El ojo del arte: “Autorretrato con hidroplaneador”, de Jacques Henri Lartigue
El fotógrafo francés tomó esa imagen en París en 1904, cuando apenas era un niño. Con el tiempo se volvió un innovador, creó el "efecto Lartigue" y también incursionó en la pintura y el cine.
Jacques Henri Lartigue se puede definir como el retratista precursor de todo lo animado e interesante de mediados del siglo XX.
Cuando era un niño, su padre le regaló una cámara y pronto estuvo revelando sus propias fotografías. Y cuando le preguntaban por su labor respondía con la espontaneidad con la que apretaba el disparador de su cámara: “Nací feliz. Eso ayuda, ¿no?”.
En el libro “The Boy and the Belle Époque” (“El niño y la Bella Época”) escrito por Louise Baring, la autora nos comenta la exploración de Lartigue de su extraordinaria infancia que se entrelaza con un retrato social y cultural de la Belle Époque. Y, además, guarda relación con la actitud de los pintores franceses Pierre Bonnard y Edouard Vuillard, que utilizaron la cámara como punto de referencia para la pintura. Lartigue sostenía: “Adoro a Proust y su poesía, es por eso que hago fotos, para vivir a través de mis fotografías, o al menos intentarlo”.
Si el fotógrafo francés Eugène Atget documentó la arquitectura del viejo París, Lartigue fue el primero en capturar con su cámara la vida en movimiento y a la alta sociedad francesa, en gran medida inspirado por las fotografías de Eadweard Muybridge y Étienne-Jules Marey.
En 1912, mientras estaba en Le Tréport, escribió en su diario: "¡El primer auto llega allí! Primero hay una curva, luego la línea recta... pasa justo frente a nosotros a gran velocidad, ¡es fantástico!
En El Grand Prix de Francia de 1913, una de sus fotografías más emblemáticas, captó al automóvil en velocidad, una toma espectacular que nos recuerda al Manifiesto del Futurismo de Marinetti, al afirmar que un coche de carreras es más bello que la Niké de Samotracia. El comienzo del siglo XX fue el tiempo para la exaltación futurista de la velocidad.
La carrera se corrió en 1913 en el circuito de Dieppe, y aunque el No. 6, un Schneider conducido por M. Croquet era uno de los favoritos, en realidad fue el Peugeot, con el piloto estrella Georges Boillot al volante el que ganó, a velocidades que superaban los ciento sesenta kilómetros por hora.
Para la captura, Lartigue movió la cámara durante la toma, manteniendo el foco sobre el conductor mientras los observadores aparecen en el otro lado de la acera como sombras inclinadas.
Las fotografías de "coches deformados”, se convirtieron en el logotipo del fotógrafo. Una serie de cualidades inherentes a las mismas son dinamismo, movimiento, modernidad y belleza.
Una exposición de sus fotografías, organizada por John Szarkowski en 1963 en el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MOMA), sirvió de legitimación estética y para darlas a conocer por primera vez al público estadounidense.
Gran parte de las fotografías expuestas fueron tomadas por el joven Lartigue de apenas 18 años, aunque su consagración la alcanzó a los 69.
En el acervo de sus fotos existe una exuberancia muy peculiar, que se fundó en gran parte en el registro de su niñez. Se puede observar como de niño ya trabajaba de manera extremadamente disciplinada, como si fuera un prodigio que encontró muy temprano su vocación de vida.
“Autorretrato con hidroplaneador” posee algo que fascina y conmueve y es esa cara de niño con expresión de felicidad.
Según Lartigue: “Yo usaba una Block Note Gaumont, que en aquella época era una cámara muy moderna. Empecé a usarla en 1904”. Lartigue colocó la misma en una tabla flotante en la bañera, estableció la exposición y el enfoque, e hizo que su madre la accionara. “Luego tuve una Kodak que usaba para paisajes y para viajar. Era muy bonita”. Denominada cámara “brownie” era una línea muy simple y económica, producida por Eastman Kodak en 1900.
Lartigue siempre tuvo una especie de obsesión con fotografiar instantes de su propia vida: ”Cuando yo era pequeño, mi madre hizo un álbum, pero las reveló sin fijador así que el papel se degradó. Son mis primeras fotos, las hice con seis años. Ella llamó a este álbum 'Los intentos fotográficos de Jacques'. Puso las fechas en las que se hicieron: 1899, 1900… En ese mismo álbum están mis primeros dibujos”.
Se podría comparar esa intención y pasión a la idea artística de Cézanne de captar la materia y el tiempo en una imagen, es decir capturar el momento antes de su inevitable desaparición. Un procedimiento al que dio el nombre de piége d’oeil (la trampa del ojo) y que manifestaba un propósito que atesoraría siempre.
En palabras de Lartigue: "Nunca tomé una foto por alguna otra razón que en ese momento me hizo feliz de hacerlo”. Y es justamente su autorretrato en la bañera el reflejo de esa felicidad. ¿Qué niño no se siente feliz en una bañera jugando?
Aunque el intuitivo fotógrafo atravesó dos Guerras Mundiales, su ojo nunca estuvo captado por el horror, sino todo lo contrario, por el placentero fluir de la vida, tratando de no preservar los momentos trágicos, “ni incluso en la memoria porque me duelen”, confesaba en una entrevista a la BBC en la última instancia de su vida. “A veces me preguntan si se ha perdido la elegancia y el estilo de aquella época. Lo que sucede es que los tiempos han cambiado, hemos pasado por varias guerras. La gente tiene celos… Quieren que todos seamos iguales”.
Jacques Henri Lartigue nació el 13 de junio de 1894 en la ciudad de Courbevoie, Francia, el padre fue una acaudalado hombre de negocios que incluso llegó a poseer la octava fortuna más importante de Francia. Fue él quien le regaló su primera cámara convirtiéndose en su mentor. Aunque las apreciaciones del mundo para ambos eran distintas, para el progenitor que educó a sus hijos en su casa con tutores, su visión de la fotografía estaba más próxima a la ciencia y al desarrollo, algo común en aquellos años, en cambio para Jacques su motivación radicaba en su amor por las imágenes.
En 1922 expuso sus pinturas en los pasillos de la entrada de la galería Georges Petit de París. Posteriormente expuso en el Salón des Sports, el Salón de Otoño, el Salón d'Hiver, Salón de la Société Nationale des Beaux-Arts, la galería Bernheim Jeune y el Grand Palais.
La temática artística se centraba en flores y autos como así también en retratos de grandes personalidades como Greta Garbo, Joan Crawford, entre otros. Pero los retratos de sus musas más frecuentes fueron sus tres esposas, y su amante de principios de la década de 1930, la modelo rumana Renée Perle. Las fotografías tomadas a Renée sirvieron de inspiración a los diseñadores de moda y estilistas de hoy. John Galliano llamó a Renée Perle la inspiración detrás de su desfile de otoño del 2007 "una gatita coqueta parisina".
Jacques Henri Lartigue, que la inmortalizó en sus retratos, tenía otro apodo, “ángel… con manos largas de niña”.
Renée poseía un sofisticado estilo y, en cierto sentido, Lartigue retrató el aire reinante de la “Era del jazz”.
Lartigue conoció a Renée en 1930 en la Rue de la Pompe. En un principio consideró que era mexicana, pero supuso mal, Renée Perle era rumana, y había sido modelo de la modista francesa Doeuillet.
Para el fotógrafo, era hermosa y en su diario sostuvo: "¡La boca pequeña con los labios carnosos pintados! Los ojos negros de ébano. Debajo de su abrigo de piel sale un perfume cálido. La cabeza parece pequeña en su largo cuello".
”a su alrededor" "veo un halo de magia".A pesar de haber sido criado con contención y cariño su vida no fue “un camino de rosas”. En 1917, su padre perdió parte de la fortuna y luego la Gran Depresión se llevaría el resto. Su falta de preparación y el exceso de protección con el que se crio fueron los motivos por los que le resultó difícil seguir adelante con su subsistencia. En una entrevista con el diario Le Monde comentó que en cierta ocasión lo invitaron a cenar al Maxim’s, pero no tenía dinero para el metro.
Su segunda fotografía fue el retrato de sus padres.
Jacques Henri Lartigue murió el 12 de septiembre de 1986 a los 92 años de edad en Niza, Francia.