El detective Héctor Belascoarán Shayne, que se hizo famoso a fines de los años setenta ganando en México un programa televisivo de preguntas y respuestas, pero como parte de una estrategia para resolver un turbio caso de asesinatos seriales de mujeres, es uno de los grandes personajes del policial negro latinoamericano.

“Me metí a detective porque no me gustaba el color que mi mujer quería para la alfombra, el diploma me lo dieron por trescientos pesos y nunca leí novelas en inglés”, le hace decir Paco Ignacio Taibo II a su criatura, un personaje que desde 1976 dio pie a una larga y divertida saga de novelas que la Editorial Planeta agrupó luego en una colección llamada La Negra.

Fiel al género, Paco Ignacio Taibo II concibe las aventuras de su detective en un universo, la capital mexicana, en que la política está lejos de la gente, la corrupción domina a la Policía, los diarios son puro sensacionalismo y las personas decentes deben armas redes entre sí para sobrevivir y lograr, que unas pocas veces, haya justicia para los necesitados, mientras el Estado brilla por su ausencia.

Un personaje clave del policial negro latinoamericano tiene ahora su propia serie de proyección internacional
Paco Ignacio Taibo II.

Una parte de ese universo está desde este mes a disposición de los televidentes del mundo en una importante miniserie de Netflix, Belascoarán, con tres capítulos dirigidos por realizadores distintos (Ernesto Contreras, Hiromi Kamata y Gonzalo Amat) y un protagónico excluyente del actor Luis Gerardo Méndez, que debe lidiar con un personaje lleno de matices.

Un estrangulador de mujeres, el asesinato de un líder gremial al que quieren hacer pasar por homosexual, el secuestro de la hija de una otoñal estrella de la televisión y los delitos de un instructor de los represores en la Matanza de Tlatelolco en 1968 son algunos de los casos que abordará este detective obligado a compartir oficina con un plomero indiscreto, que sin embargo cultiva más el humor que el nihilismo, y pese a su timidez termina siendo un tipo seductor.

El pintoresco y popular personaje, amante de la ‘Keli Cola’, apareció por primera vez en la novela Días de Combate (1976), a la que siguieron Cosa fácil (1977), Algunas nubes (1985), No habrá final feliz (1981), Regreso a la misma ciudad y bajo la lluvia (1989) Amorosos fantasmas (1989), Sueños de frontera (1990) Desvanecidos difuntos (1991) y Adiós Madrid (1993).

El hecho de que este hombre con gran poder de deducción haya dejado su vida anterior -un ingeniero de clase media acomodada trabajando para una multinacional mientras lleva adelante una aburrida vida matrimonial- apenas merece unos minutos en el primer capítulo de la serie, cuya acción se despliega tomando locaciones setentosas de una ciudad gigantesca, en la que hoy viven casi nueve millones de personas.

En palabras de Taibo II, Belascoarán Shayne, hijo un capitán de marina de origen vasco y de una cantante de folk de origen irlandés, portador de dos apellidos que nada tienen de mexicano, es un hombre “desarraigado, fugado de la clase media, curioso hasta la locura, terco obsesivamente, repleto de un sentido del humor negro, algo tristón”, pero con una intacta capacidad de asombrarse.

A pesar de que las descripciones físicas de Héctor no abundan en la narrativa original, en la serie se verá cómo queda rengo después de que lo atropella un auto, tuerto luego de otro incidente con balas, y con el cuerpo lleno de cicatrices, aunque eso no impresione demasiado a la novia que el destino le provee en esa etapa de su vida, la misteriosa chica con el peinado de cola de caballo que exuda una sensualidad desbordante.

Su participación en un programa de televisión mientras en la Argentina se desarrolla el Mundial de futbol 1978, en que México pierde 5 a 0 con Alemania, el título de detective obtenido por un curso por correspondencia y sus insólitos compañeros de investigación son algunos de los detalles que van construyendo el clima narrativo en que se acoda la acción, en que siempre la gente común es más noble que los funcionarios.

Un personaje clave del policial negro latinoamericano tiene ahora su propia serie de proyección internacional

Por momentos, al borde de la parodia de sus colegas del género estadounidense, a los que tal vez busque imitar, el tímido detective independiente mexicano que duerme en cualquier parte y tiene un conejo de mascota va convirtiendo en un arquetipo insólito y querible, más parecido a algunos personajes de Osvaldo Soriano que a los duros detectives de los maestros Dashiell Hammett y Raymond Carver.

Si la novela negra estadounidense usa como telón de fondo de sus narraciones una sociedad llena de miedo, violencia, injusticias y corrupción, en principio porque surge en el marco de la crisis económica desatada tras la Primera Guerra Mundial se establece cuando la Gran Depresión de 1929 genera el crimen organizado, tras la Ley Seca, la saga de Paco Taibo II sugiere que décadas después en su país el panorama es igualmente desalentador.

“Héctor estaba hundido en el sillón de plástico y miraba hacia la calle mientras fumaba”, describe Taibo II, que nació en España pero ama México, en una de sus novelas. “Los hombrecitos del suelo, los arbolitos, los cochecitos. La ciudad diminuta y suave, blandengue y sonrosada. La ciudad lenta, de clase media afable. La ciudad inventada por los que viven en un séptimo piso.”

“La única posibilidad de sobrevivir era aceptar el caos y hacerse uno con él en silencio. Tomarse a broma, tomar en serio la ciudad, ese puercoespín lleno de púas y suaves pliegues. Carajo, estaba enamorado del D.F. Otro amor imposible a la lista. Una ciudad para querer, para querer locamente. En arrebatos.”

Aunque en la miniserie las descripciones son visuales y México está hoy en un proceso político diferente al largo apogeo del PRI, cuando pinta la visión del mundo de su personaje, que quizás es la propia, el autor puntualiza: “Percibía al Estado como el gran castillo de la bruja de Blanca Nieves, del que no solo salían Halcones, sino también diplomas de ingeniero y la programación de Televisa”.

Eso resulta central para un espectador promedio argentino, sobre todo si gusta del género y sus ramificaciones, que abundan desde hace ochenta años con el cine y la televisión como voceros: en este contexto resolver un caso es como encontrar una aguja en un pajar, pero eso apenas cambia algunas pequeñas cosas, porque algo huele a podrido, por todas partes, casi siempre.

El último parlamento de Belascoarán antes de que lo baleen los mafiosos en el final del tercer episodio, aunque todos los espectadores saben que seguirá vivo y suponen que debería haber otras temporadas, recuerda que resolver un caso que involucra a poderosos equivale a ganar apenas un round de una pelea que será larga, y ante un adversario acaso superior.