Los grandes artistas, una vez concluía su obra, legan a sus sociedades un universo que parece mantenerlos vivos en la memoria colectiva más allá del final de sus vidas, como viene a recordar el décimo aniversario del paso al terreno de los mitos nacionales del cineasta y cantante Leonardo Favio.

En una sociedad de memorias parciales, este mendocino de reconocimiento internacional por sus éxitos como cantante melódico tiene en la Argentina el privilegio de ser considerado, además, uno de los grandes cineastas de todos los tiempos, es decir, que goza de un extraño doble estándar.

Incluso su carrera en el cine tiene otro triple estándar: sus obras de los años sesenta son de culto, dos de las de los setenta están en la lista de las diez que más espectadores convocaron a las salas, las del final de su vida incluyen una tesis personal sobre la historia del peronismo, el momento político al que adhirió con fervor.

“Un país necesita, de tanto en tanto, reelaborar sus posiciones sociales”, dijo el actor Federico Luppi sobre Favio, que lo eligió para su primera gran protagónico en Romance del Aniceto y la Francisca. “En esa revisión y necesaria toma de impulso, Leonardo será un referente ineludible, teñido como está de las sutilezas reveladoras de un Chejov, la socarronería de un Jauretche y las enternecedoras claves del radioteatro campesino”.

Homenajes a 10 años de su muerte

La edición 37 del Festival de Cine de Mar del Plata, que comenzó el viernes pasado con un homenaje a su trayectoria, es sólo uno de los muchos acontecimientos que viene programado desde mayo del año pasado el Estado Nacional para acompañar el décimo aniversario de su partida, el 5 de noviembre de 2012.

Esos homenajes incluyen la inauguración de una estatua frente a la sede de Directores Argentinos Asociados, ciclos de exhibición de sus obras para el cine, conciertos sinfónicos con nuevos arreglos de algunas de sus canciones más famosas y un sinfín de actividades que vienen desplegándose desde el día en que el homenajeado nació, el 28 de mayo.

El poder de convocatoria de las dos películas más épicas de su obra pone al realizador en un lugar que le suma a su prestigio el talento para llevar adelante narrativas de alto impacto en las masas: Nazareno Cruz y el lobo fue vista por 3.4 millones de espectadores en 1975 y Juan Moreira por 2.5 en 1973.

Pero esas son las cifras finales, claro, porque si se sumaran la enorme cantidad de exhibiciones que han tenido a través de la televisión, en retrospectivas, en ciclos, en pasadas en las universidades de cine y en festivales, la conclusión evidente sería que Favio fue el cineasta argentino más convocante de todos los tiempos.

Sus éxitos iniciales en el terreno de la canción deben haber influido en la asistencia posterior a sus películas de autor para las masas: en 1968, en un período de densa agitación juvenil en el mundo, en un semestre se vendieron un millón de ejemplares de Fuiste mía un verano, que se convirtió así en el disco argentino más comprado de todos los tiempos.

Las canciones de aquel período, entre ellas Ella ya me olvido, Quiero aprender de memoria y O quizás simplemente le regale una rosa, siguen siendo hoy íconos de la música del continente, con alto impacto no solo en el público argentino de distintas generaciones sino también en Chile, en Colombia, en Uruguay, en México.

Favio, que no estaba al principio demasiado convencido de sus condiciones como intérprete, convirtió además en famosas con sus versiones varias otras canciones importantes, como La bohemia, de Charles Aznavour, Chiquillada, de José Carbajal, Para saber como es la soledad, de Luis Alberto Spinetta y Stéfanie, de Alfredo Zitarrosa.

A los que observan diferencias estéticas entre sus canciones y sus películas, les respondía: “Muchos dicen: Leonardo canta para ganar plata que le permita hacer cine. Eso no es cierto. Yo canto porque me gusta tanto o más que el cine. Y si soy un compositor de vuelo rasante, bueno, cada uno vuela hasta donde le den sus alas, pero estoy orgulloso de mis canciones”.

“Mis canciones hicieron milagros, como que yo comiera más a menudo, que pudiera pagar el alquiler, que pudiera ser solidario con quienes quiero porque tengo los medios para hacerlo, hicieron de los aviones una alfombra mágica que me llevó a países insólitos”, agregaba, entusiasmado en la defensa de un oficio que le permitiría, también, sobrevivir en el extranjero en épocas de persecución y ninguneo.

Pero el éxito comercial de sus obras no era para Favio una bendición: su temperamento, en parte forjado por una niñez llena de precariedades con esporádicas estadías en reformatorios, estaba lleno de emociones difíciles de comunicar, que muchas veces lo llevaban a encerrarse, a no querer salir del agujero interior, a no disfrutar para afuera de lo que para adentro era satisfactorio.

Para dimensionar la pobreza en que creció, cuando su padre es esfumó y su madre partió rumbo a Buenos Aires, alguna vez contó sobre su infancia mendocina: “De los perros, yo amaba más que a todos al Cautivo. Con ellos me cobijaba del frío en Mendoza, ese que te cala los huesos, junto a mi hermano el Negrito. Uno silbaba y venía el Cautivo y venían todos los otros perros y se ponían arriba de nosotros y dormíamos tibios”.

Sin embargo, como era un amador y no un odiador, como está claro en su universo creativo, estaba conforme con su niñez: “Añoro el niño que fui. Lo quiero mucho porque es la etapa que me selló, que marcó mi estilo de ver la vida y la gente, el amor por las cosas que me dieron tibieza, felicidad. Olores, mariposas nocturnas, sonidos, pájaros, sapos, lagartijas, en fin, un universo maravilloso y mágico que me sería casi imposible transferir”.

Encerrarse para evitar que la fama lo persiguiera, mucho más adelante, significaba no querer caminar por las calles para no ser reconocido o alabado, creer que todo su éxito se trataba de un malentendido, sumirse en depresiones fuertes, o hacer de la tristeza un estado de ánimo permanente, con el amor como uno de los posibles salvavidas.

Hay un primer Favio artista que a veces es ignorado, por el paso del tiempo: el que recién llegado a Buenos Aires trabajó como actor, y galán, en películas como Fin de fiesta, de Leopoldo Torre Nilsson, algo así como su segundo padre; El jefe, de Fernando Ayala, Dar la cara, de José Martínez Suarez y En la ardiente oscuridad, de Daniel Tinayre.

"A mí lo único que me impresionó cuando me vi en una película era que podía verme caminando de espaldas, porque casi nadie sabe cómo es él mismo caminando de espaldas", le simplificó sobre esta etapa de su vida a una de sus biógrafas, la periodista Adriana Schettini, autora del imprescindible “Pasen y vean”.

Incluso las cuidadas bandas de sonido de sus películas incluyen canciones que alcanzaron inusitada popularidad, como Soleado, el tema principal de Nazareno… y A donde irás con este sol, de Juan Moreira, que tienen ahora sus versiones sinfónicas en los conciertos que le rinden tributo a ese perfil de sus talentos varios.

Aunque era un tipo de carácter difícil y cambiante, de mutismos y repentismos, de dudas y certezas terminantes, Favio siempre lució humilde y ubicado en público, como lo prueban las incontables entrevistas televisivas que concedió cuando tuvo ganas, siempre al margen de las frivolidades.

Su adhesión férrea al peronismo, que entre otras cosas le valió no poder filmar durante 17 años y un largo exilio iniciado en la dictadura militar 1976-1983, fue un acto de fe permanente, una de las formas de religiosidad que adoptó para poder soportar, también, los fantasmas que siempre lo habitaron.

La obra de Leonardo Favio sigue en el centro de la escena, a diez años de su muerte
Leonardo Favio y Cristina Kirchner en 2005.

“Me hice peronista primero por intuición. Cuando era pequeño estaba en una pobreza infinita y de golpe comienza la felicidad”, resumió en una entrevista que el historiador Norberto Galasso incluyó en un libro publicado en 2015 por el Ministerio de Cultura de la Nación, para una serie llamada Los Populares. “Voy avivándome de cosas. Cuando llega una máquina de coser… es una intuición que se va acercando a través de hechos concretos…

“Más tarde me doy cuenta que se está dando a conocer un nuevo criterio en referencia al hombre”, puntualizó. “El hombre como centro de todo hecho político. El hombre como centro de la economía. Separar uno de otro no iba. Con los años tuve acceso a la lectura: Jauretche, Marechal, el General fundamentalmente, entonces me fui acercando al aspecto intelectual del peronismo, a sus propuestas”.

Cuando en 2008 estrenó su versión para ballet de Aniceto, su proyecto más ambicioso y poético, la mononucleosis que portaba le había causado ya un debilitamiento general de los músculos, que le impedía la movilidad normal, por lo que se desplazaba en silla de ruedas o caminando con dificultad, con muletas, aunque la lucidez de su cerebro estaba intacta.

“Uno muere cuando se escapa de la memoria de la gente”, sostuvo por entonces el artista irrepetible e indomable, que siempre había convivido con los fantasmas de aquel pasado de sufrimientos del que no renegaba, pero que repetía en voz alta que se había hecho peronista porque estaba seguro de que no se puede ser feliz en soledad.