La llamaron “La Madre de la Patria” en la era del esplendor de sus combates por la Independencia, pero años después viviría como una mendiga en las calles de Buenos Aires, sobreviviendo gracias a la comida que obtenía en los conventos, pidiendo limosna, vendiendo pasteles y tortas fritas.

Un claro día de justicia, en medio de los entusiasmos patrios de los primeros días de cada julio, ayudó a la difusión de un pequeño, pero llamativo, acto de reparación: un retrato de su noble rostro de guerrera fue colgado en la Cámara de Diputados, en cuyos salones no había hasta hora homenaje alguno a ninguna mujer.

María Remedios del Valle, a la que la historia oficial terminó corriendo a un lado hasta ayer nomás, fue nombrada por Manuel Belgrano capitana del Ejército del Norte, después de sus varios actos de coraje y estoicismo en algunas de las batallas que salvaron el destino de la Revolución de Mayo, sobre todo las de Tucumán y Salta, en 1812 y 1813.

Aquella guerrera, que ya se había destacado con las armas y como enfermera en los hechos de 1806 y 1807, que la historia llama Las Invasiones Inglesas, tuvo después la desgracia de caer en manos de los españoles, herida de bala tras la derrota de Ayohuma, en Potosí: sufrió nueve días de azotes en público, que le dejaron cicatrices eternas.

Sin embargo, la afrodescendiente pudo escaparse de los realistas, se reincorporó a las filas de los patriotas, combatió otra vez, ahora al lado del infortunado Martín Miguel de Güemes, y cuando en la década del 20 del siglo XIX volvió a su Buenos Aires ¿querido? estaba claro que había dado al ideal de la patria todo lo necesario para poder disfrutar del descanso de las guerreras.

El general Juan José Viamonte, que la había visto combatir en la Primera Campaña al Alto Perú, creyó reconocerla un día de agosto de 1827, sin poder creerlo del todo, pidiendo limosna en La Recova, sumergida en la pobreza extrema: por entonces ni siquiera le creían las historias que narraba a los paseantes, ni la atendían en las oficinas cuando iba a reclamar sus salarios atrasados.

“¡Usted es la Capitana, la que nos acompañó al Alto Perú, usted es una heroína!”, exclamó el general convertido en político, tras haberle preguntando el nombre y antes de escuchar como María de los Remedios le contaba que había golpeado la puerta de su casa muchas veces en busca de ayuda, sin que la servidumbre le permitiera el ingreso, porque la confundía con una pordiosera.

El historiador salteño Carlos Ibarguren narró hace décadas que cuando aquella heroína que en su esplendor primero tomaba las armas y después curaba los heridos –antes había sido al revés- mostraba por entonces las cicatrices, tenía las marcas de seis heridas de bala, y relataba su participación en batallas famosas, solo lograba que quienes la escuchaban pensaran que sufría demencia senil, o que era una embustera.

Nieta o bisnieta de africanos, no está claro, así como no existen retratos originales suyos, sus compañeros varones la llamaban "La Parda" y no sólo trabajó en la retaguardia como enfermera y fue al frente como soldada (en dos de esas batallas participó su par Juana Azurduy) sino que también cocinó para la tropa, cosió uniformes rotos y consoló a hombres rotos por los horrores de la guerra.

Viamonte, convertido en un diputado influyente, logró durante ese año 1827 que el Estado le reconociera los servicios a la patria, pagándole siete años de sueldos atrasados como Capitana de Infantería, que permitieron que pese a tener el cuerpo estragado por las heridas de años de batallas María Remedios y pobreza pudiese afrontar con dignidad el final de su vida, que se prolongó hasta los 80.

Doscientos años después de la Revolución de Mayo, en 2010, durante una sesión especial del Parlamento, las diputadas Paula Merchan y Victoria Donda presentaron un proyecto en el Congreso Nacional para levantar un monumento en su honor, en el momento en que las luchas históricas de las mujeres empezaban a encontrar un espacio propio de influencia en la dinámica de la política argentina.

Hoy, la narrativa de aquella era de combates para terminar con el dominio español en América –el presidente Alberto Fernández se explayó sobre Azurduy al hablar en Tucumán el 9 de Julio- incorpora a mujeres que, pese a su impronta en la época, fueron invisibilizadas por los discursos oficiales, corridas del centro de la escena, así como a los afrodescendientes que se contaban por miles en las tropas patrióticas.

La propia figura de Azurduy sufrió un proceso similar de olvido y hundimiento en la pobreza, pese a que en su caso el mismísimo Simón Bolívar la había elevado en vida a la categoría de heroína suprema de la liberación: recién un siglo después de su muerte su figura empezó a ser dimensionada de verdad, aunque tal vez colaboró bastante en el proceso… una canción.

Aunque parezca mentira, la obra “Mujeres Argentinas”, de Ariel Ramírez-Félix Luna, con la joven voz de Mercedes Sosa como protagonista, publicada hace más de medio siglo, fue una base de partida para que el país empezara a hacerse cargo de a poco del legado de Azurduy en parte porque es la única mujer que llegó al grado de General en la historia del Ejército Argentino.

“Quiero formar en tu escuadrón, y al clarín de tu voz, atacar”, se entusiasmaba en la interpretación de esa hermosa canción “La Negra” Sosa, nacida como la Independencia en Tucumán un 9 de julio, con el agregado de que además le tocó actuar personificando a la brava Azurduy en la película épica “Güemes, la tierra en armas”, estrenada en 1971 por Leopoldo Torre Nilson.

El Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad, creado por la actual administración el Estado, aprovechó este 9 de julio para recordar que hay varias otras figuras, entre ellas María Guadalupe Cuenca, Encarnación Ezcurra, Rosa Guerra, Mariquita Sánchez, Remedios de Escalada, Petrona Rosende de Sierra, que merecen un tratamiento diferente del que ofreció hasta ahora la historia oficial.

En el caso de María Remedios debería destacarse que, entusiasmada por el olor a pólvora de la Revolución de Mayo, ingresó al Ejército del Norte junto a su esposo y dos de sus hijos, a los que perdió en 1811 en la Batalla de Huaqui, lo que no impidió que combatiera en Salta y Tucumán, con un comportamiento de bravura que determinó que Belgrano la nombrase Capitana, el mismo grado que por entonces tenía Azurduy.

Cuando Viamonte la descubrió en 1827 mendigando en la Recova, en esa escena como de película dramática, logró de inmediato que otros generales y coroneles de aquel Ejercito, entre ellos Eustaquio Díaz Vélez, Juan Martín de Pueyrredón, Hipólito Videla, Manuel Ramírez y Bernardo de Anzoátegui, se volcaran a la causa de rescatarla de la ignominia, pero para eso hizo falta un debate público entre las fuerzas políticas.

“Efectivamente, esta es una mujer singular”, dijo en ese debate Tomás de Anchorena. “Yo me hallaba de Secretario del General Belgrano cuando esta mujer estaba en el Ejército, y no había acción en la que ella pudiera tomar parte que no la tomase, y en unos términos que podía ponerse en competencia con el soldado más valiente. Era la admiración del General, de los oficiales y de todos cuantos acompañaban al Ejército”.

“Ella era el paño de lágrimas, sin el menor interés, de jefes y oficiales”, agregó. “Yo los he oído a todos a voz pública, hacer elogios de esta mujer por esa oficiosidad y caridad con que cuidaba a los hombres en la desgracia y miseria en que quedaban después de una acción de guerra. Sin piernas unos, y otros sin brazos, sin tener auxilios ni recursos para remediar sus dolencias. De esta clase era esta mujer”.

“Una mujer tan singular como ésta entre nosotros, debería ser objeto de la admiración de cada ciudadano, y a donde quiera que vaya debería ser recibida en brazos y auxiliada con preferencias como una General”, completó en un discurso encendido que tenía por destino a los pares en la Cámara de Representantes que, aunque resulte increíble hoy, no estaban a favor de pagarle los salarios atrasados.

Los historiadores modernos observan qué aunque no pudo soslayarse su figura -Bartolomé Mitre, en una obra sobre la vida de Belgrano, la mencionaría como “Madre de la Patria”- el relato oficial posterior a la era de Juan Manuel de Rosas en el poder construyó una épica que buscaba describir un paisaje argentino que se relacionase con el aluvión inmigratorio europeo, para lo que parecía necesario que las raíces de la cultura afro se diluyesen hasta esfumarse.

La docente Geraldine Fortes escribió en la publicación online Afroféminas: “Fue olvidada por ser mujer y por ser negra. Argentina es un país que, aunque a veces se esfuerza por ocultarlo, niega la historia e influencia africana en su cultura. Un colectivo de mujeres y hombres afrodescendientes decidimos ser la voz que quisieron callar, la voz que intentaron ocultar y especialmente la voz de todas esas personas que fueron borradas de nuestro pasado”. 

“En 1850, en nuestro país, 20 mil habitantes eran descendientes de africanos”, recordó hace dos años el cineasta Pablo César cuando anunciaba el comienzo de una coproducción argentino-nigeriana a filmarse en Córdoba para contar la vida de esta mujer que nació esclava en 1776 y murió heroína en 1847. “Pero hubo una época en la que no consideraban al negro en los censos, no se los contaba”, agregó

En los últimos años, gracias al impacto de los estudios de género sobre la formación académica, las cosas han cambiado: el 8 de noviembre, fecha en que falleció María Remedios, es desde 2013 el Día Nacional de los Afroargentinos y la Cultura Afro, en un proceso de lenta justicia para todos aquellos cuyos ancestros llegaron esclavos, pero resultan hoy imprescindibles para entender cómo se pusieron en acción las ruedas de la historia de la patria liberada.