Especial El ojo del arte

La Confitería del Molino sigue en pie a más de un siglo de su construcción, tras haber superado un incendio devastador, la quiebra de una empresa que la explotaba, su cierre y el olvido. Es la historia de resiliencia de una obra arquitectónica única, testigo de grandes acontecimientos y cofre de muchos de los grandes secretos de la política argentina.

Ubicada en la esquina de Avenida Rivadavia y Callao, a escasos metros del Congreso, se trata de uno de los máximos exponentes porteños del art nouveau y corolario de la Belle Époque. Fue diseñada y construida en 1916 por el arquitecto ítalo-argentino Francisco Gianotti, a pedido de los pasteleros italianos Constatino Rossi y Cayetano Brenna, quienes ya llevaban más de una década trabajando en la esquina de Rivadavia y Rodriguez Peña. La panadería se reinauguró como Confitería del Molino porque en la Plaza del Congreso funcionó el primer molino harinero de Buenos Aires.

De acuerdo con la descripción de la página oficial del Edificio del Molino, “presenta una estructura metálica, con mampostería de ladrillo como cerramiento y entrepisos de perfilería metálica con bovedilla y, como novedad tecnológica, componentes de hormigón premoldeado. También posee un repertorio de materiales de acabado de procedencia europea, como pisos de piedra (mármoles), finos pisos de madera, ornatos pre moldeados de yeso estucados o con toques dorados”. Tiene cinco pisos, tres subsuelos y una cúpula con mirador.

El ojo del arte: la Confitería del Molino y una historia de resiliencia arquitectónica

El primer cimbronazo que recibió ocurrió en 1930, durante el golpe de Estado que derrocó a Hipólito Yrigoyen. En medio de los enfrentamientos y el avasallamiento de los militares, fue incendiada y tuvo que ser cerrada. La reconstrucción demandó un año de trabajo y recién abrió a fines de 1931. Brenna murió en 1938 y ahí el negocio cambió de manos en un par de ocasiones, ondulando siempre con los vaivenes económicos argentinos, hasta que en 1978 se produjo la quiebra. Los nietos de Brenna, con mucho esfuerzo, lograron reflotar el comercio.

En 1996, vivió un efímero esplendor cuando Madonna, que había venido a la Argentina a filmar Evita, la eligió como set de filmación para el video de su canción Love Don't Live Here Anymore. Pero eso no pudo evitar el preanunciado desenlace: a comienzos de 1997, la Confitería del Molino cerró sus puertas. Durante años se mantuvo abandonada a la vista de todos. Hubo diversos proyectos para tratar de rescatarla hasta que en 2014 la Cámara de Diputados aprobó y convirtió en ley (N° 27009) el proyecto de expropiación del inmueble que quedó bajo el control del Congreso.

Cuatro años más tarde comenzaron los trabajos de restauración, un esfuerzo conjunto entre varios especialistas y profesionales que contempla la dimensión material e inmaterial del edificio declarado Monumento Histórico Nacional. La puesta en valor ya se encuentra en sus etapas finales y se proyecta que volverá a abrir sus puertas a público en un futuro muy cercano. En un comunicado oficial, los organizadores explicaron que se comenzarán a realizar visitas periódicas al edificio, para que la comunidad pueda ver el avance del proyecto que, con el esfuerzo de trabajadoras y trabajadores del Congreso Nacional, pronto volverá a ser ese punto de encuentro para quienes quieran disfrutar de un café y su emblemática pastelería.

Y ahí sigue en pie pese a todo. El edificio, por el que pasaron personalidades de la política y la cultura como Eva Perón, Marcelo Torcuato de Alvear, Alfredo Palacios, Leopoldo Lugones, Oliverio Girondo, Niní Marshall y Roberto Arlt, mantiene vivo el recuerdo de exquisiteces como el panettone de castañas, el imperial ruso o la copa melba, y guarda entre sus paredes los avatares de nuestra historia contemporánea.