Azucena Maizani, la mujer que revolucionó el tango
Se ganó el apodo de "La ñata gaucha" por salir al escenario con vestimenta tradicional. Abrió camino al género femenino en un ambiente en el que solo triunfaban los hombres.
Por Belén Canonico
Fue una revolucionaria para su época. A principios de la década del veinte, cuando todavía no había mujeres en la escena musical tanguera de Buenos Aires, Azucena Maizani fue a ver un show de Francisco Canaro y le insistió tanto al cantante y compositor, que terminó cantando dos temas con él en el escenario.
Pero lo suyo no quedó en un simple acto de rebeldía, sino que dos años más tarde iniciaría formalmente su carrera musical, algo que revolucionaría por completo al género rioplatense y les abriría camino a las cantantes que la precedieron.
Su gran debut profesional fue el 23 de julio de 1923 en el teatro Nacional con "A mí no me hablen de penas", una obra en la que no tenía letra, pero cantaba el tango "Padre nuestro".
Y su primera presentación gustó tanto, que el público le pidió que repitiera el tema nada menos que cinco veces. De ahí en más, la carrera de Maizani fue en ascenso.
Pasó de trabajar como costurera en una fábrica de comida y que apenas le alcanzara el dinero para comer, a vivir de lo que le gustaba.
La convocaban para hacer audiciones en la radio, participar en películas y empezó a grabar sus propios discos, uno de sus mayores anhelos.
No solo su voz resultaba encantadora, sino que su actitud era toda una novedad.
Azucena salía al escenario con vestuario masculino.
Y lejos de lucir ostentosos vestidos, prefería usar un típico traje de gaucho criollo, motivo por el que Libertad Lamarque la bautizó como "la ñata gaucha".
Trabajó junto a los hermanos Simari, con Héctor y Camila Quiroga, Canaro, Enrique Pedro Delfino y Manuel Parada. En total llegó a grabar más de 270 temas, entre los que se destacan "Malena", de Homero Manzi y Lucio Demare, y "Ninguna", compuesta por Manzi y Raúl Fernández Siro.
También fue una de las primeras intérpretes de los tangos de Enrique Santos Discépolo, como "Esta noche me emborracho", "Malevaje" y "Soy un arlequín".
Su popularidad tomó tal magnitud que a principios de la década del treinta traspasó los límites de la Argentina, y en sociedad con el violinista Roberto Zerillo -quien era su pareja- formó la Compañía Argentina de Arte Menor y emprendió una extensa gira por España y Portugal.
Casi sin darse cuenta, Maizani revolucionó por completo al tango.
Y al regresar al país luego de pasar dos años en Europa descubrió que ya no era la única mujer del género musical, sino que ya se destacaban figuras como Ada Falcón, Mercedes Simone, Dorita Davis y Libertad Lamarque, entre otras. Azucena, en tanto, era toda una celebridad.
Pero la fama tiene cosas a favor y otras en contra.
Y mientras arreglaba altísimos contratos para trabajar en radio y en cine, la cantante y compositora sufrió que se hablara de su vida privada.
Tras romper su relación con Zerillo, inició un romance con Rodolfo José María Caffaro, conocido bajo el seudónimo de Ricardo Colombres, quien se suicidó luego de que lo acusaran de haber estafado a la tanguera.
A Azucena la acusaron de haber sido la tercera en discordia en el matrimonio de Colombres y de haberlo llevado al suicidio, algo que podría haberle costado la carrera.
Sin embargo, con la tenacidad que la caracterizaba, salió a limpiar su nombre públicamente, negando los rumores que la incriminaban.
El escándalo generó un gran revuelo alrededor de si figura, pero no cortó su camino en el mundo del espectáculo y hasta fines de los años treinta recorrió América, México y Nueva York.
También contaba con el reconocimiento de sus pares. De hecho, Carlos Gardel la definió como "la máxima intérprete de nuestras queridas canciones".
Pero tras 20 años repletos de éxitos, en la década del cuarenta la imagen de "la ñata gaucha" comenzó a perder fuerza.
A pesar de que no contaba con la misma fama que a sus inicios, Maizani siguió cantando hasta que el cuerpo se lo permitió.
En 1966 sufrió una hemiplejia y su salud comenzó a deteriorarse notablemente, hasta que el 15 de enero de 1970 murió casi en el olvido, lejos de los flashes, los aplausos y el reconocimiento que la llevaron a ser una de las máximas exponentes femeninas del 2x4.