La historia de cómo los hijos de Liliana Bodoc terminaron la tercera parte de la saga Tiempo de dragones
La muerte en 2018 de la escritora más destacada de la épica fantástica argentina había dejado inconclusa una novela, que se publica ahora bajo el título de Las crónicas del mundo.
La saga de la sorprendente vida de la escritora argentina Liliana Bodoc acaba de incorporar, a cuatro años de su partida de este mundo, un nuevo y llamativo capítulo: la publicación del último libro de la trilogía épica fantástica Tiempo de dragones, en coautoría con sus hijos, Galileo y Romina.
La obra, que la muerte de Bodoc había dejado inconclusa, fue completada tras algunas vacilaciones iniciales por estos cariñosos coautores, que lograron redondear una historia ubicada en una era, hacia el año 1.000 del Calendario Quinto, en que los dragones y los hombres intentaban llegar a la paz, probando todo tipo de combinaciones, luego de la caída de los dioses.
El volumen titulado Las crónicas del mundo, publicado por el Grupo Editorial Penguin Random House, es la continuidad de una compleja saga iniciada en 2015 con la aparición de La profecía imperfecta, y continuada en 2017 con El elegido en su soledad, que apareció meses antes de la repentina muerte de la creadora, en febrero del año siguiente.
La trayectoria de esta santafesina que creció en Mendoza y terminó radicada en San Luis fue atípica: terminó de adulta el secundario abandonado en la adolescencia, luego hizo la carrera de Letras en la Universidad Nacional de Cuyo, se dedicó a dar clases en colegios secundarios, y publicó su primera obra cuando el almanaque le marcaba las cuatro décadas de vida.
La explosión que significó el éxito de Los días del venado (Editorial Norma, 2000) se dio cuando ya habría trabajado, y mucho, en la fundación de su propio universo literario, como quedó claro cuando en los próximos tres años se conocieron Los días de la Sombra y Los días del Fuego, que completaron su trilogía inicial, cuyo título conjunto fue La saga de los confines.
De ahí en más, publicó la friolera de otras 38 obras, la gran mayoría de ellas pensando en el público infantil y juvenil, y acumuló numerosos premios internacionales y nacionales, entre ellos The White Ravens, dos Konex de Platino (en 2004 y 2014), el Barco de Vapor, el de la Feria del Libro de Buenos Aires, el Honoris Causa de la Universidad Nacional de Cuyo.
Además, cosechó prestigio mundial: la famosa narradora estadounidense, Ursula K. Le Guin, que fue una de las diosas del género, la consideraba su par, acaso porque había un puente entre ambos espacios literarios, con la investigación antropológica, las ideas progresistas y el feminismo como sustrato común.
Como le tocó empezar a descollar en una época de resurrección de las historias fantásticas, en que la magia es imprescindible, también resultó normal que al presentarla como responsable de obras que cautivaban a lectores jóvenes de muchos países la prensa internacional la definiera como la colega sudamericana de la exitosa escocesa J. K. Rowling, autora de la saga de Harry Potter.
“La fantasía no es una mentira, sino una contracara, una contracultura, un contrapunto, un canto contra la obviedad y los dogmas, un contratiempo, una contratapa”, pensaba Bodoc.
“A la literatura no hay que ponerle cáscaras ni cerrojos. La ficción debe ser pura libertad”, decía la escritora, que tenía claro que tras su muerte, regresaría de la mano de su obra, como en rigor está ocurriendo ahora.
La primera trilogía nació como tantas otras del género de la fantasía épica como un subproducto de su admiración por las creaciones de J.R.R Tolkien, autor de una extensa obra, que incluye El señor de los anillos, pero antes de eso arquitecto de un mundo imaginario, Arda, en uno de cuyos continentes, la Tierra Medía, ubicó una larga serie de novelas, cuentos, ensayos y poemas, para los que incluso llegó a inventar un idioma.
Desde el más profundo anonimato inicial, Bodoc se propuso la creación de un universo similar, solo que tomando como base las tradiciones de los pueblos originarios de América, que estudió con sumo rigor, y esa época y ambientes inventados terminó cobijando gran parte de su obra futura, hoy publicada en inglés, alemán, francés, neerlandés, japonés, polaco, portugués e italiano.
El revival de un género lleno de convenciones y claves internas, que peleó durante años por su inclusión en el corpus principal de la literatura seria, se produjo en este siglo XXI de la mano del mega éxito de las adaptaciones al cine de El señor de los anillos y Harry Potter por lo que muchos de los fans de Bodoc creen que alguna vez habrá una película con sus sagas, aunque se descuenta que ese proyecto está fuera del presupuesto posible para el cine argentino.
Convertida a la religión islámica después de una crianza alejada de las creencias, Bodoc tejió su accionar tras haber comprendido que la obra del británico Tolkien estaba cruzada por una visión “eurocéntrica, patriarcal, aria y eclesiástica”, por lo cual la creación que la desvelaba debía diferenciarse, apoyada en otras cosmovisiones, más próximas, con un marcado acento en el poder de las mujeres y el encanto de la inocencia infantil.
“La literatura es otra forma de pensarse -decía- de entender que hay otro mundo posible. La magia, por ejemplo, es un concepto tan viejo como el hombre. Y lo mágico tiene la función del horizonte, que se corre para ir más lejos. El relámpago fue algo mágico, hasta que el hombre lo entendió. Y siempre va a haber cosas que no podamos entender. De lo contrario, el mundo sería horrible”.
Podría pensarse que esta profesora humilde y de aspecto sencillo que rehuía a las luces de las grandes ciudades, utilizó la ficción para presentar a los lectores historias con el valor de un refugio desde el que puede afrontarse la dureza de la realidad, y lo hizo encomendándose a algunos “padrinos imaginarios”, entre ellos Juan Rulfo, Antonio Di Benedetto, Pablo Neruda y Gabriel García Márquez, amos y señores de hipnóticos de mundos para iniciados.
Galileo y Romina Bodoc.Los hijos, que no creían en el valor de las obras póstumas, y sentían como un sacrilegio meterse en un mundo cuya creadora ya no estaba presente físicamente, se decidieron a proseguir con Las crónicas del mundo tras haber encontrado los apuntes y bocetos que daban pistas certeras del camino indicado por un plan maestro, cuyas ambiciones iban mucho más allá de las trilogías, ya de por si extenuantes para cualquier escritor.
“Esta obra resultó del trabajo en coautoría entre tres voces, tres respiraciones que se acompasaron más allá del tiempo, el espacio, la ausencia o la presencia física”, explicaron al presentar el libro que firman junto a su madre. “Es una prueba de que la producción plural (..) es posible si se articula sobre una trama que la contiene y trasciende, y si se encauza sobre un propósito: el de contar”.
La profecía imperfecta, el primer libro de una saga que alguna vez estuvo planificada como tetralogía bajo el título general de Tiempo de dragones, narra la historia de un elegido, Nulán, qué gracias a La Perforación, una dimensión mágica que aparece en un bosque, un portal, puede intentar reestablecer la perdida armonía entre los hombres y los dragones.
En la segunda novela El Elegido en su soledad, para variar el futuro Nulán debe viajar al pasado, pero el lector atento notará que ahora la prosa roza la poesía: "Quien no conoce el monte no conoce el verdadero sentido de lo múltiple, y es incapaz de ver los corredores de la humedad, las esquinas de la sombra, los túneles en la maleza. Quien no conoce el monte es incapaz de reconocer, siquiera, cuál es su frente y cuál su espalda".
Las crónicas del mundo, la novela escrita a seis manos, incorpora como personaje a Vorbarela, una alquimista que procura recomponer una historia incompleta hasta ahora, nutriéndose de fragmentos, una tarea que de alguna manera simboliza que resultaba posible que el corte de la secuencia narrativa que produjo la muerte de la autora encontrase en su propia familia un modo de continuidad.
La edición final del libro incluye, acaso algo sorpresivamente, un conmovedor texto de cierre de la consagrada poeta santafesina Diana Bellesi, que recuerda que cuando firmó el contrato para publicar esta saga, para la que trabajó como nunca, o como siempre, Bodoc decía, con malestar: “¿Cómo voy a escribir esto, si aquí en América nunca hubo dragones”.
“Y para consolarla, o molestarla”, agrega su amiga, que la consideraba “una hechicera poderosa”, dueña de una visión personal y diferente de las concepciones estandarizadas del paso del tiempo, le respondía: “En ninguna parte los hubo, y si los hubo, en la imaginación pueden haber volado hacia aquí”