro joven, con un carro de los que se utilizan para juntar cartones y toda cosa que pueda servir para la reventa, obstruyó el paso de quien se llevaba la bicicleta, que entonces se encontró a su derecha con autos estacionados y a su izquierda con los vehículos en circulación.
Antes de chocarse con el carro, entonces, cuando el maratón de perseguidores se le acercaba peligrosamente, ya con un corredor veterano incorporado a las huestes perseguidoras pasándolos a todos con una suerte de pique kenyata, el individuo abandonó la bicicleta y siguió a la carrera.
Pero en ese punto se produjo un hecho que calmó los ánimos y evitó que le dieran la esperable paliza.
Un auto negro frenó al lado de uno de los supuestos perseguidores que iba muy cerca del ladrón convertido en ciclista, pero que en realidad era parte de una banda de tres.
Porque al frenar el auto a su lado, subió desesperado al asiento de atrás y pidió a los gritos que el conductor acelerara la huida, sin levantar al que se había bajado de la bici.
Esa circunstancia y la recuperación inmediata del cotizado rodado de última generación tranquilizó definitivamente a los jóvenes del gimnasio y permitió que aquel amigo de lo ajeno que se iba a pie, lo hiciera caminando como si nada hubiera pasado, observando su celular.
"Ya cuando vimos que había un auto y se subían, pensamos que ahí podían tener algún arma, así que mejor lo dejamos así", comentó quien llevaba la voz cantante del grupo.
La satisfacción fue que todos podían volver al gimnasio sanos, con la bicicleta y ya definitivamente entrados en calor.
Mientras tanto, la reacción diferente ante el hecho de inseguridad urbana, permitió observar cómo seguían apareciendo voluntarios deseosos de imponer justicia por mano propia de todas las edades, pero en su mayoría gente con camisetas o barbijos identificadas con equipos de fútbol o insignias deportivas.
Llegaban -en un horario muy de actividades deportivas en la zona- muchos que habían abandonado súbitamente comercios en la avenida Rivadavia con la finalidad de seguir al ladrón.
Increíble pero real en tiempos que impera la indiferencia.
Pura adrenalina a la hora del crepúsculo.