Si hay algo que se destaca en la obra de Jorge Amado, considerado uno de los grandes referentes de la literatura brasileña es su compromiso social y la fuerza de sus convicciones. Nacido en el estado de Bahía, durante los más de cuarenta libros que publicó en su prolífica carrera buscó retratar la complejidad de la sociedad de su país.

Creció en una plantación de cacao y encontró en la escritura el mejor pasatiempo durante su niñez y adolescencia. Y tanta facilidad tenía para las letras que con solo 18 años publicó El país del carnaval (1931) su primera novela, que marcó el inicio de un largo recorrido en un ambiente en el que no era considerado un intelectual ni mucho menos, pero tenía la habilidad de generar cercanía y empatía en sus lectores.

Como en Cacao (1933), su segunda novela, en la que se centró en la vida de los trabajadores de su tierra. Fue publicada el mismo año del nacimiento de Lila, su primera hija junto a Matilde García de Rosa. Y en simultáneo a sus primeros pasos como autor, se dedicó a estudiar en la Facultad Nacional de Derecho de Río de Janeiro, donde se graduó en 1935, a pesar de que nunca ejerció como abogado.

La política ocupaba un lugar preponderante en su vida y su militancia con el partido comunista lo llevó a exiliarse en la Argentina y Uruguay en la década del 40. Pero eso no evitó que siguiera haciendo foco en la explotación de los obreros rurales, un tema que volvió a abordar en Tierras del sin fin (1943) y San Jorge de los Ilheus.

En 1946, tras su regreso a su país se convirtió en el diputado más votado del estado de São Paulo y durante su mandato abogó por la libertad de culto religioso, algo totalmente revolucionario para la época. Ya en pareja con la escritora Zélia Gattai, con quien tuvo a su hijo Joel Jorge, volvió a ser perseguido por sus convicciones y se recluyó en Francia hasta 1949, año en el que murió su primera hija. Y luego, se trasladó a Checoslovaquia, donde nació Paloma, la segunda heredera de su matrimonio con Gattai.

Nunca dejó de escribir, aunque sus publicaciones fueron más espaciadas. Y al regresar a Brasil en 1955, se alejó de la militancia política para volver a volcar todas sus energías en la escritura. Publicó biografías, relatos, libros dedicados al público infantil y novelas entre las que se destacan Doña Flor y sus dos maridos (1966); Tienda de los milagros (1969); Del reciente milagro de los pájaros (1979); El amor del soldado (1947); El niño grapiuna (1982); Navegación de cabotaje (1992).

Sus historias fueron traducidas a más de 40 idiomas y se publicaron en 55 países e incluso algunas cuentan con sus versiones en braille. Pero sobre todo, dejaron una huella imborrable en la literatura brasileña con un estilo costumbrista que lo llevó a ser un referente de la identidad de su pueblo. Y no solo contó con el reconocimiento popular, sino que a principios de la década del 60 fue convocado a sumarse a la Academia Brasileña de Letras y fue distinguido con distintos galardones nacionales e internacionales y fue nombrado Doctor Honoris Causa por diversas universidades. También fue nominado al premio Nobel, pero nunca se consagró ganador.

Durante sus últimos años, su estado de salud le jugó una mala pasada, ya que sufría problemas cardíacos, la diabetes lo había dejado casi ciego y estaba inmerso en una profunda depresión. El 6 de agosto de 2001 murió de un paro cardíaco, cuatro días antes de su cumpleaños. Y a modo de homenaje, sus cenizas fueron enterradas en el jardín de su casa el mismo día en el que hubiera cumplido 89 años.