Sholem Asch escribió El Dios de la venganza en 1906 y, a más de un centenar de años, la historia se mantiene más que vigente. Por este motivo, Daniel Teveles no lo dudó y decidió adaptar la obra del ish al español para montar El Dogma, una obra que ya tuvo una temporada en El Tinglado, antes de la pandemia, y que actualmente se presenta cada jueves a las 20:30 en el Multiescena, sobre la avenida Corrientes.

“Quiero homenajear a los autores olvidados. Se ha perdido mucho en el Holocausto, pero algo vamos a poder reflotar, ya sea de teatro o música. Esta obra se dio en el Gueto de Varsovia para entretener a la gente, que pagaba la función con platos de comida. La historia es transgresora y autocrítica al judaísmo. Está bien que sea así”, cuenta en diálogo con Noticias Argentinas Teveles.

Como director, encargado de la puesta en escena y del diseño escenográfico tenía un claro objetivo: honrar sus raíces volviendo a poner en escena el teatro idish, que tuvo su apogeo en Argentina entre 1920 y 1950, con una historia atractiva para la sociedad actual. Y para lograrlo, ambientó su adaptación en la Semana Trágica, que tuvo lugar en enero de 1919.

En ese contexto, Yanke o Jacobo Chapchovich (Charley Rappaport) vive junto a su esposa, Sara (Gaby Barrios) -una exprostituta que conoció en Polonia y que “ascendió” socialmente gracias al matrimonio- y Rivkele (María Ventura), la hija de ambos. El negocio del protagonista es un prostíbulo, ubicado en la planta baja del lugar en el que vive, y en su afán de cuidar las apariencias, desea que su hija, a quien apenas deja salir, crezca apartada de esa realidad y se empeña en adquirir la sagrada Torá para redimirse. Sin embargo, cuando descubre que su hija conoce “el mundo de abajo” y que está enamorada de otra mujer, será difícil guardar las apariencias.

Es una obra que nunca caduca, porque tiene en el texto algo implícito tan importante que lo podés aggiornar, señala Teveles y asegura que en tiempos de grieta, el contexto político del gobierno de Hipólito Yrigoyen le pareció ideal para representar las contradicciones de lo dogmático, pero también para visibilizar la muerte de dos mil judíos y hebreos que tuvo lugar en ese periodo.

“El dogma es lo que no se puede discutir. No solo se aplica lo dogmático a lo religioso, sino también a lo político, a lo social, al fundamentalismo. Donde hay dogma es imposible porque no hay reflexión posible, no hay autocrítica”, explica el director, que no le esquiva a las polémicas vinculadas a la religión, política, trata de personas y sexualidad.

Los personajes están plagados de contradicciones, pero para Teveles es importante aclarar que no se trata de un rasgo propio de la comunidad judía, sino que es una representación universal. “Mi viejo decía, los católicos van los domingos a misa y los judíos, los viernes al templo, pero cuando salen de ahí, entran al sistema y hacen cualquier cosa. La redención les preocupa porque hay una hipocresía muy grande. Es la ilusión, conquistar el paraíso, pero es un autoengaño”, reflexiona. “Un ejemplo es el caso del proxeneta que no quiere mezclar la doble moral: lo puro,  arriba y lo impuro, abajo. Termina siendo algo fascista, todo se mezcla”, puntualiza.

Más allá del desafío como intérpretes, los actores tuvieron que someterse a un arduo entrenamiento para hablar idish en las primeras escenas ambientadas en Polonia; mientras que en la puesta en escena se resolvió su traducción a través de subtítulos, con un sistema similar al que utiliza el Teatro Colón. Así, Teveles deja al descubierto la adrenalina que le genera tomar riesgos y lleva a la avenida teatral más importante una pieza diferente, que interpela y conmueve.