Nelly Omar, la musa que inspiró algunos de los mejores tangos de Homero Manzi
La historia de cómo el poeta escribió en México, extrañando a una mujer que se negaba a ser su amante, la inoxidable letra de “Malena”.
Sentado en la profunda noche alcohólica mexicana, después de haber visto en acción a una cancionista, y sintiéndose un condenado, acaso lo era, el poeta Homero Manzi pensó que si el amor de su vida, que no lo esperaba en Buenos Aires, cantaba el tango como ninguna, era porque en cada verso ponía su corazón.
Febril en su tormenta escribió de un tirón la letra de una de sus obras maestras, que envió después por correo a la casa porteña de Lucio Demare, pidiéndole que le pusiera música:
Tu canción se hace amarga en la sal del recuerdo
Yo no sé si tu voz es la flor de una pena
Sólo sé qué al rumor de tus tangos, Malena
Te siento más buena, más buena que yo.
Pero Malena no era aquella cancionista que Manzi había visto en el DF en el medio de una gira con el actor Francisco Petrone, hace ahora exactamente 80 años, sino la cantante argentina Nelly Omar, con la que había tenido una larga series de idas y vueltas amorosas, mientras en general seguía viviendo con su esposa, Casilda Iñíguez Vildósola, la madre de su hijo Acho, nacido en 1933.
Siete décadas después de ese momento, la propia Nelly contó en un programa de televisión que mientras asistían al espectáculo en un reducto nocturno mexicano llamado El Patio, tras hacerle ver a Petrone que esa cantante se parecía mucho a ella, Manzi escribió de un tirón aquella letra que luego introdujo en el sobre que recibió días más tarde en Buenos Aires el autor de su música.
“Cuando él volvió, le preguntó a Demare si había hecho algo con esa letra y como la respuesta fue no, le pidió el original, hizo una pequeña corrección, y le rogó que ahora sí, se abocara a la tarea de terminar Malena", narró la legendaria cantante, la musa inspiradora de buena parte de la obra del autor de “Sur, “Fuimos”, “Ninguna” y “Romance de barrio”, entre otras piedras preciosas de la música argentina.
La relación entre ambos fue tortuosa y breve: se enamoraron, se frecuentaron, pero como él no lograba separarse de una mujer que estaba al tanto de su relación paralela, Nelly tomó la decisión de no dejarlo entrar más a su casa, empujándolo de su vida, pero sin poder impedir el torrente de temas que él componía en un homenaje permanente, antes de que apareciera el cáncer que lo fulminó.
Cuando todo ese pasado parecía enterrado, la longeva cantante, que murió a los 102 años en diciembre de 2013, contó que incluso esa relación está en la letra de “Sur”, sobre todo en los versos que dicen:
Ya nunca me verás cómo me vieras,
recostado en la vidriera y esperándote.
Ya nunca alumbraré con las estrellas
nuestra marcha sin querellas
por las noches de Pompeya...
Las calles y las lunas suburbanas
y mi amor y tu ventana/ todo ha muerto, ya lo sé...
El santiagueño Manzi, uno de los hombres más lúcidos de la historia de la cultura argentina, murió tempranamente de cáncer en 1951, a los 43 años, una década después de haber escrito “Malena”, luego de haber sido figura clave en la fundación de Sadaic, entidad de la que fue dos veces presidente, además de profesor de literatura, periodista, poeta, prolífico guionista y director de cine.
Su musa, nacida hace 110 años en Guaminí, provincia de Buenos Aires, como Nilda Elvira Vattuone, fue una verdadera estrella del espectáculo a partir de los años treinta, cuando empezó a ser llamada “La Gardel con polleras”, dado que como él abordaba un repertorio muy variado, que incluía las canciones camperas, el tango, algunos ritmos de moda.
Antes de que ella conociera al coronel Juan Domingo Perón, Nelly fue amiga íntima de la por entonces actriz Eva Duarte, con quien compartió clases de aviación, en una relación que iba a adquirir carácter público por su fuerte adhesión al justicialismo durante el período 1945-1955, que coincidió con su apogeo artístico.
Manzi, que en su juventud era radical por admiración a la figura de Hipólito Yrigoyen, fue uno de los fundadores de Forja y recién adhirió al peronismo en 1947, según recuerda la documentada biografía “Homero Manzi y su tiempo”, con la que le rindió tributo el escritor y periodista Horacio Salas, ex director de la Biblioteca Nacional.
Nelly Omar fue más que perseguida y censurada después del Golpe de Estado de 1955: sufrió la humillación de un allanamiento injustificado de su casa, estuvo en las listas negras, debió vender la mayoría de sus pertenencias para sobrevivir, viajó a buscar trabajo al extranjero, vio como su nombre iba desapareciendo de todos los lugares en que se había enseñoreado.
El rescate del olvido sobrevino en los tramos finales de su vida, y fue un acto de justicia: grabó discos en buenas condiciones técnicas, volvió a aparecer en el cine después de 57 años de ausencia, llenó el Luna Park, regresó a la televisión, fue recibida en la Casa Rosada, contó lo que durante mucho tiempo había debido callar, la llenaron de premios, fue definida como una mujer tempranamente empoderada.
En su versión definitiva, la relación que generó varios tangos inolvidables comenzó en 1937 cuando ella llevaba dos años de casada con Antonio Molina, del que se separaría seis después, y Manzi empezó a seducirla, haciéndole todo tipo de proposiciones amorosas y prácticas, entre ellas alquilarle un departamento para que tuvieran su propio nido de amor.
“Un día le dije: 'Por favor, pare, yo soy una mujer casada. No me moleste más'”, contó en 2011 en una entrevista con el diario Clarín, cuando cumplía un siglo de vida. “Para qué se lo habré dicho. Era peor. Me escribía letras. Me prometió que se iba a divorciar si yo me divorciaba. Era una persecución. Aparecía por todos lados. 'Por favor, dejame respirar', le decía yo”.
Manzi, abundó la musa de los tangos “Solamente ella” y “Su carta no llegó”, estaba por entonces entre dos fuegos, si se tiene en cuenta que cuando intentó divorciarse su esposa se tomó un frasco de bromuro y él tuvo que volver a la casa, hasta que regresó a la acción para proponerle una relación de amantes.
“Cuando volvió, le cerré el paso. Era un amor imposible. Sus amigos me decían 'llamalo si no este hombre se va a morir'”, recapituló Omar, que suponía que en aquella época, que ahora quedaba muy atrás en el tiempo, ante todo tenía una admiración por la creación artística de Manzi, que se destacaba por no ser vulgar.
“Yo estaba abocada a mi fracaso de matrimonio, a mi trabajo, era imposible mantener una relación así, no formal”, pensó. “Cuando estás enamorado perdes los estribos y te vas de cabeza. Después se enfermó gravemente y no pude dejar de tener cierta consideración, de llamarlo. La familia había dado una orden de que no me dejaran verlo. Un día el doctor me llama a las cuatro de la mañana diciendo: 'Nelly, mandé a la familia a su casa, venga para despedirlo'”.
Esa despedida fue de madrugada, y sin testigos, en la misma sala del sanatorio en el que Manzi escribió en abril de 1951 “Definiciones para esperar mi muerte”, ya resignado a la fatalidad de su destino:
Puedo cerrar los ojos
Lejos de las pequeñas sonrisas que conozco.
Escuchando estos ruidos recién llegados.
Viendo estas caras nuevas.
Como si de pronto los mil lentes de la locura
Me trasladaran a un planeta ignorado.
Estoy lleno de voces y de colores
Que juraron acompañarme hasta la muerte.
Como amantes resignadas
Al breve paso de mi eternidad.
Sé que hay recuerdos que querrán abandonarme
Sólo cuando mi cuerpo hinche un hormiguero sobre la tierra.
Sé que hay lágrimas largamente preparadas para mi ausencia.
Sé que mi nombre sonará en oídos queridos
Con la perfección de una imagen.
Y también sé que a veces dejará de ser un nombre
Y será sólo un par de palabras sin sentido.
Estoy lleno de voces y de colores. Unas veces
Recogidos en el sonambulismo de la marcha.
Otras, inventadas tras mi propia soledad.
Con ello se integrará un cortejo final de despedida.
Se cambiarán en lágrimas y palabras piadosas.
Pero hoy, en medio de lo que todavía no he podido amar,
Evoco a los marinos encerrados en las paredes altas de la tormenta;
A los soldados caídos sobre hierbas lejanas;
A los peregrinos que duermen bajo la sombra de árboles innominados;
A los niños que yacen contemplando el yeso de los hospitales
Y a los desesperados, que entregan el último gesto
Frente al paisaje final e instantáneo de la demencia”.