Por Carlos Polimeni

La historia demuestra que es difícil salir indemne de las experiencias con la lógica de los grandes criminales, y el escritor argentino Ariel Magnus está experimentando en carne propia las consecuencias del tuteo que eligió: meterse en la psiquis de Adolf Eichmann para escribir la primera novela basada en su punto de vista, el del "Arquitecto del Holocausto".

La novela, "El desafortunado" acaba de aparecer en el mercado en el mismo año en que se cumplieron 60 de la operación de secuestro en Buenos Aires del jerarca nazi más buscado desde el final de la Segunda Guerra Mundial, que fue llevado a Israel, donde lo sometieron a un juicio que concluyó con su culpabilidad, y su muerte por ahorcamiento.

Eichmann había vivido una década en la Argentina, refugio de docenas de nazis luego de la caída del Tercer Reich, en una historia que ha sido contada muchas veces en distintos registros, pero hasta ahora nadie se había animado a ponerse en su lugar, a mirar las cosas desde los ojos y la psiquis del burócrata del horror que a la hora de la verdad dijo que sólo había cumplido con la tarea que le encomendaron.

"¿Quién me mando a meterme aquí", se pregunta el autor al finalizar la obra, cuando se ve obligado a explicar que quizás su investigación sea un legado de los sentimientos que le transmitió su padre, arquitecto de verdad, y no del mal, que no solo odiaba al criminal sino que estaba obsesionado por saber un detalle menor de su biografía: qué vino tomó antes de ser ahorcado en 1962.

"Ahora que terminé con mi cometido, o con el de mi padre, salí a caminar por el barrio a despejar la mente, con la vaga idea de recorrer los escenarios de la novela, que estuve evitando todo este tiempo, al igual que las películas sobre el tema, para no contaminármelos de presente", apunta Magnus en el epílogo de una obra, que será traducida al alemán, italiano, francés, holandés y croata pero fue gestada en el conurbano bonaerense, en Florida.

"Nada más difícil de entender que el pasado cuando ocurre en el mismo lugar que nuestra vida actual, incluido el pasado propio", apunta, tras haber transportado al lector por distintos escenarios de Buenos Aires y sus alrededores en que se desarrollaron en la década del 50 las actividades de Eichmann y sus amigos en el exilio argentino nazi, entre ellos el monstruoso médico Josef Mengele.

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La perversión hecha persona: la voz del "Arquitecto del Holocausto", que vivió diez años en la Argentina

El escritor argentino, que este año está viviendo en Berlín y es nieto de una sobreviviente del campo de concentración y exterminio de Auschwitz, fue moldeando la voz narrativa de su libro leyendo los varios testimonios que dejó el criminal sobre su vida, pero por sobre todo el trabajo "Eichmann vor Jeruselem", de la erudita alemana Bettina Stangneth, publicado en 2009.

"Lecturas nada agradables, pero fundamentales para meterse en la piel del personaje y a partir de ahí poder contar la historia desde su perspectiva", narra el escritor, que además piensa que la idea de "la banalidad del mal", acuñada por la famosa pensadora alemana Hannah Arendt luego de presenciar el Juicio en Jerusalem, le baja el precio a la maldad, el sadismo y la hipocresía que caracterizaron al personaje.

La banalidad del mar, concepto que subraya que seres capaces de cometer grandes maldades pueden no responder a los rasgos prototípicos de un monstruo o un enfermo mental, fue una consecuencia lógica de que se tomaran por ciertas las cosas que afirmó en el Juicio un hombre que declaró que no se sentía culpable, sino inocente, buscando pasar por lo que no era, cree el autor.

Para Magnus allí está el tema central a desentrañar para poder evaluar en su dimensión a un asesino de estas características y hacer que sea su inteligencia la que tenga voz en "El desafortunado" ya que no se trata de "un psicópata desatado como Mengele, un tipo que con sus propias manos destrozaba cuerpos humanos" sino de un "criminal de escritorio, para colmo bastante razonador."

Un ejemplo de ese comportamiento en la novela es la negociación que lleva adelante con sus interrogadores antes del traslado a Israel para terminar reconociendo que conoce la ubicación del domicilio en que se suponía que vivía Mengele en Olivos, pero tal vez dándole tiempo para que huyera a Paraguay, desde donde pasaría a Brasil, el país en que finalmente murió ahogado en una playa, en 1979

En una estrategia que fue armando durante los quince años en que permaneció fugitivo, cinco en Europa y diez en la Argentina, Eichmann declaró en Jerusalem que había obrado como un mero experto en transporte, creando las condiciones necesarias para el traslado en tren de los 6 millones de judíos que murieron en las cámaras de gas, aunque el plan original es que fueran 10 millones.

Durante sus años en el país, en que usó el nombre falso de Ricardo Klement, había expuesto convicciones muy diferentes, grabando horas de sus verdaderas ideas sobre la vida en la casa de un periodista holandés, Willem Sassen, radicado aquí después de haberse escapado de Europa, acusado de haber cometido actos criminales luego de haberse sumado a las SS en el apogeo del sueño nazi.

El aniversario 60 del secuestro y su salida del país disfrazado de piloto de avión, y dopado, facilitó qué en mayo pasado otro servicio de inteligencia israelí, El Shabak, hiciera públicas por primera vez algunas de las fotos que fueron tomadas por los agentes en Buenos Aires, en el largo tiempo que costó verificar que el hombre denunciado por un vecino ciego fuera el mismo que era buscado por sus crímenes contra la humanidad.

Entre los platos anecdóticos de la investigación que incluye "El desafortunado" está la comprobación de que la esposa y los tres hijos mayores de Eichmann llegaron en barco a Buenos Aires con sus nombres y apellido reales el mismo día del gigantesco velatorio de Evita Perón, circunstancias en las que se habían agotado totalmente la existencia de flores en la Argentina.

La mayoría de los nazis que arribaron al país, eso está en el aire viciado de sensaciones fuertes del relato de Magnus, desarrollaban sus vidas en una relativa comodidad --después de todo en el país se había concretado, en el Luna Park, el 10 de abril de 1938, el mayor acto nazi de todos los tiempos fuera de Alemania?e incluso soñaban con que era posible un Cuarto Reich.

El título de la novela, que es irónico, alude a una de las formas en que el asesino de masas planteaba su tarea: en un libro que escribió a modo de memoria, y que no está traducido al castellano, Eichmann afirmó que un hombre puede ser funcionario de un gobierno bueno o un malo y que él había tenido la escasa fortuna de tener que obedecer las órdenes de uno malo.

Esa idea, apunta Magnus a Noticias Argentinas, "condensa perfectamente el cinismo de este personaje y es un buen punto de apoyo para acercarnos a él con el necesario asco", palabra fuerte pero que incluso presidió el juicio en Israel, en que toda su participación se concretó desde una "pecera" blindada para que ningún otro asistente tuviera que respirar su mismo aire.

A lo largo del juicio, su estrategia fue defenderse diciendo que ejecutaba órdenes: "No perseguí a los judíos con avidez ni placer. Fue el Gobierno quien lo hizo. La persecución, por otra parte, solo podía decidirla un Gobierno, en ningún caso yo. Acuso a los gobernantes de haber abusado de mi obediencia. En aquella época era exigida la obediencia, tal como lo fue más tarde la de los subalternos".

Para quienes queden anonadados con el tema del acto nazi en Buenos Aires, un símbolo de la fuerte presencia de ese ideario antes de la llegada de los prófugos tras la caída de Berlín en 1945, hay que subrayar que es un hito de su historia, según investigaron para el libro "Luna Park: El estadio del pueblo, el ring del poder" los periodistas Guido Carelli Lynch y Juan Manuel Bordón

"La cita estaba prevista para las 10 de la mañana (..) Media hora antes, las puertas se abrieron para recibir una multitud de alemanes, austríacos y argentinos. Entre 12 y 20 mil personas llegaron hasta las proximidades (...) Contaban con la venia de la jefatura de policía, que dos días antes había accedido al pedido de la comunidad austroalemana para realizar el acto", se lee en la obra.

"A lo largo del recinto formaban doble fila en los pasillos los miembros del Partido Nacional-Socialista uniformados y con la cruz esvástica en el brazal, lo mismo que los representantes de la asociación Germano-Austríaca, organizadora de la reunión", detalló al día siguiente, lunes 11 de abril de 1938, la crónica del diario La Nación.

Para quienes piensan que la relación de un sector de la Argentina con el nazismo es cosa de un pasado enterrado, sería bueno recordar que hace pocos días en Bariloche, ciudad ubicada en una zona de Argentina muy elegida para exilios que en algunos casos duraron para siempre, hace pocos días, en una manifestación anti cuarentena, aparecieron personas con atuendos evocativos del Ku Kux Clan estadounidense.

Hace tres años, en la misma zona bonaerense en que vivieron Eichmann y Mengele la policía descubrió, escondida en una casa de antigüedades, una colección de más de 80 objetos de culto nazi, entre ellas artefactos para medir el cráneo, juegos infantiles, una lupa que presuntamente perteneció a Adolf Hitler, un busto, dagas, una tabla ouija, cruces de hierro, un reloj de arena y armónicas de las Juventudes Hitlerianas.

Este año, en febrero quedó firme en Mar del Plata un fallo del Tribunal Oral Federal condenando a entre cinco y nueve años de cárcel a los integrantes de una banda de jóvenes pro nazis que intentaban "imponer sus ideas y combatir las ajenas por la fuerza o el temor" nucleados en una organización cuya propaganda se basaba "en ideas o teorías de superioridad de una raza, religión o grupo étnico".

Los condenados Alan Olea, Gonzalo Paniagua, Oleksander Levchenko, Nicolás Caputo, Giuliano Spagnolo, y Franco Pozas, agredieron reiteradamente durante años a sus víctimas, miembros de la comunidad trans y defensores de la igualdad de género, en general con caños de PVC rellenos con cemento, en una ciudad donde la apología del nazismo es frecuente.

El tribunal que los juzgo apuntó que los condenados "profesan una ideología totalitaria, racista y violenta", basada en una "dinámica del odio que estimula la ideología nazi" y busca su reafirmación "frente al otro, frente al diferente, mediante la violencia", con un objetivo "ante el distinto, el inferior, el no ario, primero hacerlo callar para después alejarlo y finalmente exterminarlo".

Lo mismo pasa en Córdoba, en cuya geografía se escondieron docenas de fugitivos nazis, de cuyo accionar está lleno el imaginario provincial: el año pasado La División de Inteligencia Antiterrorista (DIA) de la Policía realizó cuatro allanamientos en la capital y Villa Carlos Paz para secuestrar entre otras reliquias un busto de Hitler, esvásticas y medallas.

El criminal de guerra nazi Mirko Eterovic, ex jefe de uno de los principales campos de concentración de Yugoslavia, acusado del asesinato de miles de judíos, serbios y gitanos, vivía como un señor respetable en un barrio residencial de Córdoba, cuando en 1999 la justicia lo descubrió como parte de una pesquisa sobre la radicación en la Argentina de 63 terroristas croatas luego de la Segunda Guerra.

Una historia similar pero con final distinto -Eterovic se fugó del país y volvió para morir? a la de Erich Priebke, uno de los responsables de la Masacre de las Fosas Ardeatinas, en la que fueron asesinados 335 ciudadanos italianos, que era el honorable director del Instituto Cultural Germano Argentino Bariloche al ser descubierto en 1995 por una canal de televisión estadounidense,

Priebke fue detenido y extraditado a Italia, donde resultó condenado a una cadena perpetua que se prolongó hasta su muerte en 2013, y parece una de las figuras que están por detrás de la acción, en apariencia inspirada en la probable presencia en el sur de Mengele, que cuenta la película argentina "Wakolda", de la cineasta argentina Lucia Puenzo.

Mengele, el "Ángel de la Muerte", doctor en medicina y antropología y capitán de las SS, era el encargado de decidir quiénes eran aptos para el trabajo y quienes debían morir cuando llegaban a Auschwitz los trenes enviados por el método Eichmann, pero ante todo se afanaba en los laboratorios con experimentos genéticos sobre los prisioneros, obsesionado por los gemelos y los enanos.

En la Argentina vivió, antes de huir al Paraguay de Alfredo Strosnner en los años 70, el feroz Eduard Roschmann, conocido como el "carnicero de Riga", cuyo nombre se hizo célebre fuera del ámbito de las investigaciones del Holocausto por la novela "Odessa", de Frederick Forsyth, que fue llevada al cine en 1974 con el nombre de "Los archivos de Odessa".

También habitaron este suelo los criminales Walter Kutschmann, que llegó en 1948 disfrazado de sacerdote bajo el nombre Pedro Ricardo Olmo y trabajó en la empresa OSRAM, y Josef Schwammberger que cuando fue extraditado a Alemania resultó condenado a prisión perpetua en 1987 en un fallo que recordó que como comandante de tres campos de concentración se había destacado por "el odio visceral que sentía por los judíos".

Las historias precedentes, en total los criminales nazis en la Argentina fueron cien, pero los simpatizantes y adeptos muchos más, carecerían de importancia si no pasara que muchos ciudadanos de una tercera generación, la que hoy están en la mediana adultez parecen haber sido educados con ideas supremacistas inquietantes, incluyendo algunos funcionarios de gobiernos democráticos.

Las alusiones al espíritu nazi que parece habitar la conciencia de algunos argentinos nutren la gracia del personaje Miki Vainilla, de "Peter Capusotto", que no causarían sonrisas si los televidentes no tuvieran la certeza de que se basan en una detenida observación de ciertos tics que se repiten en personalidades de la vida pública, en ámbitos diversos de la cultura, el espectáculo y la política.

Magnus notó, al profundizar en el tema de su novela, que todos los relatos hasta ahora existentes sobre el "caso Eichmann" tomaron como base las narraciones del servicio de inteligencia israelí, el Mossad, que montó una formidable operación para extraer ilegalmente de la Argentina al criminal, originando un incidente grave con el gobierno de Arturo Frondizi.

En Nextflix, por ejemplo, está disponible el film estadounidense de 2018 "Operación final", que fue rodado en Buenos Aires, y cuenta como el Mossad ubicó a Eichmann, lo capturó y lo trasladó a Israel con el enigmático Ben Kingsley en un raro protagónico, si se sabe que antes interpretó a una víctima de los nazis en "La lista de Schindler", o que se consagró internacionalmente con "Ghandi".

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La perversión hecha persona: la voz del "Arquitecto del Holocausto", que vivió diez años en la Argentina

En el mismo año, se estrenó aquí el largo documental "El vecino alemán" escrito y dirigido por Rosario Cervio y Martín Liji, que se explaya sobre la vida de Eichmann en Argentina a partir de la mirada de Renate Liebeskind, una joven traductora alemana, el primero realizado en el país con apoyo del Museo del Holocausto de Buenos Aires y del Instituto Goethe.

La vida real del criminal después de la Guerra fue de película: capturado por fuerzas estadounidenses, pasó por varios campos para oficiales de las SS usando papeles falsificados que lo identificaban como Otto Eckmann, pero una y otra vez logró escapar y mantenerse a distancia de la justicia luego de que en los Juicios de Núremberg fuese probada su responsabilidad en la ingeniería de la masacre.

Recién cinco años después, en parte por sus contactos con una organización dirigida por el obispo Alois Hudal, un austríaco residente en Italia con simpatías nazis, abordó en Génova el barco que lo depositaría en la Argentina, con un pasaporte humanitario del Comité Internacional de la Cruz Roja a nombre de Ricardo Klement.

Durante la década en que vivió aquí, trabajó en un taller mecánico, se trasladó a Tucumán, montó proyectos comerciales para vender jugo de frutas, puso una tintorería, fue empleado en la fábrica de calefones Orbis, montó un criadero de conejos de Angora cerca de La Plata y finalmente consiguió entrar en 1959 a la reabierta filial de Mercedes Benz en la Argentina.

El salario de gerente que cobraba en la empresa (que se había convertido en un "nido de nazis", según una notable apreciación de la periodista e historiadora Gaby Weber) le ayudó a comprar la casa en la calle Garibaldi 14, en el partido de San Fernando donde fue emboscado en 1960 por los comandos del Mossad, luego de una larga investigación.

Aunque parezca mentira, ya que otra vez el dato parece copiar una ficción, fue un ciego, Lothar Hermann, un judío alemán que había escapado a Argentina en 1938 y cuya hija Silvia había establecido una amistad con el mayor de sus vástagos, el que reconoció al asesino escondido en una falsa identidad, tras escuchar relatos de la dinámica de su hogar, tema que está en no menos de una docena de producciones audiovisuales sobre el caso.

Cuando lo condenaron a la horca "por crímenes contra la Humanidad" las últimas palabras de aquel ser definido por uno de sus captores como "un hombrecito patético" fueron: "Larga vida a Alemania. Larga vida a Austria. Larga vida a Argentina. Estos son los países con los que más me identifico y nunca los voy a olvidar. Tuve que obedecer las reglas de la guerra y las de mi bandera. Estoy listo".

Durante el proceso en Israel su hijo mayor había publicado en varios medios del mundo un artículo llamado en "Blanco y Negro", contando la versión familiar de la existencia de su padre, con una definición que aún llama la atención: "Tengo uno de los nombres más odiados del mundo. Pero, aun así, todavía quiero al hombre que me dio el ser."

Al recordar esa publicación este año, a propósito de la liberación de los documentos por parte de Israel, el diario español ABC no se privó de citar una de las frases más famosas atribuidas a aquel padre: "Me estremeceré dentro de mi tumba riendo, por la satisfacción de tener seis millones de judíos sobre mi conciencia, esa es la fuente de mi extraordinaria satisfacción".

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La perversión hecha persona: la voz del "Arquitecto del Holocausto", que vivió diez años en la Argentina