Por Belén Canonico

Quizás por la soledad y el abandono que sintió por parte de sus padres durante su niñez, Truman Capote buscó la forma de anteponerse a ese sufrimiento convirtiéndose en una excéntrica figura en la escena cultural neoyorquina. Comenzó a escribir a los ocho años, con el objetivo de expresar sus frustraciones y apaciguar su dolor, sin imaginar que unas décadas más tarde se convertiría en “el padre del nuevo periodismo”.

Obtuvo su primer empleo como redactor en la revista “The New Yorker” a los 17 años y su trabajo no tardó en destacarse. Su talento con las palabras y su agudeza a la hora de relatar situaciones cotidianas lo llevaron ganar el premio O’Henry por “Miriam”, un relato que publicó en la revista “Mademoiselle” y por el que la crítica le auguró un gran futuro en el mundo de la literatura.

Y así fue, con solo 23 años, en 1948, publicó su primera novela, “Otras voces, otros ámbitos”, y rompió con todos los moldes de la época al hablar abiertamente de la homosexualidad. A éste éxito le siguieron “El arpa de hierba” (1951), “Se oyen las musas” (1956) y “Desayuno en Tiffany's” (1958), que llegó a la pantalla grande de la mano del director Blake Edwards y contó con el recordado rol protagónico de Audrey Hepburn, como Holly Golightly.

Pero su obra más destacada llegaría tiempo más tarde. Comenzó a gestarse en el otoño de 1959, cuando leyó en el diario la noticia sobre el asesinato de la familia Clutter en la ciudad de Holcomb, Kansas. Algo en su interior le dijo que ésa era una historia digna de ser contada y su curiosidad lo llevó a instalarse en dicho pueblo, junto a su amiga y colega Harper Lee, en busca de más detalles sobre el crimen que había paralizado al país.

Haciendo despliegue de su carisma y excentricidad, Truman se ganó la confianza de los habitantes del pueblo, de las autoridades que llevaban adelante el caso, pero sobre todo de Perry Smith y Dick Hickock, los asesinos de los Clutter. Durante años, el escritor forjó una estrecha relación con los homicidas, sobre todo con Smith, con quien se lo vinculó sentimentalmente. Pero Capote siempre tuvo en claro su objetivo: conocer hasta el más mínimo detalle del escabroso crimen para finalmente en 1965 publicar “A sangre fría”, su trabajo más célebre.

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Si bien ya contaba con cierto reconocimiento, la publicación de “A sangre fría” terminó por catapultarlo a la fama y lo llevó a ser señalado como el creador de las novelas de no ficción, que abrió nuevos caminos para el periodismo de la época. Durante 37 semanas consecutivas su libro estuvo entre los más leídos del “New York Times” y hasta el día de hoy es considerada una de las grandes obras de la literatura estadounidense.

Pero la fama y la admiración que tanto había anhelado Truman no hicieron más que marcar el principio del fin. Capote empezó a codearse con la alta sociedad neoyorquina y quiso reflejar la realidad de sus nuevos amigos en “Plegarias atendidas” -su obra póstuma más conocida-, que inicialmente fue publicada en la revista “Esquire”. Pero su relato no fue bien recibido por su entorno, que se sintió traicionado por el escritor y lo expulsó de la vida llena de lujos y excentricismo que tanto había soñado.

Desde entonces, Capote se vio inmerso en un mundo de adicción a las drogas y al alcohol y, aunque comenzó varios proyectos -que se publicaron tras su muerte, nunca volvió a terminar un libro, algo sorprendente en un autor tan destacado. Días antes de cumplir 60 años, el 25 de agosto de 1984 falleció en la casa de su íntima amiga Joanne Carson por una falla renal, que se cree que fue consecuencia de su adicción a los analgésicos.

Su muerte fue tan estrafalaria como su vida. La mitad de sus cenizas fueron entregadas al escritor Jack Dunphy, quien fue su pareja durante muchos años. Y el resto, quedó en poder de Carson. Éstas fueron denunciadas como robadas y recuperadas en dos oportunidades y tras la muerte de ella en 2015 y fueron subastadas en Los Ángeles por una suma de 45 mil dólares.