El Planetario es mucho más que una reliquia arquitectónica. Es la puerta de entrada a otro universo, es el lugar donde nuestros anhelos acariciaban las estrellas y mundos lejanos. Es allí donde, cuando éramos niños, soñábamos con ser astronautas y viajar a la luna. El Planetario está en un rincón de nuestra memoria, pero también sigue allí, inmaculado y rodeado de verde, en una de las zonas más lindas de la ciudad de Buenos Aires, el Parque Tres de Febrero, en el corazón de los Bosques de Palermo.

Desde hace décadas el Planetario Galileo Galilei es uno de los sitios más importantes de la ciudad, tanto para alumnos de escuelas primarias y secundarias como para los turistas. Allí hay telescopios, un museo, una plaza astronómica y también se realizan cursos de ciencia, espectáculos con un proyector de estrellas, un novedoso sistema de video full dome y butacas móviles 4D, y varias otras actividades culturales.

En la entrada del edificio se puede apreciar el famoso meteorito La Perdida, hallado en 1965 en Campo del Cielo, provincia de Chaco, que data de un evento de hace aproximadamente unos 4.000 años. También en el primer piso es posible apreciar una roca lunar que trajo a la Tierra la misión Apolo XI.  Esa es la parte que más o menos conocemos todos, pero el edificio tiene su historia que también vale la pena recordar.

En 1958, el concejal socialista José Luis Pena y el por entonces Secretario de Cultura de la Municipalidad, Aldo Cocca, fueron los primeros en plantear la idea que la Ciudad necesitaba un planetario, algo que comenzó a materializarse cuatro años más tarde. Las obras empezaron bajo la dirección del arquitecto Enrique Jan y los trabajos estuvieron a cargo de la Compañía de Construcciones Civiles.

El ojo del arte: el Planetario, la puerta de entrada al universo de nuestros sueños

El intendente Eugenio Schettini lo inauguró el 20 de diciembre de 1966 y la primera función, de la que participaron alumnos de una escuela porteña y otra de Banfield, se realizó el 13 de junio de 1967. Pero la apertura definitiva al público, la que formalizó su objetivo de promocionar la divulgación científica más allá del mundo académico, ocurrió el 5 de abril de 1969.

De acuerdo con la explicación de Jan, el edificio es uno de los pocos en el mundo proyectado y construido a partir del módulo triángulo equilátero, la figura geométrica plana más perfecta que se puede realizar con un mínimo de lados iguales. De esta manera, el arquitecto buscó alcanzar el principio simbólico de unidad primigenia.

El edificio tiene cinco pisos, seis escaleras (una helicoidal) y una sala circular de veinte metros de diámetro. La cúpula está recubierta interiormente con chapas de aluminio, que sirve como pantalla.

En 2017, para su 50° aniversario se hizo una reforma edilicia y en el domo limpiaron profundamente la pantalla para poder proyectar contenido 8K, una resolución de imagen más acorde con la tecnología actual. También se reemplazaron las butacas y alfombras. Además se reconfiguró el tendido eléctrico y las luminarias del primer y segundo piso, y se restauró el anillo de Saturno que termina de darle esa forma tan característica, muy ligada a nuestros mejores recuerdos.