Por Carlos Polimeni

Un hombre poderoso y polémico aparece muerto en el lujoso piso en que vive, con un disparo en la sien derecha, un arma a su lado, y una carta angustiada en que se despide del Presidente de la Nación, al que dice haber servido con lealtad, pero de esta historia nadie querrá hablar en público durante décadas, tal vez por miedo a contradecir las verdades oficiales.

"¿Por qué la verdad de la justicia está tan alejada de la verdad real, sobre todo en casos que incluyen figuras vinculadas al poder", pregunta la periodista Catalina De Elía, autora de la investigación "Maten a Duarte", un paseo guiado por las dificultades reales con que se topa quien intente revisar qué hay de cierto en las historias oficiales de muertes vinculadas a la política.

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El inefable Juan Duarte fue encontrado sin vida en la mañana del 9 de abril de 1953 en el caro quinto piso en que vivía, muy custodiado, en la Avenida Callao 1944, una de las zonas más caras de la Capital Federal, apenas nueve meses después de la muerte de su hermana Evita, cuando acababa de renunciar al cargo de Secretario Privado del presidente Juan Domingo Perón.

El hallazgo del cuerpo fue responsabilidad del valet japonés Irajuro Tashiro y en la investigación quedó claro que la noche anterior se había desarrollado en el piso, que tenía una de las mejores cavas de Buenos Aires, una reunión con amigos de la política, en un momento espinoso para aquel hombre que durante siete años había disfrutado de un meteórico ascenso en el seno del poder.

Para la periodista, que es una experta en temas judiciales, lo más probable es que la muerte de Duarte haya sido un suicido inducido, lo que la lleva a plantear en su muy documentada obra de más de 200 páginas que aquel caso --tres veces investigado por la justicia durante un lustro-- tiene un parecido evidente con el de la muerte del fiscal Alberto Nisman, acontecida en enero de 2015m en el baño del departamento en que vivía en Puerto Madero.

Sorpresivamente, fue el actual presidente de la Nación, Alberto Fernández, profesor de la materia Teoría General del Delito y Sistema de la Pena, en la carrera de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, el que se encargó de resaltar esa tesis, que es uno de los varios temas polémicos que aborda el libro, ante una pregunta en apariencia casual, durante una entrevista.

Ese día, le preguntaron en un programa matutino de Radio 10 que libro estaba leyendo, y luego de elogiar a la autora, cuyo trabajo consideró "impresionante", el primer mandatario agregó, con mucha soltura, que la obra le había generado la convicción de que la muerte de Duarte "fue un primer caso Nisman" en la historia de la relación de la política con la justicia argentina.

En el kirchnerismo existe la convicción de que Nisman fue manipulado e inducido al suicidio por los agentes de contrainteligencia que habían sido desplazados de la SIDE por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, en una maniobra de venganza política destinada a que la sociedad creyese al gobierno responsable de un crimen que influiría, además, en las elecciones que en diciembre del mismo año Mauricio Macri le ganaría a Daniel Scioli.

En rigor, si se lee el libro se verá que De Elía hace un paseo por muchos otros ¿suicidios? vinculados a la corrupción política: Juan Larrea (vocal de la Primera Junta tras la Revolución de Mayo), Leandro Alem, Lisandro de la Torre, Victor Guilot (diputado radical 1938-1942), tres emblemáticos de los años 90, los del Administrador de Aduanas Rodolfo Echegoyen, el empresario Alfredo Yabrán y el asesor de Alberto Kohan, Marcelo Cattaneo, y algunos más recientes, como el del policía cordobés Juan Alós.

El piso en que Duarte murió había sido donado por el empresario naviero Alberto Dodero a la Fundación Eva Perón, luego de que ambos protagonizasen en 1947 un viaje a Europa durante el cual frecuentaron el Casino de Montecarlo, el Hotel Ritz de París y los mejores clubes nocturnos de la Costa Azul, con comportamientos tan fuera de cualquier protocolo que habrían generado una reprimenda telefónica de la propia Primera Dama.

Era evidente que en 1953 estaba ante el fin de su ciclo de poder: una llamada Comisión de Control del Estado, a cargo del general Justo León Bengoa, lo había citado para ese 9 de abril para preguntarle por una serie de negocios que resultaban incompatibles con la función pública y el presidente de la Nación había dicho en un discurso en el Salón Blanco de la Casa Rosada que si se comprobaban casos de corrupción los responsables no serían protegidos.

"Los otros días, con gran propiedad, un representante patronal dijo que había que terminar con los ladrones y con los coimeros", sentenció entonces El General. "Estoy de acuerdo: vamos a terminar con los ladrones y con los coimeros (...) Cuando un tipo es ladrón es porque hay un estúpido que se deja robar. Primera cosa. Y cuando hay un coimero, hay un ladrón que le paga la coima. No sé cuál de los dos es peor; si el coimero o el que le paga la coima."

"Cuando yo lo pueda comprobar, estén seguros de que van a la cárcel, así sea mi propio padre", remató Perón durante aquel 8 de abril en que eligió lucir al frente de las investigaciones que salpicaban a un cuñado para quién el tráfico de influencias era una especie de pausa entre aventuras amorosas, salidas nocturnas y flirteos con damas de todas las categorías, pero además porque debía estar convencido de que saldría perjudicado si ignoraba las denuncia.

Hasta allí, aunque la oposición radical tronase, un sector del peronismo había metabolizado las andanzas de aquel bon vivant ruidoso, que era el dueño del 25 por ciento de las acciones de Argentina Sono Film, en un momento de apogeo de la industria del cine, en gran parte por el apoyo que tenía del gobierno que integraba, y mantenía relaciones simultaneas con las famosas actrices Fanny Navarro y Elina Colomer, entre otras.

Aquel hombre que antes de ingresar a la política sobrevivía vendiendo Jabón Federal ahora disponía de fondos como para regarle sendos Cadillacs a sus dos novias oficiales, qué en el sistema estelar creado en la Argentina, que era también por entonces una fábrica de películas, ocupaban los lugares que en Hollywood ostentaban Lana Turner y Rita Hayworth, la rubia y la morocha de las fantasías de millones.

Una de las bromas de su entorno, que integraba empresarios beneficiados, políticos de carrera, y amigotes de la noche, era apodarlo "Jabón Lux" -por la frase publicitaria "Nueve de cada diez estrellas lo usan"- pero nada parecía afectar a aquel hombre amante de los placeres, que tal vez no advirtió a tiempo que una vez muerta su hermana se quedaría sin paraguas protector, o no supo cómo salir indemne del centro de la escena, luego de siete años de bizarro estrellato propio.

Pero en aquel 1953 se las veía venir, según consta en una carta que le escribió a Fanny: "Le ruego me perdone, me voy solo al campo. Esta semana me han pasado cosas tan terribles que le doy las gracias a Dios por estar todavía en mi sano juicio. (...) Usted nada tiene que ver en todo esto, no es pena de amor, es desencanto, es terrible desazón, es asco a casi todo. Por momentos, pienso que ya mi cabeza no coordina más (...) En una palabra, me muero, pero no termino de morirme".

De Elía empezó a obsesionarse con el tema cuando descubrió en 2004 el filme "Ay Juancito", de Héctor Olivera, sobre un guión de José Pablo Feinmann, que registra una de las escenas más macabras de la historia del cine argentino, que es la exhibición de la cabeza cortada del cadáver de Duarte, como una forma de amenazar a su amigo, el después presidente de la Nación, Héctor Cámpora, por entonces figura parlamentaria clave del peronismo.

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Por ese entonces, la periodista trabajaba en la producción del programa televisivo de Santo Biasatti, pero luego empezó a desempeñarse delante de las cámaras -en América, Telefé y la Televisión Pública?mientras se empeñaba en desentrañar vericuetos difíciles de abordar, como los que incluye un libro anterior, en colaboración con el fiscal Federico Delgado, llamado "La cara injusta de la justicia"

La figura es, a su modo novelesca, y así la había tratado el periodista Juan Camarasa en un libro anterior, "La última noche de Juan Duarte", que Sudamericana publicó destacando que narraba el final de un hombre "seductor y codicioso, con indómitos aires de grandeza", que soñaba con un futuro "de autos flamantes, una billetera abierta y el amor de las mujeres" y empezó a conseguirlo cuando en el restaurante Pedemonte conoció al por entonces coronel Perón.

La autora recuerda que es cierto que al cadáver de Duarte le cortaron la cabeza luego de meses del entierro, pero aclara que eso ocurrió después del periodo en que Cámpora fuese el presidente de la Cámara de Diputados, ya durante la Revolución Libertadora, en diciembre de 1955, y que fue a la actriz Fanny Navarro a quien torturaron psicológicamente mostrándosela, ya que sabiendo que lo amaba sus interrogadores buscaban quebrarla.

"Desenterraron el cuerpo, le cortaron los dedos y la cabeza, hicieron una serie de barbaridades", detalla antes de remarcar qué a muchos otros testigos, que eran extorsionados por una llamada Comisión Investigadora que buscaba un nexo entre el presidente de la nación y la muerte de su cuñado, pasaron por una experiencia desagradable similar a la de la actriz, que estaba enamorada de Duarte, años antes de que los expedientes empezaran a brillar por su ausencia.

Hubo tres grandes investigaciones judiciales sobre el caso en apenas un lustro: cuando aún gobernaba el primer peronismo la justicia consideró que estaba claro que se trataba de un suicidio, durante la Libertadora se abonó la tesis de un crimen organizado buscando salpicar al ex presidente de la Nación, en una etapa plagada de odios y revanchismos, y en los años de la presidencia de Arturo Frondizi otra vez el resultado indicó una muerte por propia decisión.

En su libro, Delia sostiene que "Duarte tenía que morir" dado el brete en que estaba y que eso ocurrió varias veces: "Primero físicamente, y es evidente que no se suicidó. Luego murió de todas estas otras formas. Empezó a morir cuando perdió el abrigo del poder y murió tantas veces como fue necesario luego de que su cuerpo fuera hallado en el departamento de la avenida Callao. El trabajo de la Justicia estuvo surcado por la grieta de la época".

El texto de la carta que encontraron junto a su cuerpo en la fuerte escena del suicidio, el autor le decía a Perón que se sentía perjudicado por una conspiración orientada por la maldad de "algunos traidores" que habían logrado difamarlo, llenándolo de vergüenza, pero le garantizaba que había sido honesto en el ejercicio de sus labores y que nadie podría "probar lo contrario".

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"Lo quiero con el alma y digo una vez más que el hombre más grande que yo conocí es Perón", se lee en la carta. "Se de su amor por su pueblo y la patria, sé cómo nadie de su honestidad y me alejo de este mundo asqueado por la canalla, pero feliz y seguro que su pueblo nunca dejará de quererlo y de haber sido su leal amigo; cumplí como Eva Perón, hasta donde me dieron las fuerzas. Vine con Eva, me voy con ella, gritando viva Perón, viva la Patria, y que Dios y su pueblo lo acompañen por siempre".

La carta tenía algunos errores de ortografía --"voy" estaba escrito con b larga y "probar" con v corta? y la caligrafía no fue comprada con la de otros textos de Duarte, así como el calibre del arma que se encontró no coincidía con la bala alojada en la cabeza, dijeron luego algunos investigadores, dispuestos a afirmar que el peronismo buscaba ocultar detalles de la muerte para exculpar al Estado de cualquier responsabilidad o complicidad.

Pero existe una pregunta tan vieja como la investigación que en estos casos debe ser respondida, y tiene que ver con la vieja lógica de pensar en quien es el principal perjudicado por un caso de estas características, luego de la víctima, para tratar de investigar entonces si un tercero pudo haber sido responsable, para intentar incriminarlo, lo que está en el ABC de las técnicas de los servicios de inteligencia, estatales o paraestatales.

"Todos se cuidaron de no indagar acerca de las verdaderas causas de su muerte", insiste la autora, que es egresada de la carrera de Ciencia Política y Gobierno de la Universidad Torcuato Di Tella. "De allí las semejanzas con la muerte de Nisman. Me refiero al hallazgo de su cuerpo, a su relación cambiante con el poder, a las versiones interesadas de los testigos, a las sospechas sobre su pasado, a la grieta de estos tiempos, a la labor judicial".

Las investigaciones sobre ambas escenas, compara, carecen de testigos que hayan percibido algo puntual y en los dos casos "las autoridades judiciales prácticamente delegaron su trabajo en los peritos" lo que le resulta grave ya que "en vez de tomar el toro por las astas" los magistrados "prefirieron que expertos que debían colaborar con la Justicia se convirtieran en jueces de hecho".

"En mi libro muestro cómo se construye esa especie de corsé de dudas que sujetan la verdad con el fin de impedir que se conozcan las causas reales de la muerte", escribió al final del libro con una mención al empeño que ponía en tareas similares, en épocas distintas el escritor y periodista Rodolfo Walsh. "Muestro cómo la Justicia argentina muchas veces renuncia de modo consciente a conocer la verdad y convierte a los casos del poder en recursos políticos para objetivos cortos y contingentes".

En "Maten a Duarte" no hay un solo testimonio en on, remarcó la autora a Noticias Argentinas, porque todos y cada uno de los consultados prefirieron que sus identidades fuesen omitidas o preservadas, pero desde su publicación hace pocas semanas, reveló, ha recibido numerosos contactos de personas que dicen que ahora se atreven a hablar, por lo que podía decirse que la historia no está cerrada.