Transgresor y vanguardista son dos términos que le sientan a la perfección a Macedonio Fernández, escritor, abogado y filósofo argentino cuyo paso por la literatura argentina fue disruptivo.

Nació el 1º de junio de 1874 y estudió Abogacía y Ciencias Políticas en la Universidad de Buenos Aires, donde conoció a Jorge Borges, padre de Jorge Luis. Durante su juventud publicó crónicas en el periódico El Progreso, en La Montaña -el diario socialista dirigido por Leopoldo Lugones y José Ingenieros- y algunos poemas en la revista Martín Fierro. Pero durante 25 años se dedicó a ejercer como abogado, una carrera que no lo apasionada, a tal punto que en 1910 lo nombraron fiscal en el Juzgado Letrado de Posadas, Misiones, y perdió el cargo porque nunca condenó a nadie. Allí también fue director de la biblioteca, donde conoció al escritor Horacio Quiroga.

Su vida dio un giro de 180 grados en 1920, cuando Elena de Obieta, su esposa y madre de sus cuatro hijos -Macedonio, Adolfo, Jorge y Elena-, murió tras una operación quirúrgica. Y a raíz de este evento, Fernández dejó a sus herederos al cuidado de abuelos y tías y abandonó su profesión para vivir austeramente en pensiones de Once y Tribunales, dedicado a la escritura y la filosofía.

En esa época, retomó su relación con Jorge Luis Borges, que recién habían regresado de Europa, y aunque nunca dejó de escribir, a Macedonio no le interesaba publicar sus trabajos. Recién en 1928 editó "No todo es vigilia la de los ojos abiertos"  y al año siguiente, "Papeles de Recienvenido". Y aunque fue escrita en esa misma época, su obra más destacada, "Museo de la Novela de la Eterna", recién salió a la luz en 1967, 15 años después de su muerte.

El libro fue denominado como “antinovela” por la forma en la que Fernández encaró la lectura, de manera no lineal, como una secuencia de discusiones y reflexiones. Además, cuenta con más de cincuenta prólogos previos a la historia principal. Su trabajo escapaba a los cánones de la época, ya que como carecía del afán por ver su creación impresa, se dedicó a escribirla desde 1925 hasta su muerte, el 10 de febrero de 1952.

Su hijo Adolfo, al igual que sus amigos escritores, fueron fundamentales para que el mundo conociera esta novela experimental, que si bien fue criticada, también fue una gran influencia para grandes referentes de las letras como Borges, Julio Cortázar, Adolfo Bioy Casares, Leopoldo Marechal y Ricardo Piglia, entre otros.

“Las mejores posibilidades de lo argentino -la lucidez, la modestia, la cortesía, la íntima pasión, la amistad genial- se realizaron en Macedonio Fernández, acaso con mayor plenitud que en otros contemporáneos famosos”, señaló el autor de El Aleph, quien también confesó que imitó a su colega “ hasta la transcripción, hasta el apasionado y devoto plagio”.

Por su parte, Piglia declaró que Macedonio fue “el primero que se propone una teoría de la novela, el primero que tiene conciencia de la necesidad de definir el género” y lo ubicó en un lugar central de la literatura de nuestro país. Sin embargo, Fernández siempre fue modesto. "He logrado en toda mi obra escrita ocho o diez momentos en que, creo, dos o tres renglones conmueven la estabilidad, la unidad de alguien", manifiesta en un fragmento de su obra maestra.