Kartun: "Los artistas necesitamos tener fe en lo que hacemos para ganar capacidad de riesgo"
El prestigioso escritor, director teatral y dramaturgo analiza el efecto que han tenido los premios en su carrera, cómo la pandemia cambió su trabajo y su vínculo con el teatro independiente.
Figura indiscutida de la escena cultural argentina, Mauricio Kartun no solo goza del prestigio y reconocimiento de sus pares y del público, sino que también cuenta con una colección de premios que viene juntando desde sus inicios. Sin ir más lejos, semanas atrás sumó un ACE como autor por La vis cómica, la obra que acaba de restrenar en el teatro Caras y Caretas con funciones los los jueves y viernes a las 20. Y además, Mario Alarcón, quien fue uno de los protagonistas en 2019 se llevó el galardón de oro.
"Los premios son siempre una energía extraordinaria, porque te permiten creértela por un ratito. Los artistas necesitamos esa energía, en algún momento, de tener mucha fe en lo que hacemos para ganar capacidad de riesgo. Lo que nos permite arriesgarnos es creérnosla lo suficiente como para hacer lo que no sabemos como si lo estuviésemos sabiendo", cuenta el dramaturgo, escritor y director teatral en diálogo con Noticias Argentinas. "Los premios siempre vienen a empujarte, a decirte que lo estás haciendo bien y sigas por ese camino, aunque camines en la oscuridad y tengas la sensación de que hay un abismo al costado", suma.
-Estos premios tienen la particularidad de llegar casi tres años después de que montaste el espectáculo. De hecho, ya no está Alarcón en el elenco.
-Sí, cobra un sentido distinto porque es un trabajo que queda en una especie de recuerdo, más allá de que estábamos reensayando cuando lo recibimos. Aquel trabajo tal como lo hicimos en la Sala Cunill Cabanellas, rodeados por la producción del San Martín. Los premios siempre se dan en caliente, entonces fue raro porque fue la primera vez que me pasaba algo, pero a la vez fue providencial, porque me permite difundir el reestreno.
-¿Y tuvo buenas repercusiones?
-Estamos muy felices por la repercusión inmediata que ha tenido, porque en general las expectativas de un espectáculo se miden con la expectativa que hay en el espectador. Y con lo que sucedió en las primeras semanas estamos sorprendidos. A diferencia de otros espectáculos que tienen mucha presencia en medios grandes, se armó como una especia de raro boca a boca casi instantáneo.
-¿Qué significa para vos como autor y director, cuando los actores que elegís, como el caso de Alarcón, son premiados también?
-Es el doble orgullo. Por un lado, es el personaje que escribiste y por el otro, es tu trabajo como director sobre ese cuerpo. El director, en mi hipótesis, es quien observa con paciencia y puede descubrir las zonas fuertes y las zonas débiles del actor. Ese trabajo no deja de ser un trabajo de editor, porque es el que de alguna manera va seleccionando las cosas virtuosas del actor. Por lo tanto, cuando un actor es premiado, en un segundo plano está el trabajo del director. Está bien que sea así, es sano que no aparezca como el carpintero de Pinocho porque no es alguien que está creando a un muñeco, pero si el trabajo del actor está bien, es porque su selección estuvo bien hecha.
-Decís que los premios te impulsan a tomar riesgos, pero ¿qué te dio el empujón para hacer algo distinto antes del primer premio de tu carrera?
-Curiosamente los premios no quedan afuera (se ríe). Cuando tenía 20 años estaba intentando terminar el colegio secundario. Fui alumno repetidor de tres años y nunca terminé porque no me presenté a rendir las tres materias que me quedaban. A esa edad gané por primera vez un premio literario con un cuento y para mí fue determinante. Voy a agradecer siempre la energía de los premios porque en ese momento trabajaba en el mercado del Abasto, en un puesto que nos había quedado a mi hermano y a mí tras la muerte de mi padre, y mi vida por delante no parecía ir mucho más allá. Pero ese premio me animó, vivía en San Martín y venía al centro a estudiar, a hacer talleres de dramaturgia. Los demás impulsos son la mirada sobre otros artistas. Se dice que un buen poema es aquel que al terminar de leerlo inspira a escribir otro. Yo creo muchísimo en eso. Ahora, aplicalo al arte que quieras y vas a sentir esos maestros a los que quizás nunca conociste personalmente, esas miradas sobre otra obra de arte que de alguna manera te permiten tomar esa energía y producir la tuya. También pesa la mirada aprobadora de los otros, que te permite animarte, y la reprobadora, que te prende la luz roja de los peligros de lo que estás haciendo.
-¿El prestigio que construiste durante tantos años llega a ser un peso?
-En mi caso es todo positivo, porque cada vez que hago algo, me impulso para que sea mejor a lo que hice antes. Nada de lo que nosotros hacemos tiene sentido como pedestal. No hay un pedestal, uno no puede subirse y si lo hacés, quedás atrapado en dos metros cuadrados. La única posibilidad es fluir: creértela para animarte a hacer algo diferente. Eso es lo único que permite un tránsito feliz por el proceso de creación, si no vivirías con el esfínter cerrado, por decirlo de una manera popular (se ríe).
-Tenés muchos proyectos con mucha permanencia en cartel, como Terrenal y La Madonnita, ¿pensás el largo plazo desde la creación de la obra?
-Digamos que es como el amor: cuando aparece y uno vive ese entusiasmo, el momento precioso, uno quisiera que no termine nunca a pesar de que sabe que, inevitablemente, va a terminar. En mi caso hay una actitud más especulativa, sé que buena parte del destino que puedan alcanzar los espectáculos que escribo y dirijo tienen que ver en que yo trabaje luego en una postproducción, buscando espacios donde presentarse, tratando de armar viajes y giras... En el amor pasa lo mismo, para sostenerlo hay que trabajar y yo no creo que nada se sostenga todo. Para la felicidad hay que trabajar, no se trata simplemente de vivir despreocupadamente. Entonces creo que en directores trabajadores, que se mueven, se agitan y esas permanencias son un premio y una retribución.
-¿Cómo definís tu vínculo con el teatro independiente ante la creencia de que la meta para muchos artistas es el teatro comercial?
-Cuando uno piensa en términos de un teatro comercial, la característica fundamental es el comercio. Yo no tengo prejuicio con eso, pero sí en relación a cierto lugar de concesión estética que tiene que hacer a veces un artista para trabajar en ese medio. Probablemente porque nunca lo necesité, porque siempre me las arreglé con mis clases o mis otros laburos; y por otro lado, siempre me siento una especie de clase media feliz del teatro. En el teatro comercial he conseguido que los elencos puedan vivir incluso mejor que en el comercial. Por lo tanto, cuando se habla de creación, expresión, libertad, experimentación se habla del circuito independiente porque es el único que te lo permite. Yo ensayo mis espectáculos cinco o seis meses, trabajo con actores que no cortan entradas por su propio nombre por ser populares, a mí el cartel no me interesa, me interesa la cercanía que puede tener con el personaje. Por lo tanto, el teatro comercial no me ofrece nada que me interese y viceversa.
-¿La pandemia influyó en tu proceso de creación?
-Definitivamente. Me agarró cuando estaba de vacaciones en Cariló, en una casa que tenemos con mi familia. Tenía las valijas hechas para volver, pero por consejo de los amigos que estaban en Buenos Aires, me terminé quedando un año y dos meses. Para ocupar la cabeza y mantener el ritmo de escritura, no me salía hacer teatro porque no veía el panorama, no sabía cuándo lo iba a estrenar ni con quién. No encontraba la excitación suficiente que requiere un proyecto. En cambio, volví a escribir narrativa después de 50 años. Yo empecé con narrativa, gané mi primer concurso y al poco tiempo empecé a estudiar dramaturgia y me dediqué a eso exclusivamente y sin interrupciones. Cuando volví a la narrativa, lo hice de una manera medio compulsiva y lo fui publicando en las redes sociales, armé un blog, terminé Konsuelo y empecé a escribir una saga sobre las aventuras de un sesentón de la comunidad judía que busca novia, impulsada por el recuerdo de algunas cosas que me han contado amigos muy queridos. Así terminé armando la saga Salo solo, que a fin de año va a salir publicada por Alfaguara.
-¿Vas a mantener el teatro y la narrativa en paralelo?
-La verdad es que ahora estoy ganado por la energía del teatro de nuevo. Pero debo decir que, por primera vez, cuando me siento a escribir siento que me ha parecido una amante (se ríe).