En épocas en las que había pocas mujeres dedicadas a las letras, Olga Orozco relucía como un diamante en bruto. Inteligente, culta, hábil con las palabras y con una obra tan profunda como su mirada, la mujer nacida el 17 de marzo de 1920 en Toay, La Pampa, fue una de las mejores de su época. Perteneció a la afamada “Generación del 40”, junto a Vivente Barbieri, León Benarós, Alfonso Sola González, Oliverio Girondo, Ulises Mezzera y Miguel Ángel Gómez, quien fue su primer esposo.

"La búsqueda de Dios, el hecho de acechar más allá de lo visible, ampliar las posibilidades del yo, el tiempo y la memoria...la justicia, la libertad, el amor y la muerte...creo que desde mi primer libro la semilla está dada", explica en una serie documental sobre su vida que se grabó en 1998, un año antes de que muriera por una insuficiencia cardíaca.

Orozco se formó como maestra y estudió Letras en la Universidad de Filosofía y Letras, aunque nunca llegó a recibirse. Empezó su carrera como periodista en la revista Claudia y nunca usó su nombre para firmar sus artículos. Tenía casi una decena de seudónimos: era Valeria Guzmán en el consultorio sentimental; Martín Yanez en la crítica de libros: Jorge Videla, a la hora de escribir sobre ciencia; Richar Reiner en ocultismo; Sergio Medina para temas varios, Carlota Ezcurra para notas más frívolas; Elena Prado para hablar de moda y Valentine Charpentier para escribir biografías, una sección en la que le daban pie para poner su propia impronta.

Y publicó su primer libro gracias a la revista Canto, una publicación que armó con escritores de su generación, en la que era la única chica. “Cuando empecé a escribir, prácticamente éramos veinte muchachos y yo, los que andábamos por todos lados y nunca me sentí segregada. Por el contrario, me sentía homenajeada, agasajada”, recuerda en su documental y sostiene que más allá de su profesión, no tenían muchas cosas en común porque tenían influencias muy diversas.

La revista Canto tenía solo dos números de cuatro páginas cada uno cuando Rafael Alberti señaló que Orozco y Enrique Molina eran los mejores poetas de la publicación, en una reunión en la que también estaba el editor Gonzalo Losada, quien le propuso escribir su primer libro, “Desde lejos” (1946).

Desde ese momento, Orozco publicó con continuidad, a pesar de que consideraba que su carrera no fue “prolífica”. Y en su obra plasmó sus pasiones, inquietudes y la gran imaginación que había desarrollado gracias a los cuentos que le contaba María Laureana, su abuela materna, durante su infancia. “La poesía no tiene que ser verdadera, pero sí verosímil”, decía sobre la búsqueda de las palabras exactas, que la acompañaba desde los 12 años, cuando empezó a escribir “en serio”.

Lo esotérico también marcó su vida y obra. Desde chiquita tenía videncias, al igual que su mamá y su abuela, y aprendió a tirar el tarot en su adolescencia, de la mano de Felicitas Pugni, la sombrerera de su madre. Las barajas muchas veces le trajeron gratas premoniciones, como cuando le tiró las cartas al arquitecto Valerio Peluffo en una reunión de amigos y predijo que iba a enamorarse de una mujer morena de ojos claros, que terminó siendo ella misma. Pero también le causó miedos y dolores, y luego de ver en uno de sus sueños la muerte de un amigo muy cercano, decidió dejar el tarot.

Su gata Berenice, a la que había encontrado herida en la calle, se convirtió en su tótem y la relación más simbiótica de su vida. Y luego de compartir quince años con ella, tras su muerte le dedicó “Cantos a Berenice” (1977).

A lo largo de su vida, Orozco fue galardonada en reiteradas ocasiones. Ganó el Primer Premio Municipal de Poesía en 1963, el Premio de Honor de la Fundación Argentina en 1971. Al año siguiente obtuvo el Premio Nacional de Teatro a Pieza Inédita por "Y el humo de tu incendio está subiendo" y el Gran Premio del Fondo Nacional de las Artes (FNA) en 1980. Se llevó el Premio Nacional de Poesía y Premio Gabriela Mistral de la Organización de Estados Americanos (OEA) en 1988, Premio Konex de Platino en 1994 y Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo en 1998. Y en 2004, a cinco años de su muerte, recibió el Konex de Honor.

Y así cómo en sus 79 años de vida había vaticinado lo que iba a suceder, en agosto de 1999, antes de someterse a una cirugía en el Sanatorio Anchorena, dejó puntillosamente acomodados en su departamento de la calle Anchorena sus últimos trabajos. El 15 de agosto, la poeta dejó el mundo físicamente y sus “Últimos poemas” se publicaron en 2009. Su casa de Toay funciona como un museo desde septiembre de 2003.