Elizabeth Taylor, la mujer que triunfó en Hollywood y desafió los prejuicios de la sociedad
Dueña de una belleza única, la actriz nacida en Londres, no solo tuvo una prolífica carrera en cine y televisión, sino que su vida privada estuvo colmada de transgresiones que la convirtieron en un ícono de la libertad.
Dio sus primeros pasos en el mundo de la actuación a los nueve años en "There's One Born Every Minute" (1942), la única película que grabó para Universal Pictures tras su llegada a Los Ángeles, Estados Unidos, junto a su familia, pero como John Cheever Cowdin, el director del estudio, sintió que su talento era limitado, anuló su contrato. Pero la lectura que hizo el empresario no fue para nada acertada, ya que Elizabeth Taylor continuó su carrera con determinación y tras algunos papeles chicos, se convirtió en una de las estrellas más codiciadas del cine con solo 12 años gracias a su trabajo en "Fuego de juventud", un filme en el que le dio vida a Velvet Brown y sufrió una lesión en su espalda que marcó un deterioro progresivo en su salud.
Sin embargo, los dolores no aplacaron el envión que le dio la industria y casi por inercia, continuó su camino en el mundo del espectáculo. No tuvo una infancia ni una juventud normal y no solo sentía la presión de sus padres, Francis Leen Taylor, un vendedor de obras de arte, y Sara Sothern, una actriz retirada, sino también de las autoridades de la MGM. "Liz" debía tener un comportamiento ejemplar y trabajar durante largas jornada de grabación, que impedían que tuviera una vida como las demás chicas de su edad. “Estaba en gran medida dominada por mi familia y cuando el estudio comenzó a hacer lo mismo, me rebelé”, recordó en una entrevista quien encontró la primera forma de transgredir mediante el matrimonio.
Tenía 18 años cuando se casó con el empresario estadounidense Conrad "Nicky" Hilton, pero ya en la luna de miel se dio cuenta que lo suyo no iba a funcionar debido a las conductas abusivas y las adicciones de su pareja. Y tras pasar nueve meses como marido y mujer, se separaron. La experiencia no había sido como Taylor lo había idealizado y afectó su carrera profesional, ya que no era bien visto que protagonizara escándalos mediáticos y comenzó a recibir papeles secundarios. Pero no se rindió y a la par de su trabajo actoral -con el que había alcanzado un perfil más maduro con "El padre de la novia" (1950), "El padre es abuelo" (1951) y "Un lugar en el sol" (1951), entre otras películas- se embarcó en la eterna búsqueda de un amor que le permitiera formar la familia que siempre soñó.
Así fue como se enamoró perdidamente de Michael Wilding, un actor veinte años mayor, con el que tuvo dos hijos: Michael Howard y Christopher Edward. Liz había alcanzado lo que tanto anhelaba y soñaba con envejecer junto al hombre de su vida en un campo rodeada de caballos. Pero no iba a ser Wilding el afortunado, porque con el paso del tiempo la diferencia de edad se hizo cada vez más notoria y a cuatro años de su unión, firmaron el divorcio.
Unos meses más tarde, Taylor pasó por el altar por tercera vez, ahora con Mike Todd, un aclamado productor de cine que había saltado a la fama gracias a "La vuelta al mundo en 80 días". El matrimonio tenía en común las excentricidades y durante trece meses hicieron todo a lo grande. De hecho, se casaron en el Madison Square Garden con más de 18.000 invitados y el festejo fue transmitido en directo. Y tras trece meses de matrimonio y una hija en común, Elizabeth Frances, Todd murió en un accidente aéreo. La tragedia dejó a Taylor devastada a tal nivel que las personas de sus círculo más cercano temían que decidiera suicidarse. Si bien contaba con el apoyo y la compasión de su público, en solo seis meses cambiaría por completo su imagen pública.
En medio del duelo por la muerte de su marido, la actriz volvió a encontrar el amor en los brazos del cantante Eddie Fisher, quien en ese entonces estaba en pareja con su mejor amiga, Debbie Reynolds. Rápidamente Taylor pasó a ser señalada como un rompehogares y fue duramente criticada tanto por la prensa como por su público. Pero fiel a su estilo, no le dio importancia a las opiniones ajenas y se convirtió al judaísmo por su enamorado y se casó por cuarta vez y adoptó a su hija Mary, una niña de origen alemán. Pero al cabo de cinco años, la relación no dio para más.
A principios de la década del sesenta, Liz ya era considerada una sex symbol por la belleza de sus ojos violetas, sus facciones perfectas y la sensualidad con la que se desenvolvía, pero además había derribado los prejuicios que muchos trabajadores de la industria tenían hacia ella, porque su carrera no solo se sostuvo en su atractivo físico o mediático, sino que su talento fue decisivo en proyectos como "Una mujer marcada" (1960), por el que se llevó su primer Oscar a la "Mejor actriz".
En consecuencia, fue convocada para protagonizar "Cleopatra" junto a Richard Burton, con un contrato millonario. Y lo que parecía que iba a ser una gran apuesta cinematográfica se convirtió en un proyecto que pasó miles obstáculos, batiendo récords en la inversión de dinero y en el retraso de la grabaciones. De hecho, uno de los motivos que los llevaron a frenar el rodaje fue la salud de Taylor a raíz de los dolores que le provocaba su vieja lesión en la espalda. Ante la gravedad de su estado, en todo el mundo se realizaron cadenas de oración y aquellos que la habían criticado por su relación con Fisher, volvieron a apoyarla.
Le tomó siete meses volver al ruedo y cuando lo hizo se entregó a un apasionado romance con Burton, a pesar de que los dos estaban casados. La trascendencia de su amor generó un escándalo nunca antes visto y hasta el Vaticano salió a hablar al respecto, señalando que los actores era un mal ejemplo para la sociedad y calificándolos como "vagabundo eróticos". Pero Liz estaba decidida a vivir su vida más allá del qué dirán.
Taylor y Burton se casaron en 1964 y se divorciaron una década más tarde, pero se reconciliaron en cuestión de meses hasta que se separaron definitivamente en 1976. Y su amor marcó un cambio en la mediatización de la vida privada de los artistas. Trabajaron juntos en once películas, algunas más aclamadas que otras, y se sabía todo de la pareja, desde los viajes que hacían, hasta las peleas por sus infidelidades y excesos, que marcaron el final de la historia de amor que ambos definieron como la más importante de sus vidas.
Luego de tantos años de alta exposición, Liz decidió cambiar el perfil, y en 1976 se casó con el político republicano John Warner y lo apoyó públicamente en su campaña para llegar al Senado norteamericano. Pero cuando Warner logró su meta profesional, todo cambió en su relación. La actriz se sentía sola y había dejado de lado su carrera para seguir los pasos de su sexto marido. Su único refugio era la comida, el alcohol y el consumo de calmantes, que causaron estragos en su salud. Para colmo, su silueta se convirtió en motivo de burlas. Y decidida a mejorar su vida, ingresó a rehabilitación por primera vez y en 1982 se divorció.
Su carrera actoral no estaba en su mejor momento y se reinventó como empresaria, siendo la primera actriz en sacar su propia línea de perfumes que hasta el día de hoy lideran las ventas. A mediados de la década del ochenta, a raíz de la muerte de su amigo Rock Hudson por HIV, cuando la enfermedad era una mala palabra y era señalada como un castigo para cierta parte de la población, Taylor se convirtió en cara de la lucha contra el SIDA en todo el mundo y recaudó exorbitantes sumas de dinero destinas a su tratamiento. Estaba decidida a seguir su camino como empresaria y activista. Y en más de una oportunidad aseguró que concientizar sobre el HIV era su gran vocación.
Pero su vida personal siguió ligada a los excesos y regresó a rehabilitación en la Clínica Betty Ford, donde conoció a Larry Fortensky, un obrero de la construcción veinte años menor que conquistó su corazón y con el que contrajo matrimonio en el Rancho Neverland de Michael Jackson en 1991, pero el vínculo solo duró cinco años, ya que no tenían muchas cosas en común. Sin embargo, el amor trascendió a la pareja y la actriz incluyó a Fortensky en su testimonio con un herencia de más de un millón de dólares.
Los años siguientes trajeron aparejados más problemas de salud para Taylor, que se mantuvo como una de las grandes estrellas de Hollywood, a pesar de llevar décadas sin tener un éxito de taquilla. Y finalmente, luego de pasar un mes internada en el Cedars Sinai Medical Center de Los Ángeles, el 23 de marzo de 2011 falleció por una insuficiencia cardíaca. En todo momento estuvo acompañada por sus cuatro hijos y por el calor de su público, que supo juzgarla en exceso, pero terminó rindiéndose ante el encanto de su actitud desafiante e imparable.