Durante los últimos 18 años de su vida, José Saramago eligió su casa de Lanzarote, España, como su lugar de base. El espacio ideal para compartir tiempo con su esposa, la periodista y traductora española María del Pilar del Río Sánchez y recibir familiares y amigos, pero también para encontrar la inspiración permanente y no dejar nunca de escribir, ni siquiera cuando la leucemia estaba en su peor estadio. Y para que el público pudiera conocer más sobre la intimidad del escritor portugués, quien recibió un Premio Nobel de Literatura en 1998, ese lugar que fue tan preciado, íntimo y al que él mismo definió como "una casa hecha de libros" se convirtió en un museo y permanece intacto aún a once años de su muerte.

Saramago, que era hijo y nieto de campesinos, se había destacado como un excelente alumno en la escuela primaria, pero no pudo continuar con sus estudios porque se vio obligado a trabajar para ayudar a su familia. Fue cerrajero, trabajó como delineante y funcionario de sanidad y de previsión social. Recién en 1947 se animó a publicar su primer libro, "Tierra de pecado", pero no obtuvo el éxito que esperaba. Ese mismo año nació su hija, Violante, fruto de su matrimonio con Ilda Reis. Y aunque llegó a escribir "Claraboya", una novela que se publicó dos años después de su muerte, durante dos décadas el portugués mantuvo su vida alejada de la literatura.

Despuntaba el vicio por la escritura con colaboraciones como editor, traductor y periodista, hasta que en 1966 decidió volver a meterse de lleno en el mundo de las letras y publicó "Poemas posibles"; y en 1970, "Probablemente alegría" (1970). De la mano de su trabajo como escritor, Saramago estaba muy comprometido con la situación política de su país y formó parte de la Revolución de los Claveles, el levantamiento militar que restauró al democracia en Portugal en 1974.

Recién en 1980 comenzó a tener una mayor repercusión en el ambiente literario de la mano de la novela "Levantado del suelo", en la que retrató la vida de los trabajadores de Lavre y le sirvió para encontrar su estilo y fusionar su vocación con sus intereses sociales. Desde entonces, su obra no paró de crecer con "Memorial del convento" (1982), "El año de la muerte de Ricardo Reis" (1984), "La balsa de piedra" (1986) y "El evangelio según Jesucristo" (1991), una novela por la que se vio envuelto en un gran escándalo en Portugal, ya que no le permitieron participar del Premio Literario Europeo por considerar que su trabajo podía ofender a los católicos.

Enojado por esta polémica que se generó en torno a su obra, Saramago decidió abandonar Portugal e instalarse en Lanzarote, donde actualmente funciona "A casa de José Saramago". Un lugar donde los visitantes pueden ver con sus propios ojos la alfombra confeccionada a base de piedra volcánica de la isla que tanto orgullo le generaba al autor, decenas de obras de arte que embellecen las paredes, como retratos familiares y decenas de premios y todo tipo de reconocimientos que cosechó en más de sesenta años de trabajo como escritor, traductor y periodista. Pero sin dudas, el atractivo más grande es su despacho.

José Saramago y su "casa hecha de libros"

En esa habitación pasó el periodo más activo y prolífico de su carrera. Con una biblioteca que ocupa una pared entera, en la que tenía al alcance enciclopedias, diccionarios y todo el material de consulta que siempre tenía que tener a mano, una mesa rústica de pino en la que se pueden observar las marcas que dejaron en sus patos sus perros Pepe, Greta y Camoens, cuando eran cachorros, y una computadora de escritorio para nada moderna, Saramago comenzó a escribir "Ensayo sobre la ceguera", uno de sus libros más conocidos, publicado en 1995. Dos años más tarde, presentó "Todos los nombres" y siguió con "La caverna" (2000), "El hombre duplicado" (2002), "Ensayo sobre la lucidez" (2004), "Las intermitencias de la muerte" (2005), su autobiografía "Pequeñas memorias" (2006), "El viaje del elefante" (2008) y "Caín" (2009), además de otros escritos que no llegó a publicar en vida. Entre esas cuatro paredes, el portugués comprendió que su escritura debía ir a fondo para poder llegar a la conciencia de los lectores, y para tenerlo presente, necesitaba todo tipo de piedras a las que recurría, acariciaba y contemplaba en sus largas búsquedas por las palabras justas. 

Otro de los ambientes que crea fascinación en el público es la cocina, donde el escritor recibía por igual, con un café de por medio, a grandes figuras del ambiente literario como a fanáticos de su obra que se acercaban para charlar un rato o a pedirle una dedicatoria en sus libros. Y ni hablar de la biblioteca, donde alberga más de 15 mil títulos, motivo por el que tuvo que construir una habitación aparte. En ese espacio en el que cada mañana se dedicaba a repasar lo último que había escrito, corregir y ver cómo continuar, en 2007, luego de superar un delicado momento de salud a raíz de la leucemia, invitó a María Kodama para hablar de Jorge Luis Borges, a quien consideraba junto a Fernando Pessoa y Franz Kafka como los grandes autores del siglo XX.

Su costado más romántico también queda expuesto en su hogar, donde permanece su colección de relojes, que marcan las 16 horas, el momento en el que conoció a Pilar en 1985, la mujer que se convirtió en su segunda esposa y compañera hasta el final. Y el recuerdo constante de su tierra, quedó inmortalizado con un árbol de olivos que llevó especialmente desde Portugal para embellecer el jardín de Lanzarote.

Al abrir las puertas de su hogar, la familia del escritor encontró la manera de mantener viva su obra con la esperanzada de que sirva de inspiración para las miles de personas que la visitan año a año. Y aunque actualmente permanece cerrada a raíz de la pandemia, la tecnología permite que sus seguidores la recorran virtualmente en su página web y que puedan conocer los detalles de la vida y obra del escritor.