Bob Dylan, el hombre que se inventó a sí mismo
Por Alfredo Rosso.
Es difícil hablar de Bob Dylan y no caer en el lugar común de llamarlo profeta de una generación, mito viviente y todos los adjetivos grandilocuentes que el cantautor de Duluth ha acumulado en 60 años de carrera musical, que sigue su curso con plena vigencia en la segunda década del siglo XXI.
El presente artículo bucea en los comienzos del trovador, cuando tomó por sorpresa al mundo de la música con un puñado de álbumes colosales y a la vez arroja una mirada sobre el Dylan del siglo XXI, testigo de su tiempo.
Olvidémonos por un rato del Bob Dylan del bronce. Dejemos a un costado los lugares comunes y veamos por un instante al hombre detrás del mito.
Bob Dylan nació rocker; fue uno de los tantos jóvenes norteamericanos a quienes el rock les cambió la vida en plena adolescencia. Porque antes de que Elvis moviese la pelvis, los adolescentes eran o chicos crecidos o adultos reducidos. En cualquier caso, reproducían la sociedad adulta en miniatura: llevaban las mismas ropas, seguían las mismas profesiones, tenían los mismos gustos e incluso las mismas ideas políticas de sus padres. Por sobre todo compartían la visión de mundo de sus mayores: padres, maestros y demás figuras de autoridad.
El rock acabó con todo eso de un plumazo. Entre 1955 y 1958, la primera ola de rock and roll, la de Elvis, Little Richard y Chuck Berry creó una tribu nueva, con su propio lenguaje, su propia forma de bailar y de vestir y –lo más importante- su propia visión del mundo. Por primera vez los jóvenes pasaban a tener un rol protagónico, en lugar de expectante, en la historia.
Pero la primera ola de rock pasó y, con sus diferentes representantes fuera del teatro de operaciones, por diferentes motivos, la industria musical fue copada por un pop elegante pero en última instancia inofensivo, a años luz de aquel grito rebelde que había puesto los pelos de punta de la sociedad bien pensante unos pocos años antes.
Sin embargo, al despuntar los ’60 el folk vino al rescate. En los cafés bohemios del bajo Manhattan neoyorquino, los estudiantes universitarios se reunían para escuchar a artistas como Dave Van Ronk, Tom Paxton, Odetta y Ramblin’ Jack Elliott, quienes – inspirados en pioneros como Woody Guthrie- mezclaban en sus repertorios baladas tradicionales con nuevas canciones empapadas de comentario social .
Aquí entra en escena Bob Dylan. Rockero en su adolescencia de Minnesota, Bob se reinventó como músico folk en Nueva York. ¿Qué diferenciaba a Dylan de sus colegas? Para empezar Bob poseía un profundo conocimiento de la tradición folk estadounidense, lo cual enriqueció su temprano repertorio y le ayudó, también, a desplegar sus habilidades como autor y compositor. Y es aquí donde Bob marcó la gran diferencia, gracias a un uso superlativo del lenguaje y la metáfora y una habilidad innata para conjurar imágenes que impactaban instantáneamente en el oyente. Esa voz nasal y ronca que al principio desacomodó a los devotos del folk, terminó jugando a favor de Dylan, porque le dio al mensaje de sus letras una insospechada profundidad. Esa voz distinta, urgente, demandaba ser oída.
La respuesta está en el viento.
El tema que mostró por primera vez el potencial de Dylan como autor y compositor fue "Blowin’ in the wind", una canción de tono existencial y pacifista al mismo tiempo, cuyas estrofas estaban armadas en forma de interrogantes que podían percibirse como universales: "¿Cuántas veces deberán volar las balas de cañón / antes de ser prohibidas para siempre?...¿Cuántas veces puede un hombre volver la cabeza / fingiendo que no ve nada?...¿Cuántos oídos debe tener un hombre / para poder oír a la gente llorar?... La respuesta, amigo mío, está soplando con el viento".
A todo esto, la política internacional atravesaba por un período delicado en las relaciones entre las grandes potencias.
La crisis de los misiles cubanos inspiró a Dylan una de sus canciones mas urticantes de este período, "A hard rain’s a-gonna fall". En esos días la prensa llamaba "canciones de protesta" a los temas de contenido social, un rótulo poco feliz porque, consciente o inconscientemente, impulsaba un reduccionismo simplista de esas composiciones, por lo general mucho más complejas y coloridas de lo que esa categorización prefiguraba.
Entre 1962 y 1964 Bob Dylan compuso varias de sus mejores canciones de contenido social.
En "The death of Emmett Till", "Only a pawn in their game" y "The lonesome death of Hattie Carroll" abordaba la cuestión de la discriminación racial. "Talkin’ John Birch paranoid blues" y "With God on our side" tocaban el tema de la intolerancia política, combustible de las persecuciones políticas, mientras que "Masters of war" era un dardo poderoso contra la industria de la guerra: "Vengan señores de la guerra / ustedes que fabrican armas... bombarderos... grandes bombas / y se esconden detrás de sus escritorios / quiero que sepan que puedo ver a través de sus máscaras / Ustedes que no han hecho nada / que no sirva para destruir… han traído el peor temor que se pueda imaginar/ el miedo de traer niños a este mundo / por amenazar a mi hijo / que aún no ha nacido ni tiene nombre / no merecen la sangre que corre por sus venas...".
Para toda una generación que buscaba su identidad en el cambiante mundo de los ’60, este joven de mirada aún inocente, que cantaba sus verdades acompañado solamente de una guitarra acústica y una armónica, pronto se transformó en un referente. Álbumes como The Freewheelin’ Bob Dylan y The Times, They Are A-Changin’ eran un ítem infaltable en todo dormitorio universitario de la época y revistas "serias" como Time y Life lo ponían en sus portadas y lo llamaban "portavoz de una generación".
A todo esto, Dylan había compuesto una canción que abrazaba lo testimonial pero iba más allá de las cuestiones políticas y raciales para poner el dedo en una llaga que cada día se abría más en el seno de la sociedad estadounidense: la brecha generacional.
Los "baby-boomers" nacidos en la posguerra, testigos de la primera explosión del rock, estaban alcanzando la mayoría de edad. Estos jóvenes que tenían una visión mucho más libre del sexo, querían voz y voto en cuestiones que afectaban sus carreras estudiantiles y su futuro laboral, y observaban con recelo y desconfianza la política de "gendarme del mundo libre" de Estados Unidos. En "The times they are a-changin’" Bob tenía palos para todas las posturas recalcitrantes frente a esta nueva Norteamérica joven que despuntaba: "Padres y madres de todo el país / no critiquen lo que no comprenden / vuestros hijos e hijas están más allá de vuestro control / Vuestra vieja carretera está envejeciendo rápidamente / sálganse de la nueva si no pueden dar una mano / porque los tiempos están cambiando... Senadores y congresistas / atiendan este llamado / no se queden en la puerta / ni bloqueen el pasillo / porque el que se quede atascado saldrá lastimado / Hay una batalla allá afuera / y está haciendo estragos / pronto sacudirá vuestras ventanas y hará retumbar vuestras paredes / porque los tiempos están cambiando...".
Listo para ir a cualquier parte.
Pasaron muchas cosas en 1964. Para empezar, Los Beatles extendieron su conquista del mundo a los Estados Unidos y le levantaron el copete a un país moralmente demolido por el reciente asesinato de su presidente. Fueron la avanzada, además, de una movida británica que devolvió la pasión del rock al país de donde había surgido. Detrás de los Beatles llegaron los Stones, los Kinks, los Yardbirds y los Animals.
A todo esto, Dylan y los cuatro músicos de Liverpool se admiraban mutuamente a la distancia. Los Beatles comprendieron hasta qué punto una letra relevante y testimonial podía enriquecer aún más una canción y Bob recuperó el feeling de la electricidad del rock and roll. Muy pronto su música tomaría un giro decisivo: en el festival de Newport 1965 se presentó con un grupo eléctrico para desmayo de los puristas del folk y alegría de la gente de mentes abiertas.
Dylan destapó una nueva energía dentro de su música y entró en el terreno de la polémica. Alguien llegó a llamarlo "Judas" pero Bob ya era un tren en marcha a toda velocidad, con los futuros miembros de The Band como fogoneros. En su álbum de transición, Another Side of Bob Dylan, ya había dejado entrever su desencanto con el costado más recalcitrante de las militancias y con la etiqueta de "cantor de protesta" en "My back pages", un tema que revelaba una madurez difícil de asociar con un muchacho de apenas 23 años: "Sí, mi guardia se mantuvo firme cuando las amenazas abstractas / demasiado nobles como para ignorarlas / me engañaron haciéndome pensar que tenía algo que proteger / Bueno y malo, yo defino esos términos / está bien claro, sin duda, de algún modo / Ah, pero yo era mucho más viejo entonces / soy mucho más joven ahora...".
El gran salto -estilístico, filosófico, vivencial- llegó con Bringing It All Back Home. El título es claro: "Trayéndolo todo de vuelta a casa". En ese todo está el bagaje de música rock y folk que se incorporó al ADN de Dylan a lo largo de dos décadas pero también una nueva conciencia de sí mismo y de su lugar en el mundo. Las canciones eran distintas a todo lo que Bob había escrito antes, con un toque de sátira y hasta de cinismo, como para demoler, de una vez y para siempre, la imagen del visionario con el dedo índice en alto que los puristas del folk querían de él. "No necesitás un meteorólogo para saber de qué lado sopla el viento", decía con sorna en "Subterranean homesick blues", y por si no le había quedado claro a esos puristas que ahora lo trataban de traidor, les espetaba en otra estrofa: "No sigas líderes / vigilá los parquímetros...".
El álbum tiene grandes canciones de amor y de ausencia, y a veces estas dos emociones pueden coexistir en las estrofas de un mismo tema, como en "She belongs to me". "Love minus zero/no limit" contrapone un mundo en el que la gente hace planes febriles y repite las palabras y conclusiones de otros, con la chica sabia que "guiña el ojo y no se preocupa / sabe demasiado como para discutir o juzgar...".
Bringing It All Back Home nos muestra a un Bob Dylan en el centro de un universo de sensaciones. Percibe el mundo como un todo y nos lo transmite en forma de canción. Dylan ha viajado y visto su país y el mundo. El sur profundo, Texas, California, Grecia, Inglaterra. Sus pupilas han filmado las pulsiones de los hombres, los intrincados juegos que modelan la madeja social. Ha visto modernos esclavos que se rebelan, como el protagonista de "Maggie’s farm", y ha adoptado una postura existencial frente a los innumerables juegos de poder que detectó a su paso, que lo llevan a expresar en "It’s alright, ma (I’m only bleeding)": "Palabras desilusionadas ladran como balas / mientras los dioses humanos toman puntería / Han hecho de todo, desde pistolas de juguetes que echan chispas / a Cristos color carne que brillan en la oscuridad / es fácil ver sin mirar muy lejos / que no hay muchas cosas que sean sagradas..." Desconcertados, muchos se preguntan, ¿quién es Dylan?, ¿qué es Dylan? Un álbum de recopilación, argentino, rezaba en su título: "Poeta o profeta". A todo esto, Bob abrazaba la alegría de no hacer planes ni dejar que otros los hagan por él, y celebraba su nueva libertad en la obra cumbre del disco, "Mr. Tambourine Man": "Llévame de viaje en tu mágico barco que gira en remolino / mis sentidos están despojados, mis manos entumecidas…Estoy preparado para ir adonde sea / preparado para desvanecerme / dentro de mi propio desfile / arroja tu hechizo bailarín en mi camino / prometo someterme a él…".
Algo está sucediendo, pero no sabés qué es...
La mitad de la década del ’60 fue un momento de turbulencia y a la vez de gran excitación. Inspirada por el ejemplo de Los Beatles, toda una nueva generación de grupos salía al ruedo. Desde Los Angeles, los Byrds combinaron el pop eléctrico del cuarteto de Liverpool con las letras de Dylan y convirtieron a su cover de "Mr. Tambourine Man" en el primer bastión del folk-rock. A todo esto, los principales competidores de Lennon & Co., los Rolling Stones, componían "(I can’t get no) Satisfaction", ese himno de frustración sexual que denigraba, a la vez, los placebos del consumo conspicuo exaltados por la publicidad.
Mientras tanto, la guerra en Vietnam se volvía más y más encarnizada y la visión repetida de ataúdes envueltos en la bandera de las barras y las estrellas disparaba marchas antibélicas en todas las grandes ciudades estadounidenses, reprimidas por la policía y la guardia civil. La brecha generacional se ensanchaba y amenazaba con partir al país en dos.
En este clima de incertidumbre e inestabilidad social, por un lado, y de nuevos carriles artísticos por el otro, Bob Dylan edita en 1965 Highway 61 Revisited, uno de los discos capitales, no solo de su discografía, sino del rock, a secas.
Secundado por Al Kooper en órgano y por el virtuoso guitarrista de blues Mike Bloomfield, Dylan completó su transformación estilística acuñando un disco de rock y rhythm and blues como marco de letras inspiradas y a menudo surrealistas, que disparan imágenes dramáticas y agudas, tomando como blanco a la sociedad de su tiempo. Los protagonistas de "Like a rolling stone", "Ballad of a thin man", "Tombstone blues" y la maratónica "Desolation row" son personajes desconcertados por los remolinos de la realidad y las contradicciones del mundo en el que están inmersos. Dylan es el sagaz observador que, desde afuera, mira la curiosa comedia humana y la describe con un sarcasmo y una ironía verdaderamente corrosivos, como en "Desolation Row": "Están vendiendo postales del ahorcamiento / y pintando los pasaportes de color marrón / El salón de belleza está lleno de marineros / el circo ha llegado a la ciudad / Aquí viene el comisionado ciego / Lo tienen en un trance / una mano está atada al equilibrista / la otra en sus pantalones / Y el escuadrón antimotines no descansa / necesitan un lugar adonde ir / mientras Lady y yo observamos, esta noche / desde la calle de la Desolación".
El año 1966 es considerado como trascendental para el rock y no es para menos: los Beach Boys hicieron su obra maestra, Pet Sounds, donde se revela el talento creador de su líder Brian Wilson al ciento por ciento; los Beatles revolucionaron otra vez el rock con el salto evolutivo de Revolver, y Bob Dylan coronó su espectacular trilogía con Blonde on Blonde, un álbum doble para el asombro. Si hacía falta alguna prueba de que Dylan había encontrado una voz diferente, Blonde on Blonde fue esa evidencia.
Hay rock, hay blues, hay baladas románticas. Hay canciones de celebración y de añoranza, de deseo y melancolía. Y desbordantes relatos de personajes cuyas personalidades chocan entre sí con los vaivenes de la vida diaria, como se ve en "Most likely you go your way (and I’ll go mine)" y –con una cuota de humor que rara vez se le reconoce a Dylan- en "Leopard-skin pill-box hat", donde las peripecias de un romance desavenido y un triángulo amoroso con implicancias homoeróticas se convierten en una comedia tragicómica: "Le pregunté al doctor si podía verte / ‘Es malo para su salud’, dijo / Yo desobedecí sus órdenes /y vine a verte, pero me encontré con él en tu lugar / Mirá, no me importa que me engañe / pero me gustaría que se quitara de la cabeza / tu nuevo sombrero de copa de piel de leopardo...".
Resaltar algún clásico sería forzosamente olvidar otro –tal la cantidad de temas sobresalientes- pero no puedo obviar la tour de force de "Sad eye lady of the low lands", once minutos de pasión y nostalgia, y, en la misma vena de amores que se consumen lentamente y que dejan cicatrices, la belleza atemporal de "Visions of Johanna" y "Just like a woman" saltan inmediatamente a la vista.
Blonde on Blonde cerraría un capítulo prolífico y artísticamente pleno en la vida de Bob Dylan. Muchos se preguntaron en su momento ¿y ahora qué? La respuesta no sería sencilla. Había tormenta en el horizonte Dylaniano, pero también estaba latente su perenne capacidad de reinventarse que siempre estuvo presente a lo largo de sesenta años de carrera.
Posdata para un nuevo siglo.
Las miradas sobre Bob Dylan, su significado social y su obra son infinitas y los libros que se han escrito sobre su obra en el último medio siglo podrían fácilmente llenar varias bibliotecas.
Quienes ponen el acento sobre su impacto generacional y su influencia en la música y la poesía de sus contemporáneos centraran su análisis en su obra de los años ’60. No obstante, una visión analítica del fenómeno Dylan, forzosamente deberá tener en cuenta varios hitos que el artista acumuló en las décadas sucesivas y que tienen mucho que ver con su vigencia persistente.
Baste citar su pionera celebración de la tradición Americana, es decir, la base de folk de raíz y temas de contenido social de discos como John Wesley Harding y su decidido romance con el country en Nashville Skyline.
También el compromiso de Dylan con las injusticias del sistema legal estadounidense que lo llevaron a encabezar la lucha por la reivindicación del boxeador Rubin Carter (acusado y encarcelado por un crimen que no cometió), en el tema "Hurricane" de su álbum Desire. E imposible no mencionar las canciones de existencialismo y lamento por un amor que se esfumó, en Blood on the Tracks.
A lo largo de las décadas, Dylan dio mucho material para la crónica periodística. Épicos retornos a los escenarios, como el del Festival Para Bangla Desh, invitado por George Harrison, o su reencuentro con The Band para una triunfal gira de localidades agotadas en plenos años ’70. También se comentó mucho su controvertida -¿fugaz?- conversión religiosa al cristianismo, que impregnó su obra a fines de esa década. Los erráticos años ’80, sin embargo, nunca lo distrajeron de su fijación con "el camino", esa ya legendaria Gira Interminable que lo ha visto tocar incasablemente por los más recónditos escenarios del planeta.
Su sorprendente resurrección artística se produjo a mediados de los años ’90, con el álbum Time Out Of Mind, testimonio de un artista que –promediando la quinta década de su vida- supo examinarse a la luz de los tiempos cambiantes y acuñar reflexiones lúcidas acerca de la madurez, el paso del tiempo y sus huellas en el amor, en las ideas, en la vida, en suma. Ese ímpetu, esa fuerza analítica que se reflejó en canciones como "It’s not dark yet" y en una obra posterior como "Things have changed" fueron el preludio de un nuevo período de creatividad que llega hasta el presente y que sorprende hoy, en pleno 2020, con tres temas nuevos que anticipan un nuevo e inminente álbum, Rough and Rowdy Ways. No es casual que una de esas tres canciones, "Murder most foul", parta de la tragedia del asesinato del presidente John Fitzgerald Kennedy en 1963 para enlazar, por medio de un épico relato de diecisiete minutos, una conexión entre el terrible horror que causó aquel magnicidio y las diversas formas en que la música popular ha resultado un bálsamo para el ánimo colectivo en tiempos de crisis profundas.
A la vez, el tema es un buen resumen de Bob Dylan: juglar, artista, poético historiador; en definitiva, un lúcido testigo de nuestro tiempo.
Por Alfredo Rosso, conductor de "La Casa del Rock Naciente" por FM Rock & Pop, domingos de 22:00 a 24:00.