Niní Marshall, la invencible del humor
Se cumplen 25 años de la muerte de la gran artista argentina que saltó a la fama por sus personajes “Cándida” y “Catita”. Se vio obligada al exilio, superó la censura y se convirtió en una leyenda.
“La vida me ha dado muchas cosas, sobre todo el amor de la gente que es lo que yo más agradezco. Lo dije y lo diré hasta el cansancio: Mi vida no es más que la de una señora de su casa que se hizo la graciosa. Así quiero que me sientan y así quiero que me recuerden”, manifestó la querida Niní Marshall cuando cumplió 90 años. Y a un cuarto de siglo de su partido, dejó su huella en el mundo del espectáculo como una de las artistas más completas de su época.
Nació en Caballito bajo el nombre Marina Esther Traveso, el 1º de junio de 1903, fue la menor de los cuatro hijos del matrimonio de Pedro Traveso y María Ángela Pérez. Sin embargo, la temprana muerte de su padre a solo dos meses de su llegada al mundo hizo que la familia completa se mudara a Monserrat, donde Marina dio sus primeros pasos en el canto y la actuación impulsada por su madre.
Estudió danzas españolas, dibujo, pintura, piano, canto e idiomas como francés, alemán e inglés. Y lideró el grupo “Los arribeños del norte” con el que hacía obras de teatro por el barrio. En el colegio, no era una alumna destacada, pero igualmente al terminar el secundario estaba decidida a estudiar Letras en la Facultad de Filosofía y Letras, pero el amor la hizo cambiar de planes.
Marina conoció a Felipe Edelmann, un ingeniero de origen ruso, varios años mayor que ella, y se enamoró. Se casaron en 1924 y se mudaron a La Pampa y fruto del matrimonio nació Ángela Dora, la única hija de la artista. Lejos de su faceta más extrovertida, como muchas mujeres de su época, se dedicó por completo al cuidado de su familia, pero luego de perder todos sus bienes por los problemas que Edelmann tenía con el juego su vida cambió para siempre. No solo se separó, sino que volvió a Buenos Aires con el objetivo de encontrar un trabajo que le permitiera mantener a su hija.
Así fue como empezó a escribir en La novela semanal, promocionando electrodomésticos. Luego pasó a la revista Sintonía, donde bajo el pseudónimo “Mitzy” y se volvió popular por sus audaces análisis sobre la actualidad y su humor ácido. Y por recomendación de uno de sus jefes, se presentó a una audición en la radio e inició su carrera como cantante internacional.
“Mi especialidad era un poco tomarle el pelo a la gente de la radio. Tenía una página de humor a mi cargo, en la que hacía mis comentarios ilustrados con mis propios monitos, porque también me defiendo dibujando. Iba, miraba, escribía y dibujaba. Ese acercamiento, más las clases de canto que había tomado de chica, me permitieron iniciar mi carrera como cantante”, recordó en una entrevista.
En 1934, cuando trabajaba con Pipita Cano en “El chalet de Pipita”, en radio Municipal, le dio vida a Cándida Loureiro Ramallada, uno de los personajes que la llevó a la fama. Se trataba de una empleada doméstica de origen español que se expresaba de manera errónea, era torpe e inspiraba ternura y bondad en el público. Le iba bien, pero en un ambiente dominado por los hombres, le costaba encontrar un lugar en el cual desplegar su arte bajo sus condiciones, por ejemplo, donde pudiera escribir sus propios guiones de humor.
En 1936 se enamoró perdidamente del contador paraguayo Marcelo Salcedo, quien creó su nombre artístico. “Niní”, por la deformación de “Marinita” y Marshall por la combinación de la primera sílaba de su nombre y la primera de su apellido: “Mar-sal”. Pero como ya había una actriz con ese apellido, Niní decidió agregarle un “h” y un periodista le agregó otra “l” al final, y así se estableció el nombre con el que se convertiría en una leyenda.
Trabajando en dupla con Juan Carlos Thorry en Radio El Mundo, nació el personaje de Catita, una mujer de origen italiano que vivía en un conventillo y que cada noche aparecía en escena con su frases: "As noche Thorry. As noches muchachos", "Catalina Pizzafrola, a sus pieses… Desde hoy, una amiga más".
Con el éxito de sus dos personajes más famosos llegó a la pantalla grande con “Mujeres que trabajan” (1938), “Divorcio en Montevideo” (1939), Cándida (1939), Los celos de Cándida (1940), "Educando a Niní" -que fue el debut de las hermanas Mirtha y Silvia Legrand en el cine- y Cándida millonaria (1941), entre decenas de películas que protagonizó. Su carrera no para de crecer, pero en 1943 sufrió el primer golpe contra su libertad, luego de que el Consejo Superior de las Transmisiones Radiotelefónicas, creado a partir de la Revolución del 43, la prohibiera "porque sus personajes deformaban el idioma al pueblo argentino, que no tiene capacidad de discernir".
Luego, durante el gobierno de Juan Domingo Perón, se vio obligada a cancelar todos sus compromisos por pedido de la entonces primera dama, Eva Duarte de Perón. "En busca de razones solicité una entrevista al presidente de la Nación y me contestaron que me recibiría en la Casa de Gobierno, su secretario privado, Juan Duarte, ¡mi antiguo admirador! Tres veces fui a la audiencia acordada y en ninguna de las dos primeras me recibió. En la tercera... tras dos horas de amansadora, en una amplia antesala con mucha otra gente alrededor, salió el secretario del secretario del Presidente y en voz alta gritó: 'Señora, dice el señor Duarte que se acuerde cuando en una fiesta de pitucos, vestida de prostituta, imitó a su hermana Eva'", relató Marshall en sus memorias.
En consecuencia, en 1950 decidió instalarse en México, donde rápidamente se convirtió en un celebridad con sus personajes Lupe y Bárbara Mac Adam, pero el éxito terminó dando por terminado su matrimonio con Salcedo, ya que no estaba en sus planes dejar la Argentina por mucho tiempo. Sin embargo, unos meses más tarde conoció a su tercer marido, el periodista Carmelo Santiago, con quien estuvo en pareja hasta 1968. Su estadía duró casi cinco años y también fue convocada para trabajar en España, y recién en 1956 volvió al cine argentino con "Catita es una dama". Al año siguiente debutó con el ciclo "Philco Music Hall", siguió haciendo radio y trabajando en películas, pero de a poco se fue retirando de los medios.
Sus trabajos en cine fueron cada vez más espaciados a principios de la década del setenta. Lino Patalano la convenció para hacer un espectáculo de café-concert que fue uno de sus trabajos más destacados, cargado de humor negro, basado en un guion que había escrito treinta años antes. El espectáculo fue un éxito rotundo no solo en Argentina, sino que llegó a Uruguay, Chile y Perú. Niní ya era una leyenda del humor, con todos sus personajes que parecían improvisados pero que fueron creados meticulosamente para que fueran perfectos.
Luego de algunos proyectos fallidos, en 1985 publicó sus memorias, como cierre de su carrera artística. Sin embargo, tres años más tarde volvió a actuar de la mano de Antonio Gasalla como Doña Caterina.
Los problemas de salud comenzaron a ser moneda corriente y la llevaron a retirarse del ojo público. En enero de 1996, debió ser internada en la Clínica Bazterrica de Recoleta por problemas respiratorio y en marzo de ese mismo año, volvió al hospital y quedó en terapia intensiva. Finalmente, el 18 de marzo falleció a los 92 años de un para cardiorrespiratorio y sus restos fueros velados en el Teatro Nacional Cervantes y trasladados a la bóveda familiar del cementerio de Olivos. En las idas y vueltas que tuvo su carrera Niní siempre fue considerada una estrella, por su talento, inteligencia y tenacidad que la volvieron invencible como artista y dejaron una huella inolvidable en la historia del humor argentino.