Las “putas de San Julián”, un símbolo de la lucha feminista argentina
Hace un siglo, cinco trabajadoras de un prostíbulo de Puerto San Julián fueron detenidas tras negarse a atender a soldados que habían participado de la masacre de peones rurales investigada por Osvaldo Bayer en “La Patagonia rebelde”.
Las detuvieron y golpearon, las expulsaron del pueblo, y silenciaron los hechos, pero el paso del tiempo ha puesto sus nombres en un cuadro de honor: el Estado homenajea ahora a las cinco trabajadoras sexuales que hace cien años se negaron a atender en un prostíbulo a un grupo de militares que había participado de la peor masacre de trabajadores de la historia argentina.
Los soldados que llegaron al prostíbulo La Catalana, en Puerto San Julián, en Santa Cruz, pertenecían a dos Regimientos de Caballería a mando del teniente coronel Héctor Benigno Varela, el responsable operativo de la represión de una huelga de peones rurales que terminó con una cantidad nunca oficializada de fusilados, aunque se calcula que fueron 1.500.
Estos trágicos sucesos, conocidos por el empeño en investigarlos del historiador Osvaldo Bayer, que contó la historia en cuatro volúmenes publicados entre 1972 y 1975 con el título genérico de “La Patagonia Rebelde”, fueron el corolario de una serie de hechos iniciados en noviembre de 1920, cuando los peones agrarios agrupados en la Sociedad Obrera de Río Gallegos comenzaron una huelga justo antes del inicio de la esquila de ovejas.
Aunque las demandas eran leves –básicamente un día de descanso semanal, lugares limpios y secos donde dormir y velas para alumbrarse durante la noche- los propietarios de las estancias, argentinos y británicos, solicitaron al presidente Hipólito Yrigoyen la inmediata intervención del Estado Nacional, que decidió enviar tropas con el objetivo inicial de que ayudaran a un acuerdo de partes.
En una primera instancia, la negociación tutelada por el Ejército funcionó, pero cuando al año siguiente llegó la misma época, y otra vez la demanda sindical caló fuerte, el conflicto terminó con una fortísima intervención del Ejército, qué en varias semanas consecutivas, de noviembre de 1921 a enero de 1922, procedió a fusilar a los dirigentes y activistas en conflicto, liquidando a buena parte de los tres mil peones involucrados.
En la película de 1974 “La Patagonia rebelde”, un gran aporte a la conciencia colectiva sobre estos hechos del director Héctor Olivera, el actor Héctor Alterio, haciendo el papel de Varela, filmó una de las escenas más recordadas de la historia del cine argentino, una secuencia en que imparte la seca orden de fusilar a un grupo de prisioneros especificando la cantidad de balas que merecen, cuatro cada uno.
Varela, que al año siguiente fue asesinado en Buenos Aires por el anarquista alemán Kurt Gustav Wilckens, hizo cavar sus propias fosas a los prisioneros más mansos, a los que luego ordenó fusilar, ya que a los más retobados los mandó a degollar, o quemó sus cuerpos en fosas comunes a las que las tropas prendieron fuego tras rociarlas con nafta, en campos extensos que quedaron sembrados de cadáveres ocultos.
La impactante ejecución del militar aconteció en Palermo, el 27 de enero de 1923: el anarquista alemán arrojó una bomba a su paso y después lo remató con cuatro disparos, los mismos que habían recibido los peones patagónicos, para luego, en medio de un tiroteo, proteger con su cuerpo a una niña de 10 años que pasaba por el lugar, hasta que, herido, se entregó a la policía.
“No fue venganza, yo no vi en él al insignificante oficial”, explicó Wilckens en una carta desde la cárcel, poco antes de ser asesinado por un visitante armado, un integrante de la “Liga Patriótica” que era familiar de Varela. “No, él era todo en la Patagonia: gobierno, juez, verdugo y sepulturero. Intenté herir en él al ídolo desnudo de un sistema criminal”.
La mayoría de los soldados que llegaron a la Patagonia sin saber en que clases de hechos participarían eran jóvenes conscriptos de la clase 1900, pero Varela y sus oficiales contaban con la ayuda de la agrupación nacionalista “Liga Patriótica”, que realizaba en la zona tareas de patrullaje y detección de los focos de rebeldía, además de proveer de logística a las tropas.
En “La inesperada derrota de los vencedores”, el último capítulo del tomo 2 de “La Patagonia Rebelde”, Bayer cuenta que fue una vez concluida la masacre que las cinco pupilas del prostíbulo de la catalana Paulina Rovira se negaron terminantemente, pese al peligro al que se exponían, a atender a esos clientes, en un hecho inusual, y que podría haber derivado en otra tragedia.
Ante la queja de los soldados, que las acusaron de “insultar el uniforme de la patria”, las mujeres fueron detenidas, golpeadas, denigradas y expulsadas de San Julián, tras retirársele las tarjetas sanitarias que las autorizaban a ejercer la prostitución, según consta en el informe policial al que Bayer accedió muchos años después de haber publicado por primera vez una crónica de los sucesos.
Según “la filiación policial”, escribió el historiador, esas mujeres, las únicas que tuvieron el coraje de repudiar in situ el accionar militar durante aquella trágica secuencia de hechos, eran las argentinas Consuelo García, de 29 años, Angela Fortunato, de 31 y Amalia Rodríguez de 26, la española María Juliache, de 28 y la inglesa Maud Foster, de 31.
El Teatro Nacional Cervantes estrenó en 2013, cuando la lucha feminista había cambiado muchos parámetros en la Argentina, una obra de teatro llamada “Las putas de San Julián”, una adaptación de Rubén Mosquera de la investigación de Bayer, que había encontrado el eco de las palabras con que aquellas trabajadoras enfrentaron a los sorprendidos soldados: “¡Asesinos! ¡porquerías!, ¡Con asesinos no nos acostamos!”.
“Jamás creció una flor en las tumbas masivas de los fusilados; solo piedra, mata negra y el eterno viento patagónico”, escribió Bayer, que se fue de este mundo el 24 de diciembre de 2018, a los 91 años. “Están tapados por el silencio de todos, por el miedo de todos. Solo encontramos esta flor, esta reacción de las pupilas del prostíbulo”.
La crónica rigurosa de aquel día indica que el suboficial y los soldados de festejo llegaron a la casa de tolerancia en un momento en que estaba cerrada, alborotaron a golpes la puerta, y cuando entraron por la fuerza fueron recibidos a escobazos y palos por las mujeres, que salvaron sus vidas porque ante el escándalo terminaron siendo detenidas y procesadas por la policía local.
Esta semana, después de un año de actividades preparatorias apoyadas por el gobierno de Santa Cruz, los homenajes de distintos activismos patagónicos incluirán una serie de intervenciones artísticas, presididos por la idea de “no monumentalizar” la figura de aquellas mujeres valientes que, sin saberlo, estaban dando hace cien años un ejemplo a las insumisas por venir.