La foto más reproducida de la historia del periodismo, el más icónico de los retratos del revolucionario argentino Ernesto Guevara, fue tomada casi de casualidad durante un acto al aire libre, luego de una tragedia, por un reportero gráfico cubano que luego no ganó ni un peso en derechos de autor.

La imagen del fotoperiodista Alberto Díaz Gutiérrez, más conocido como Korda, capturó unos segundos de un momento tenso: Guevara, ofuscado, participaba de un acto que precedía al entierro de las docenas de muertes originadas por dos explosiones registradas durante un atentado en el puerto de La Habana.

Korda contó mucho después que mientras cubría ese acto oficial en 1960, en los lugares más destacado del palco estaban Fidel Castro y varios ministros de su gobierno, pero no el Che, que sin embargo se incorporó por menos de un minuto a un primer plano, sin que eso llamase demasiado la atención de los presentes.

"Me impresionó su mirada de pura ira por las muertes ocurridas el día anterior", recordó Korda cuando esa imagen ya se había comercializado en el mundo entero, impresa en camisetas, gorras, boinas, remeras, artículos de uso cotidiano, libros, postales, banderas de equipos de fútbol y luego en miles de cuerpos, convertida en tatuaje.

Los biógrafos y amigos del argentino atestiguan que luego de la ira, y tras la marcha con que la cúpula del gobierno revolucionario acompañó el entierro de las víctimas, lo poseyó una enorme tristeza, ya que vio morir a muchas de ellas sin poder hacer más que lamentar el atentado.

La presencia en un costado del palco del líder duró entre 45 y 50 segundos, durante los cuales el reportero, que estaba ubicado a unos ocho metros, logró disparar dos veces con su cámara, una de ellas en posición horizontal y la otra en posición vertical, sin plena conciencia de los posibles resultados.

La icónica foto del Che, retrato de uno de sus días más tristes en la Cuba revolucionaria

Fue en el laboratorio, en un proceso de edición que lo llevó a eliminar todas las otras referencias, que el llamado Retrato del Guerrillero Heroico tomó su primera dimensión definitiva, aunque aún faltaba mucho para su explosión internacional.

Esa explosión internacional fue posterior al asesinato de Guevara en octubre de 1967, en Bolivia, y sobrevino cuando al año siguiente el editor italiano Giangiacomo Feltrinelli convirtió en afiches varias de las fotografías de Korda, pensando qué, como lo demostraba el Mayo Francés, las rebeliones contra el orden establecido lo tendrían como figura icónica.

Korda, que adhería a la causa de la Revolución Cubana, habilitó por entonces el uso gratis de su retrato, seguro de que con eso colaboraría con la difusión de las ideas del Che, pero una vez se negó a autorizarlo: fue cuando le consultaron para ponerlo en la etiqueta de una línea comercial de vodka.

"Desde el ángulo donde yo trabajaba ese día, al Che no se veía, él estaba en un segundo plano", explicó el autor, que murió a comenzar el siglo XXI. “Yo estaba paneando mi cámara cuando en un momento impreciso, indeterminado, no pensado, emergió desde el segundo plano hacia el borde de la tribuna el Che".

Luego de ese momento, Guevara salió otra vez del primer plano, y el fotógrafo apenas intuyó que mientras le dolían las víctimas de La Coubre, estaba clavando la mirada en el futuro de su propia y trágica figura, ya que esa es la sensación que para siempre transmite esa virtual instantánea.

Las víctimas mortales de los atentados fueron setenta personas, a las que deben sumarse 27 desaparecidas y más de un centenar de heridos, en un momento en que La Habana estaba en el foco de la atención mundial, a tal punto que la visitaban entonces los famosos intelectuales franceses Jean Paul Sartre-Simón de Beauvoir, que participaron también del homenaje a las víctimas.

El vapor La Coubre era un buque de origen francés que fue objeto de sabotaje en el puerto de La Habana el 4 de marzo de 1960 cuando transportaba armas y municiones, en un accionar que los servicios de inteligencia cubanos atribuyeron a la CIA, unos 14 meses después de la toma del poder por parte de los revolucionarios

El barco de 4310 toneladas, que transportaba entre otras cosas 76 toneladas de municiones belgas desde el puerto de Amberes, en una acción coordinada por el entonces Ministro de Defensa, Raúl Castro, estalló mientras procedía a la descarga, en el viejo Puerto de La Habana.

En el momento de la primera explosión, las 15.10 de un día en apariencia rutinario, Guevara estaba en una reunión en el edificio del Instituto Nacional de Reforma Agraria, de la que se retiró con suma velocidad para coordinar en persona la atención médica a los obreros y soldados que sobrevivieron.

Treinta minutos después de la primera explosión, mientras cientos de personas estaban involucradas en la operación de rescate de las víctimas, hubo una segunda más poderosa, que sobre todo afectó a los socorristas, en una situación que originó una enorme confusión en La Habana.

La icónica foto del Che, retrato de uno de sus días más tristes en la Cuba revolucionaria

En su discurso del día siguiente, Fidel Castro dijo: “Cuba no se acobardará, Cuba no retrocederá; la Revolución no se detendrá, la Revolución no retrocederá, la Revolución seguirá adelante victoriosamente, la Revolución continuará inquebrantable su marcha”.

La administración del presidente estadounidense Dwight D. Eisenhower había decidido ya por entonces hacer todo lo posible para derribar al gobierno que había terminado con la dictadura de Fulgencio Batista, como quedaría claro al año siguiente, ya bajo el mandato de John F. Kennedy, con la llamada invasión de Bahía de los Cochinos, que resultó en una grave derrota militar

“Después de que Castro entró en La Habana, en el gobierno empezamos a buscar medidas que pudieran ser efectivas para reprimirlo”, escribió en sus memorias Eisenhower bajo cuya administración la CIA organizaba y armaba grupos de opositores, mientras avionetas procedentes de Miami bombardeaban industrias y pueblos.

Las últimas investigaciones sobre el atentado, publicadas el año pasado, subrayan que la CIA contó con ayuda de la división Maine Rouge, una célula clandestina formada por el Ministerio del Interior francés para el combate por fuera de la ley con los revolucionarios argelinos, que habría colocado los explosivos en el buque en el puerto belga de Amberes antes de su salida rumbo a Cuba.

Una vez atracado el barco en el puerto de la capital de la isla, otro grupo encubierto habría procedido a detonarlos, aprovechando que el gobierno había autorizados al capitán a variar los procedimientos de rutina, que indicaban que todos los cargamentos eran trasladados en barcazas hasta el muelle, sin que los navíos llegasen hasta allí.