La trágica muerte de Leopoldo Lugones: un cóctel mortal de amenazas y desamor
El poeta le puso fin a su vida el 18 de febrero de 1938. Y aunque el mito popular asegura que actúo impulsado por el desamor, a los 63 años también enfrentaba otros problemas.
Cordobés de nacimiento, a muy temprana edad Leopoldo Lugones se comprometió con sus ideas políticas y sociales y en paralelo inició su camino por el mundo de las letras. Escribió cuentos como La guerra gaucha (1905) y Las fuerzas extrañas (1906); poesías como Odas seculares y Romances del río Seco; reivindicó a la figura del gaucho en El Payador (1916) y publicó una sola novela, El ángel de la sombra (1926).
Fue pionero del modernismo literario y en el uso del verso libre en la poesía, creó la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) en 1928 y su cuidado por la lengua y el buen uso de las palabras lo llevaron a convertirse en uno de los grandes poetas argentinos. Pero más allá de su obra, su muerte siempre dio qué hablar, ya surgieron varias versiones sobre los motivos por los que decidió quitarse la vida el 18 de febrero de 1938.
Lugones tenía 63 años, un trayectoria destacada , con algunas polémicas en el medio por su paso del socialismo al nacionalismo y su apoyo al Golpe de Estado de 1930. Estaba casado con Juana Agudelo, con quien tuvo a su único hijo, Leopoldo “Polo” Lugones. Tuvieron un amor sólido y duradero y el escritor le dedicó gran parte de su obra, entre la que se destaca El libro fiel (1912), en el que hacía alarde de su lealtad en la relación, pero hubo un punto de quiebre del que no hubo retorno.
En 1926, durante una de sus tantos días en la Biblioteca Nacional de Maestros -que dirigió desde 1915 hasta su muerte- conoció a la joven de Emilia Santiago Cadelago, de 25 años, y quedó perdidamente enamorado. Ese mismo año comenzaron a salir y el escritor le profesaba su amor en más de un idioma, ya que le escribía cartas en español, francés e inglés, en las que llamaba a su amada Diamelia Gacelio o Aglaura.
"Cuánto y cuánto te quiero, mi dulzura lejana. No hago ni he hecho más que recordarte y padecer con tu ausencia, y así será, querido amor, hasta que vuelva a verte. ¿Cuándo?" o "El sabor de tus labios queridos permanece en mi boca con un gusto de flor, que es el tuyo, mi diamela, y hasta el vacío de mis brazos conserva todavía la suavidad de tu cintura" fueron algunas de las frases que le dedicó con pasión.
El amor fue intenso, recíproco pero, sobre todo, prohibido. Y a pesar de que duró varios años, terminó siendo descubierto por Polo, quien había sido nombrado por José Félix Uriburu como Comisario Inspector de la Policía y había introducido la picana eléctrica a las fuerzas como elemento de tortura.
El joven que estaba cerca de cumplir 30 años no soportaba la deshonra contra su madre y, movido por la ira, emprendió un plan de extorsión para separar a los amantes. Primero habló con Emilia y luego con su padre para incitarlos a separarse y dejarles en claro que si seguían juntos, haría todo lo que estuviera a su alcance para hacerlos pasar por locos y que terminaran encerrados.
Enseguida, la familia de ella decidió trasladarla a Montevideo, Uruguay, para que pudiera vivir tranquila, mientras que el escritor se sumergió en una profunda tristeza, motivo por el que decidió alquilar una pensión en El Tropezón, un recreo del Delta de San Fernando y se encerró. Nadie sabe con exactitud cómo fueron sus últimas horas, pero lo que está claro es que Lugones recurrió a un combo mortal de whisky y cianuro, no sin antes dejar una carta con su última voluntad.
"Que me sepulten en la tierra sin cajón y sin ningún signo ni nombre que me recuerde. Prohíbo que se de mi nombre a ningún sitio público. Nada reprocho a nadie. El único responsable soy yo de todos mis actos", escribió, sin explicitar los motivos que lo empujaron a tener un dramático final. Y dejó la nota junto al vaso vacío y un artículo inconcluso.
Para muchos, actuó lisa y llanamente por el dolor que le provocaba estar lejos de Emilia; para otros, por la vergüenza que le generaba la posibilidad de quedar expuesto públicamente y el peso del repudio antidemocrático que había cosechado. Su verdad se la llevó con él.
A pesar de los pedidos que dejó por escrito, el poeta fue velado en su domicilio ubicado en la calle Santa Fe 1391 y lo sepultaron en el Cementerio de la Recoleta. Sus restos permanecieron allí hasta 1994, cuando fueron llevados a Villa María del Río Seco, su pueblo natal, para que descansen al pie del Cerro del Romero. El suicidio y el horror permaneció en su familia por varias generaciones, pero esa ya es otra historia.