Por Gisela Asmundo.

Licenciada en Historia del Arte

En 1844 fecha en la que Turner realizó esta pintura nos encontramos ante casi la finalización del apogeo del Romanticismo. Por lo tanto la manera en que intentaremos abordar a la obra será teniendo en cuenta los parámetros románticos del momento.

La primera aparición documentada del término "Romántico" se debe a James Boswell a mediados del siglo XVIII, y aparece en forma adjetiva, esto es, romantic con el significado de "pintoresco", "sentimental".

Aproximación a la obra:

Lluvia, Vapor y Velocidad, realizada en la madurez y consagración de la vida del artista, es una síntesis sorprendente del interés de Turner ante el paisaje clásico y su inexorable adhesión al mundo moderno de su tiempo.

Lo que apreciamos de esta pintura es la sensación de velocidad, de ese tren que avanza por el paisaje, el contraste entre la masa negra sólida del motor, la sensación atmosférica muy efímera de chubascos y esa luz solar bastante frágil que parpadea a través de las nubes en la tormenta de una manera luminosa.

Uno podría fantasear poner el rostro frente al lienzo, y sentir el viento corriendo. La sensación de apenas poder respirar, o hablar, imaginando la lluvia azotando la cara, el viento frío húmedo deslizándose, el sabor de la lluvia, y la arena quizás del carbón. Los sonidos del vendaval, la tormenta, el trueno del tren en las vías. Incluso quizás el sonido del silbato, la voz del siglo XIX…

Hay tantos lugares en esta pintura, que un avistaje de pájaro entre el viento y las nubes, mirando hacia abajo la escena, genera adrenalina.

Soñar en convertirnos en un pasajero del tren, o con un "zoom" poder ver los sombreros de copa de las personas porque aquí, no hay techo. Este vagón, pertenece a un tren de pasajeros de tercera clase.

De hecho, en 1844, la Ley de Regulación Ferroviaria que Gladstone, (Inglaterra) impulsó, y en el proyecto de ley original, solicitó viajes baratos en tren para los trabajadores que se comunicaban entre las ciudades. Un centavo por el viaje, pero también para tener una protección de un techo sobre las cabezas de los trenes de pasajeros de tercera clase.

Y esto fue tomado a regañadientes.

Una historia sobre cuándo se mostró la pintura en la Royal Academy en 1844, expresada por la Fraser’s Magazine sostuvo lo siguiente: “Turner ha realizado un cuadro con lluvia de verdad, tras la cual hay un sol auténtico, y de un momento a otro esperamos ver el arco iris. Mientras tanto se nos hecha encima un tren que, realmente, avanza a la velocidad de cincuenta millas por hora, y el lector haría bien en ir a verlo antes de que se salga fuera del cuadro…”.

Habría que tener en cuenta que los avances tecnológicos surgidos a partir de La Revolución Industrial trajeron aparejados cambios en la manera de la percepción humana. Por ejemplo ya no era lo mismo observar un paisaje desde la locomoción de un vehículo de tracción a sangre que subidos a un tren. La visibilidad de las cosas y percepción de las mismas eran diferentes.

Uno de los aspectos que realmente se destaca es que Turner estaba entrando a este tema de la modernidad, de La Revolución Industrial, del vapor, del poder y el cambio, en 1844, cuando tenía 69 años.

Una adaptación bastante buena para la época victoriana, a su edad, el abrazó y abordó los cambios de su tiempo.

¿Pero qué intentó transmitirnos?. ¿Estaba celebrando el cambio? O, ¿estaba glorificando este motor?

Quizás exista un guiño aquí, entre el combate del tren contra las fuerzas de la naturaleza, el tren que está avanzando, sin obstrucciones por esa tormenta que lo rodea.

¿Turner, lamentaba la pérdida de una edad de oro pasada, con este idilio dorado de un paisaje?

Esta atmósfera dorada como una cortina de escenario que se dejó caer entre el pasado y el presente.

Quizás es Turner en la vejez mirando hacia atrás reflexionando sobre su vida, volviendo a ese pequeño bote que aparece en la pintura.

Sabemos que pasó mucho tiempo en su juventud en alrededor de los valles del Támesis e hizo dieciocho bocetos entre 1806 y 1809 desde un bote de remos. Saliendo con su cuaderno de esbozos y con una sombrilla sobre su cabeza para mantener la sombra apagada.

Me gusta pensar que se encontraba reflexionando sobre cómo el ritmo del progreso había realmente cambiado su vida. Tal vez estuvo navegando hacia el pasado, esos días que se habían ido, los días del labrador de manos se empezaban a extinguir.

Este fue el período del gran entusiasmo sobre los ferrocarriles, esta fue la época donde los victorianos estuvieron comprando e invirtiendo en acciones como locos antes del receso que estaba por llegar.

En la pintura aparecen en choque los dos resultados importantes de la tecnología como la via férrea, el puente viaducto y las fuerzas de la naturaleza. El paisaje se puede identificar como el puente ferroviario sobre el Támesis en Maidenhead, construido entre 1837 y 1839.

Turner parece añadir algunos detalles que hay que descubrir como una una liebre a mitad de camino a lo largo de la vía del tren para representar la velocidad del mundo natural en contraste con la velocidad mecanizada del motor. El animal ahora es invisible ya que la pintura se ha vuelto transparente con la edad, pero se puede ver en un grabado de la pintura de 1859.

A la izquierda se distinguen unas figurillas que representan unas muchachas danzando, y a la derecha el arado de un campo lejano evocando una sociedad que está desapareciendo.

Turner:

Joseph Mallord William Turner nació el 23 de abril de 1775 en Londres, hijo de un modesto barbero y fabricante de pelucas. Nació pobre y murió rico.

Con tan solo quince años, expuso por primera vez una acuarela en La Royal Academy, siendo un logro inusitado por lo precoz de su edad. Expondría en la misma desde 1796 hasta 1851 año de su muerte.

Encontró gran cantidad de admiradores entre la aristocracia inglesa quien pagaría muy bien la profusión de sus dibujos.

A lo largo de su carrera suscitó una significativa admiración por el tratamiento de su pintura pero por otro lado también voces detractoras de la misma. Su gran pasión en el manejo de los colores, sobre todo su devoción hacia el amarillo, tienen un sello inconfundible.

Turner miró la realidad para crear otra, sobre todo en los colores del mar y del cielo, su investigación lo condujo cada vez más hacia el color puro de Heinrich Füssli, el pintor inglés aprendió que un color tiene mayor fuerza que la combinación de dos colores y que la combinación de tres colores impide aún más que esa fuerza surja.

Su discurso sobre la naturaleza, el paisaje y el hombre evocaban el espíritu de la época romántica, en donde el hombre en su avance tecnológico y espiritual se encontraba muchas veces disminuido ante las fuerzas naturales.

Fue un gran viajante y aventurero acompañado siempre de su cuaderno de bocetos.

Alrededor de los años treinta el tipo de coleccionista o mecenas que compraba su obra cambió por personas de negocios, de clase media, coleccionistas que recién aparecían en la escena. Los cuales preferían tomar el riesgo en invertir en alguien contemporáneo de su tiempo; que comprar obras de los maestros antiguos que habían empezado a ser falsificadas luego de las Guerras Napoleónicas.

El mercado de antigüedades falsificadas había empezado a invadir Gran Bretaña.

En sus cuadros se puede observar el misterio de la naturaleza, como evocaba el poeta alemán Novalis, “en cada flor, en cada piedra se esconde un mensaje cifrado”. Turner como hombre del siglo XVIII sumergido en el pensamiento filosófico de lo sublime ante el espectáculo natural nos quiso también develar su misterio.

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El Lago de Buttermere, 1789, Oleo sobre tela, 91,5 x 122 cm. Londres, Tate Gallery.

Con Turner el paisaje adquirió una nueva dignidad artística, ya no solo se trata de la exaltación de la pintura mitológica o de temas históricos.

Con su luz va a crear el mito de la naturaleza en perpetuo movimiento.

Si comparamos las representaciones de la campiña inglesa de John Constable con los paisajes de Turner podríamos advertir las diferencias de entendimiento sobre lo natural.

John Ruskin el crítico inglés advirtió:

“Constable percibe en un paisaje que la hierba está húmeda, los prados son planos y las ramas frondosas, es decir, lo que podrían notar un cervatillo o una alondra inteligentes, Turner percibe con una mirada la totalidad de la realidad visible accesible a la inteligencia humana”

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John Constable, The Wheat Field

La falta de claridad, la disipación de sus formas tendiendo cada vez más a la abstracción son algunas de las cosas que se le criticaba a la obra de Turner.

Pero su búsqueda iba por otro lado, el intentar reproducir el color a través del movimiento de la naturaleza o de las cosas que la conforman; identificar el tiempo en el espacio con los colores que lo suscitan.

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El Alba en el Castillo de Norham, 1835/1840, Turner, oleo sobre tela, 91 x 122 cm., Londres, Tate Gallery.

Lluvia, Vapor y Velocidad sería la antesala de los movimientos cromáticos de luz del siglo XVIII y XIX, así también asentaría las bases del rechazo de las formas como gesto provocativo y experimental con empaste de color, lleno de materia, del grupo norteamericano de principios del siglo XX del Action Painting, encabezado por Jackson Pollock.

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