Una de las sentencias más falaces de los últimos tiempos es esa que dice que el rock & roll está muerto. El rock, en todo caso, envejeció y lo hizo bien. Así lo dejó en claro anoche en el Luna Park The Black Crowes, la banda de los hermanos Robinson, que volvió a la Argentina 27 años después de aquella mítica presentación en Ferro como teloneros de Robert Plant y Jimmy Page. Pero también contribuyeron para derribar esa falsedad las más de 6 mil personas que colmaron el estadio, cuarentones y cincuentones que lucieron sin prejuicios sus panzas abultadas, sus tatuajes gastados, y su pelo entrecano.

El show se vivió con mucha intensidad en medio de una densa nube de humo de porro y tabaco, y un vaho de sudor alcohólico, con el negro de las remeras rockeras como color predominante. El sonido, en un nivel que rozó lo demencial, no es otra cosa que rock en estado puro, porque como bien cantaba Pappo en El hombre de la valija: “Señor usted se queja, que está muy fuerte el volumen / sé que está planeando, cortarme la electricidad”. En definitiva, el que quiere rock & roll que se la banque.

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Poco antes de las 21:30 se apagaron las luces y comenzó a sonar Are You Ready? de Grand Funk Railroad. Los músicos se acomodaron en el escenario y pronto lanzaron los primeros acordes de Twice as Hard y luego encadenaron Jealous Again, los dos primeros temas de Shake Your Money Maker, de 1990, el mítico álbum debut que es el hilo conductor de esta gira latinoamericana que comenzó en Santiago de Chile, siguió en San Pablo y luego los llevará a la ciudad de México.

The Black Crowes y la vigencia del viejo rock & roll

Con un Chris Robinson en estado de gracia, con su voz intacta y una energía sorprendente, la banda presentó el disco tema por tema. El pico de mayor excitación fue cuando tocaron Hard To Handle que el vocalista presentó así: “Esta canción fue escrita por un gran hombre, de Macron, Georgia, ustedes ya saben quién es… ¡Otis Redding!”. Su hermano Rich, el dueño de las guitarras, tiene una postura diferente sobre el escenario. Se lo ve más moderado, mucho menos frenético, pero eso no va en detrimento de la potencia de la banda. Él, que supo tener grandes guitarristas a su lado, como Marc Ford, Luther Dickinson y Audley Freed, ahora cuenta con el respaldo de nuestro Nico Bereciartua, quien llegó al climax total frente a su público con el maravilloso solo con slide en She Talks To Angels.

La sección rítmica, conformada por Sven Pipen en bajo, el restante de los tres miembros originales del grupo, y el baterista Brian Griffin, es un tren a toda máquina que sostiene el arrollador repertorio rockero, mientras que el tecladista Erik Deutsch aporta su colchón rítmico con el hammond y teclados, aunque con poco espacio para el lucimiento personal. La banda la completan las coristas Lesley Grant y Mackenzie Adams, que tienen la tarea de acompañar el raid vocal imponente de Chris Robinson.

La segunda parte del show reunió temas de otros discos como Wiser Time y Thorn in My Pride para cerrar con Remedy, de su segundo LP, probablemente su canción más se adaptó al sonido de los noventa. TBC siempre fue una banda retro: apareció para reivindicar el rock setentoso en plena era del grunge y lo sigue haciendo aún hoy, luego de varios cambios de formación y peleas que derivaron en separaciones temporales. En esa coctelera sonora se percibe la influencia de bandas británicas como los Rolling Stones, Led Zeppelin y los Faces, pero también del rock sureño de los Allman Brothers y Lynyrd Skynyrd.

En el final, Nico, que hasta ese momento se había mantenido callado, fue el encargado de traducir las palabras de Chris Robinson cuando agradeció a los músicos argentinos que le prestaron los instrumentos y los equipos porque los de ellos quedaron varados en Brasil tras el show en San Pablo. Es por eso que Sven Pipen tocó un bajo con la bandera etarra, propiedad del canciller Vitico.

El bis fue un homenaje a una de las bandas que los moldeó, pero también fue un guiño al público más stone del mundo. Se despidieron con Rocks Off, esa gema de Exile on Main St. Y Nico, en su jornada de gloria, se sacó la camisa bordó que lució durante todo el show y se puso una remera de Riff y hasta amagó con cantar Muchachos, el hit mundialista. Y el Luna explotó por el aire por la onda expansiva del rock & roll. Y aquél que afirme que el rock está muerto… no fue a ver a los Black Crowes.